Peronismo: liderazgo y rupturas

¿Quién conduce, cómo se conduce, y hacia dónde se conduce? son las preguntas de fondo que se debaten, detrás de discusiones publicas, vanas y sin sentido. Por Antonio Muñiz

La convocatoria a elecciones provinciales para el 7 de septiembre, diferenciándolas del cronograma nacional, no es simplemente una jugada administrativa. El desdoblamiento resuena como una decisión con implicancias políticas mayores. Expresa, por un lado, la voluntad de Axel Kicillof de preservar la autonomía de la provincia de Buenos Aires en un momento de desorden institucional; y por otro, simboliza una ruptura con los moldes tradicionales del verticalismo peronista. La maniobra, a la vez, blanquea un conflicto latente en el seno del peronismo bonaerense y nacional: ¿quién conduce, cómo se conduce, y hacia dónde se conduce?

Desde hace tiempo, el peronismo atraviesa una crisis de representación, marcada por la desconexión entre las estructuras de poder y las demandas sociales. En este contexto, la figura de Kicillof se ha ido consolidando como una alternativa de liderazgo que combina gestión eficaz con construcción política de base. La clave de su crecimiento no ha sido el marketing ni los gestos estridentes, sino un método de acumulación territorial paciente, basado en la articulación con intendentes, sindicatos, universidades y pymes.

Este liderazgo no está exento de tensiones. Lo que se discute no es sólo una cuestión de cargos o nombres, sino de modelo político. Por un lado, se encuentra el esquema de conducción verticalista, personalizado en figuras como Cristina Fernández de Kirchner, de fuerte legitimidad histórica, y su entorno más cercano, que apela a la nostalgia y a una épica pasada, una lógica centralizada de decisiones y construcción identitaria cerrada. Por otro lado, Kicillof promueve una idea de conducción más horizontal, abierta a diversos sectores, basada en el ejercicio cotidiano de la gestión y la interlocución real con el territorio.

La disputa entre ambos modelos excede los marcos del PJ bonaerense. En el fondo, se trata de definir cómo se enfrenta el desafío político más urgente: el avance del proyecto libertario de Javier Milei. Mientras algunos sectores del kirchnerismo ensayan una resistencia discursiva basada en las redes sociales, centrada en la denuncia y en una identidad militante cerrada, el gobernador propone otra estrategia, tal vez mas riesgoza para él: confrontar el modelo de Milei desde la realidad concreta de la gestión, con políticas públicas que contengan, amparen y convoquen al conjunto de la sociedad.

La diferencia es estratégica. Kicillof no cree en una reconstrucción del campo nacional-popular solo a partir de un núcleo duro identitario. Su hipótesis es otra: que sólo será posible enfrentar al mileísmo si se construye un gran frente político y social, capaz de trascender al peronismo y de interpelar a los sectores desencantados, empobrecidos y despolitizados por la crisis. En ese marco, la idea de unidad deja de ser una consigna vacía para transformarse en un principio ordenador.

El contexto no ayuda. El panorama internacional está atravesado por una crisis global múltiple: económica, política, ambiental y de representación. Las guerras, el endeudamiento, la fragmentación de los bloques de poder, la inflación estructural y el malestar social generalizado configuran un escenario de incertidumbre, donde las democracias tienden a debilitarse y las salidas autoritarias ganan terreno. En América Latina, los movimientos nacionales y progresistas han sido interpelados por el avance de nuevas derechas radicalizadas, que canalizan la bronca social con promesas de orden, mano dura y liberalismo extremo.

En Argentina, el experimento libertario de Milei expresa esa tendencia, pero con particular crudeza. Las políticas de ajuste brutal, desregulación y desmantelamiento del Estado están generando una situación económica y social explosiva, con consecuencias que aún no se terminan de dimensionar. El riesgo no es sólo la caída del poder adquisitivo o la pérdida de derechos, sino la fractura del entramado institucional y político del país. El sistema democrático mismo comienza a crujir ante la ofensiva de un gobierno que no respeta los límites republicanos y que basa su legitimidad en la confrontación permanente.

Frente a ese escenario, el sistema político tradicional parece paralizado. La dirigencia en su conjunto —con contadas excepciones— no ha logrado aún asumir la gravedad de la crisis ni ofrecer una salida superadora. La ausencia de una narrativa común, de un horizonte colectivo, de una propuesta integral, expone a la política a una deslegitimación creciente. En ese marco, el liderazgo de Axel Kicillof adquiere una dimensión distinta: no por un gesto mesiánico, sino porque representa una praxis política concreta que, al menos en el plano provincial, sigue ofreciendo resultados.

La interna bonaerense, entonces, no puede leerse sólo en clave partidaria. Es una disputa por el rumbo, por la forma de hacer política, por el tipo de vínculo con la sociedad que se pretende construir. Mientras algunos sectores parecen insistir en reproducir viejas lógicas de poder, otros —como el que encabeza Kicillof— entienden que sin amplitud, sin gestión efectiva y sin un proyecto colectivo, no hay destino posible para el peronismo ni para el país.

La convocatoria a elecciones separadas, ampliamente apoyado por la mayoría de los intendentes es, en ese sentido, más que un movimiento táctico. Es una apuesta a consolidar una identidad propia, anclada en la gestión, en el federalismo, en la participación democrática y en la construcción de una alternativa real al caos liberal. Lo que está en juego no es sólo quién conduce al peronismo, sino también qué peronismo se debe construir para enfrentar el nuevo tiempo histórico.

Esta construcción va a seguir en discusión ante la necesidad de plasmar las propuestas políticas en lista de candidatos para enfrentar las futuras elecciones. Las próximas etapas de la internas no estarán exentas de conflictos y enfrentamientos. Un mal manejo y la persistencia de cada sector de hacer valer sus propios intereses puede llevar a una división del peronismo ante las elecciones del 2025 y a un gran fracaso de los movimientos populares.

Mas allá de las diferencias políticas y personales que siempre están en juego, la gravedad de la crisis que se avecina debería hacer reflexionar a la dirigencia en la necesidad de la búsqueda de diálogos y consensos y sobre todo en la construcción de un proyecto de nación, encarnado ademas, en  nuevos liderazgos, que sumen y convoquen a todos los argentinos. 

El peronismo, como siempre, tiene que prepararse para dar respuestas a un pueblo que sufre, que esta solo y espera.

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