Pensar la marea verde: romper para rearmar

Sin ley, pero con una masa movilizada por el derecho a decidir la gestación, los cuerpos verdes inundan las calles e interpelan a las instituciones. Un hito entre la política y lo político, el alerta en los partidos y el vértigo de un devenir democratizador del goce.

16/09/2015. En la marcha de los lápices en Capital Federal, un grupo de investigadores en juventudes acompaña el acto y la organización de un centro de estudiantes de un colegio público. No más de diez chicas llevan las banderas en el subte para alcanzar el punto de encuentro con otras escuelas en el Congreso. Es su primer efeméride político-estudiantil al frente del centro. Una elección que le ganaron a otra agrupación conformada en su totalidad por varones. En la plaza, una investigadora les pregunta si tenían una diferencia de identidad partidaria o solo eran chicos versus chicas. Efectivamente, las pibas habían ganado por primera vez.

 

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24/03/2018. Tras el pañuelazo blanco convocado por Madres y Abuelas de Plaza de mayo como reclamo ante el 2×1 a genocidas, muchos manifestantes guardaron su pañuelo como símbolo del legado. El pañuelo blanco es una forma del pañal del hije/niete secuestrade, es la muestra de la maternidad arrancada, que une y que no suelta. En una nueva marcha del 24 de marzo, muches lo llevan atado a sus mochilas o a sus muñecas. Esperan el momento de desplegarlo para recordar a los 30 mil y gritar por memoria, verdad y justicia. Entre los jóvenes se encuentran los pañuelos verdes anudados con los blancos y el aborto legal es parte del comunicado de los organismos de DDHH.

 

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8/10/2018. En grupos pequeños, entre amigos y compañeros de colegio, miles de jóvenes se movilizaron hacia el Congreso. Glitter verde, bocas rojas y violetas, celulares cargados, paraguas, abrigos y mochilas para amortiguar la espera. Carteles para volverse un meme que pronuncie y grite a favor de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE), pero sin banderas partidarias o de organizaciones. Es decir, si hay algo que identifica a la marea verde es que es un hito de movilización y concentración masiva que politiza a una nueva generación de niñes, adolescentes y jóvenes a tomar la calle para canalizar una demanda: el derecho al goce.

 

Esta primera caracterización obliga a cualquier dirigente polítique no atribuirse el logro de la media sanción que obtuvo el proyecto por la IVE, ya que el carácter movimientista se fue gestando en los Encuentros nacionales de Mujeres (ENM) y en otras consignas como #NiUnaMenos y #8M. Sin embargo, nadie de la política puede mantenerse ajeno a lo que sucede en la interpelación ciudadana que se manifestó en el #8A, ni siquiera les analistas. ¿Cómo entender, entonces, a una fuerza no orgánica que postula y sostiene en la calle la consigna más progresista al interior de un gobierno de derecha?

 

Una de las claves es que la marea verde rompe con cualquier categoría política pero viene a transformar instituciones en tanto se conforma en una demanda democrática. Si bien se puede advertir que el uso del término demanda es deudor a Ernesto Laclau para pensar la democracia radicalizada, no podemos reducirlo a las categorías teóricas del autor. en ese sentido, a diferencia del populismo laclausiano, el movimiento heterogéneo del feminismo no tiene líderes, ni jerarquías de ningún tipo. Y eso no quita que presenta niveles de organización asamblearía para llevar a cabo su plan de lucha. Ahora bien, necesita de referentes que han sabido comunicar y convocar: actrices, cantantes, periodistas, e influencers de las redes sociales se han expuesto por la causa. Esto es, la demanda articuló por sí misma sectores que están al margen -porque nadie está afuera de lo político- de los debates públicos y de los cabildeos.

 

Sin embargo, genera resistencias porque todo proceso democratizador -en este caso del goce como lo planteamos con Florencia Galzerano no puede tener un objeto final, ya que su dinámica es poner en cuestión el acceso a un determinado bien y a la participación igualitaria en las decisiones que lo atraviesan. Confusión y vértigo son las dinámicas que le imprimen ritmo a este proceso que es develar tirar del hilo de la dominación patriarcal sobre los cuerpos no-masculinos.

 

La representación política

Los mecanismos institucionales, republicanos y pulcros, se siguieron tal como se establecía. Lo político entró en las reglas de la política, como bien diferencia Chantal Mouffe. Pero sin emancipación, lejos de producir una sutura que negocie, la marea verde arde. Esto es lo paradójico, en los legisladores del macrismo que destacan el debate, aún cuando no “cambió” nada sobre la cuestión. La clandestinidad se sigue cobrando vidas de mujeres y condena a otras a la gestación impuesta.

 

No obstante, la transversalidad de la votación parlamentaria parece indicar que el feminismo puede transformar los partidos políticos no solo en agenda, sino en su articulación con la sociedad civil. Quizás algo similar a lo que ocurrió con la aceptación social en torno a los reconocimientos de la diversidad sexual, a partir de la politización de la comunidad LGTBQI,que llevó a la inclusión de cuadros que tomen esas demandas, agrupaciones y secretarías con mayor o menor desarrollo.

 

La virulencia del debate por fuera de los canales institucionales alimenta las esperanzas de quienes suponen un “bloque feminista” multipartidario y heterogéneo. El problema radica en que las líneas ideológicas sobre la distribución de la riqueza y sobretodo, el rol del Estado en la economía que son evidentemente antagónicas. Por otro lado, en medio de una crisis de representación política que se agudiza, el movimiento feminista puede enriquecerse de la carencia de institucionalidad formal para forjar sus propios caminos.

 

Lo proyectivo del feminismo es la nueva oleada de politización de jóvenes que impulsó. Para muchos, la primera vigilia, la historización y complejizar los contextos son ejercicios militantes que ponen en cuestión las prácticas, los cuerpos y los deseos. Lo cierto es que tal juventilización no puede pensarse sin las políticas públicas del kirchnerismo que promovieron la organización desde la escuela media, pero sería impropio no observar que este proceso es deudor de las movilizaciones masivas de #NiUnaMenos y #8M. Ante el rechazo del proyecto de ley y la frustración, se erige la necesidad de organizarse para derrotar a los dinosaurios y empezar a socavar desde abajo. Tal como lo vienen haciendo desde el discurso.

 

Al interior de los partidos, se destacan referentes, pero no hay planes programáticos del feminismo. Tal vez, como producto de la misma fragmentación que alcanza al oficialismo. Por ejemplo, en el bloque Cambiemos no hay manual de marketing que explique este quiebre contingente entre “celestes” y “verdes”. Pero lo que se evidencia que el bloque de poder conformado entre liberales, neoliberales y conservadores no siempre pueden llegar al consenso. De algún modo, las decisiones de cada legislador estuvieron más encuadradas en la ideología que en las asesorías y resultados de los focus group.

 

Esto lleva a la pregunta por el 2019 -a menos como juego dado el dramático presente- y la conformación de las listas, dado que cerca de un tercio del electorado que es el más volátil, elige a personalidades y no a sellos partidarios, ¿quiénes encabezarán las listas de diputados y senadores con esta ruptura en cada bloque? ¿el feminismo logrará una renovación de cosmovisiones o una mayor reacción del fascismo? ¿será suficiente el pañuelo naranja -que postula la separación entre la Iglesia y el Estado- frente a la extensión territorial y mediática de las estructuras evangélicas?

 

En la peor de las coyunturas, el feminismo se presenta como el movimiento político más vivo. Potenciado por el hartazgo de miles de mujeres de las condiciones de subordinación, se organiza en un plan de lucha y transforma conciencias. Una defensa a la vida democrática.

 

Foto de apertura: Georgina García

 

 

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