Para que algo quede…

La siesta impiadosa. El fin de mes, horizonte dramático. La rifa y los tiempos, propios y ajenos, que se aprietan entre criptos y monedas que no alcanzan. Y siempre, el deseo. Por Rossana Nofal

En alguna siesta de provincia, a lo lejos, puede escucharse “si te quieres divertir/ con encanto y con primor/sólo tienes que vivir (¿pa’ dónde?)”, Un verano en Nueva York, el Gran Combo de Puerto Rico de 1975. Y también el NuevaYol de nuestro enero de 2025, versión reversionada de “los amigos caprichosos”, con otros tonos y con las mismas provocaciones. Es que cuando los Mad men se fugan, estamos los nosotros de dueños de la verdadera ciudad: “Fiesta folclórica tienes allá en el parque central”, lanzada por el rapero puertorriqueño Bad Bunny, la nueva musicalidad que tiene más de noventa y tres millones de oyentes según Spotify.

El verano va con sus modos de calor imprudente en esta ciudad de soles y extraños horarios para circular “cuando hace la calor”; en esta ciudad donde somos poquitos, pero somos un montón.

Desde Tucumán, desde los dos millones de habitantes, pienso en las escalas y en los números de las plataformas con esos raros peinados nuevos. Yo, que soy analógica porque pertenezco a una generación que en el año de la felicidad… tengo fe en que todo pasará sobre finales de los años sesenta. Me doy cuenta de una pérdida irremediable: en mi casa ya no hay ni un CD y, si los encuentro en algún olvidado cajón de la nostalgia y el siglo pasado, ya no tendría en dónde escuchar (que ahora se llama reproducir). Cambiamos el libreto: pero es así, soy una más “shh, cuidao, que nadie nos escuche” y voy con los millones globalizados y gustosos “los mío’ en el Bronx saben la que hay”.

Mientras suena y suena el parlantito en el baño que siempre vamos de la cama al living, van los personajes con esas cosas raras de las criptomonedas y la gran estafa. El ciudadano no sabe que es presidente, el asesor no cuida al mandatario, el periodista no le anuncia el guiño y se sale del guión, la entrevista no sigue el protocolo, todos “no saben lo que hacen”. No hay nombres, pero sabemos qué pasó, que Milei dijo, que Milei propició, que sabemos dónde vive y es un Twitter y, sin embargo, no es un presidente y nosotros sólo somos un número en el economista que vive dentro del hombre de las dos caras: una pública y otra cuenta personal que, en el mundo de las redes que propicia, es más pública que la cara pública del vecino de la cuadra. Las vistas suman millones y las salas nunca tienen menos de setenta veces cien. Parece que no se vio, pero dicen los que saben que se enojaron los de Nueva York.

En los domicilios del no lugar nadie sabe dónde vive, nadie en la casa lo vio/ pero todos lo escuchamos. Y el secreto se pasa de un rincón a otro. “Huelo rico y ando con los de cien/ lo tienes que mové”: una chica trabaja en una panadería, trabaja en una peluquería, mercería, kiosco, abejas y los diarios de papel que leen los abuelitos. La chica trabaja en negro, en blue, en blanco, en planta. La chica que trabaja me vende una rifa con dativo ético y enfático porque no llega a fin de mes, se aleja mucho. Con la cuenta va la propina, pero también viene el numerito en papel azul o verde. Anuncian un premio y todos sabemos qué de qué, y en nuestra carencia sumamos y ayudamos de pobreza a pobreza que es solidaridad de clase.

“Lo tienes que mové, ve-ve-ve… Shh”.

Otra chica trabaja en un laboratorio, la chica trabaja en un aula con tiza y pizarrón, la chica trabaja en una oficina, con mapas, escala, regla, compás y las libretas: la chica trabaja. En riesgo de despido en el próximo anuncio,cambia los dólares de caras chiquitas de la abuela; vende la casa y se come los ahorros, vende los billetes, que los oros se fueron en los noventa. La chica no llega.

Una y otra comparten la miseria, pudor y la vergüenza: es la culpa de no llegar o de no pertenecer al privilegio de la macroeconomía donde las cosas están bien. Aquí no. “La tuya: no alcanza”. Una y otra todavía esperan. Todavía cifran la esperanza en una promesa aunque las criptomonedas ahora horadan la piedra: en otro escenario se define el futuro y los de aquí vamos sólo del día a día alejados de cualquier lobby, entorno y empresarios.

Pero algo nos falta. Algo nos faltó. La salida ya la sabemos: es política. Entonces, el antiperonismo parece ser la clave de sentido para explicar por qué con este sí, con este no, y aguantamos y estiramos y deseamos. Son resto. Es de la urgencia y, sobre la inmediatez que no es contingente, abro juego y fuego. Busco tema, rema y razón. Fragmentos de un discurso amoroso, un pacto pueblo 17 de octubre y clamor popular.

El Partido Justicialista duerme algún sueño capitalino o de siesta de provincia sin parlante de barrio popular para que un Bad Bunny “te cante las cuarenta”. Como escribe Carlos Zeta en la redacción de Zoom: “recurren a la macroeconomía como argumento para justificar el oprobio de la vida cotidiana; y la aceptación de una vida cotidiana oprobiosa para que encajen los números más ajenos. Esa es la operación terrorífica en la que nos han metido”.

El laberinto que nos hunde, la nada misma que nos salva. Pero no llegamos. A fin de mes no llegamos. Cruce de clases en la misma materialidad de la carencia. Los de los ahorros ya no están. La versión del 1975 tiene una clave para entender el verano “Oye no me eches la culpa a mí,/échale la culpa a Justin Barreto/ que es el que tiene esto encendío/ ese es el señor que sabe”. ¿Volver a Cuba?

Una vieja cuenta un cuento y lo cambia por monedas en una terminal. Del Manifiesto aprendimos que, de alguna manera, el arte prefigura un porvenir y la burguesía anticipa que tienen ese algo rudimentario y genial que puede movilizar para que algo cambie. Esa clase a la que no llegamos, esa clase de la que nos caemos. Un fantasma otra vez nos recorre. Es sin miedo, sin sombras, sin espectros. Pero, por favor, que sea sin resignarnos. Encontrar una salida va más allá del “peronismo sí, peronismo no”, aunque los días felices siempre… Tener un resto, tener un deseo. Para que algo quede.

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