Pablo Ramos: «Quiero lograr que el hijo del explotado no vote más al explotador»

Escritor y guionista, rehúye de las convenciones literarias y reivindica la escritura como acción política. El largo camino al peronismo, rechazo a la Feria del Libro y una descripción del gobierno PRO: "Son los '90 sin swing".

Pablo Ramos habla de literatura y política, y viceversa. Ambas cosas, a la vez y sin puntos aparte. Se ríe, se fastidia, insulta, cuenta anécdotas –algunas muy graciosas, otras dramáticas–, cita autores y libros, se pone de pie, sale de la habitación, vuelve con una guitarra y toca unos temas. Parece importarle poco y nada caerle bien o mal a nadie, aunque traza con claridad el límite entre los propios y los ajenos, y así como es lapidario con los últimos, tiene mucho para exigirle a los primeros. Ramos (51 años, nacido en Avellaneda, vecino de La Paternal, escritor, guionista y músico) se mueve con solvencia entre un plano y el otro: del linaje peronista y sus expectativas en Máximo Kirchner, a la construcción del personaje como condición de la escritura y su íntimo rechazo a lo que llama “la literatura de la idea”.

 

El autor de El origen de la tristeza, La ley de la ferocidad y Hasta que puedas quererte solo –entre varios otros libros de éxito– no respeta esa distancia prudencial que los artistas suelen mantener con el mundo de la política. Hace exactamente todo lo contrario: se mete de lleno, a pecho descubierto, se tira de cabeza, y ese gesto, que el grueso de sus colegas desaconsejan, lo vuelve genuino. “Yo me la juego si estoy seguro. Y si no estoy seguro, me la juego también”, sostuvo Ramos, en diálogo con revista Zoom. Recordó que en su familia “estaba mal vista la cobardía”, en especial, “la de no opinar, no decir lo que uno piensa”. Esa pulsión afloró cuando ganó el Martín Fierro por el guión de Historia de un clan y se lo dedicó a Cristina Fernández. Era mayo de 2016 y el kirchnerismo colapsaba.

 

Hace un tiempo, Ramos colabora con el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi y su objetivo es claro: “Si me preguntás qué es lo que quiero hacer, quiero lograr que el hijo del explotado no vote más al explotador”. Para eso, su forma de concebir la literatura le parece un método válido. “La política es un sueño también, el mismo sueño que una obra de arte. Pero cuando digo arte no digo chamuyo, digo algo que se vislumbre, como una certeza”, sostuvo.

 

– ¿En qué venís trabajando con Ferraresi en Avellaneda?

– Construyo la gramática de la gestión. Por ejemplo, digo: “Soy Avellaneda”. O sea que soy muy importante. Yo nací en la Isla Maciel, soy de Sarandí. Pasé de falopero ilustre a ciudadano ilustre, podría decirse. La única ciudadanía ilustre que otorgó Ferraresi me la dio a mí. Y lo hermoso es que no nace solo de mí, sino de mi abuelo, Ramos, quien, analfabeto, funda con otra gente la primera biblioteca popular en Valentín Alsina: Veladas de estudio después del trabajo. ¡Mirá qué título! Mi abuelo era anarquista y ahí aprende a leer y a escribir. Avellaneda es un partido donde el Dock Sud tiene el 80% de la leucemia infantil de la provincia y de donde salió tanta gente valiosa: desde Perlongher hasta Luis Guzmán y Pizarnick. Además de algunos mala leche y Lanata (sonríe). Tiene dos clubes de fútbol increíbles, también está Arsenal. Es una ciudad con casi 300 mil habitantes, que tiene teatros como el Roma; una ciudad que llegó a tener como 8 cines y 80 y pico de clubes. Todo eso había desaparecido y vino un tipo, un peronista, que rescata todo, cada club, cada cosa. Jorge Ferraresi hoy es mi amigo y pongo las manos en el fuego. Yo soy de los que ponen las manos en el fuego. Es un tipo al que vos lo ves laburar. Ojalá hubiera estado Ferraresi cuando yo era chico, a eso me refiero.

 

– ¿O sea que aportás a la gestión desde tu conocimiento de la ciudad?

– Claro. Junto con dos amigos con los que hicimos la película El origen de la tristeza y ahora estamos haciendo una serie para Netflix, basada en mi novela El sueño de los murciélagos, creamos una productora, I Believe. Estamos manejando la comunicación del municipio, pero no de prensa, sino otro tipo de comunicación. Yo conozco el barrio. A mí primero me hizo ciudadano ilustre la gente. No pago en la pizzería, en la heladería, porque los nombré en un libro y eso para la gente tiene un valor. Soy el primero que rescata la costa de Sarandí, la última parte de la selva marginal del Amazonas. Yo lo hice en un libro y Ferraresi lo rescata como parque municipal. Y ahora hay que sacarle la mano de la boca a la morocha de Avellaneda. Toda la vida mi mamá se rió tapándose la boca. ¿Sabés cuánto le da Vidal a Lanús por habitante por año? $1.500. ¿Y a Avellaneda? $1,25. Pero donde hay un peronista hay gestión.

 

Foto | Georgina García
El chino, Sartre y la Feria del Libro

Ramos se define como “católico y peronista” y aclara que “eso no significa ser un reaccionario, para nada”. Como ejemplo, puso el caso del aborto. “Mis tres embarazos son mis tres hijos. No creo en el aborto, pero soy el primero en pelear por una ley de aborto. Es una decisión moral, no una decisión del Estado, prohibirla”. También se refirió a las drogas, uno de los tópicos de su vida y de su escritura, en una lucha por mantener el control frente a la adicción. “Las drogas deberían ser compradas en una farmacia, eso es lo que creo, yo soy peronista, ‘ahí donde hay una necesidad, nace un derecho’”, sostuvo.

 

De esa certeza se gatilla otra, sobre el rol político del escritor, donde Ramos va a fondo y sigue. “Arlt decía: ‘Entre los ruidos de un edificio social que se desmorona, escribir sin adornos’, esa respuesta estética para un problema moral. Pero vayamos a José Hernández Arregui, quien dijo que ‘en tiempos de un país colonizado, el trabajo del escritor es la militancia política’. Y los demás me importan un carajo”. A Ramos lo fastidia el mundo literario y sus convenciones, y prefiere mantenerse ajeno aunque no en silencio. “Yo no voy a la Feria del Libro, no me junto con escritores, no los aguanto, ¿sabés? Y mucho menos a los Alan Pauls. Tenés que caminar por tu barrio, tenés que ser importante en tu barrio, en tu medio, saludar al chino y si no lo hace, insistir”.

 

– Antes dijiste que querías lograr que en Avellaneda “el hijo del explotado no vote más al explotador”. ¿Cómo estás trabajando para eso?

– Por ejemplo, estamos haciendo con Washington Cucurto (NdR: escritor y fundador de la editorial Eloisa Cartonera) una biblioteca itinerante, donde llevamos 50 libros, que son de los pibes. Los hacemos con ellos y los dejamos ahí, fuera del ámbito de las bibliotecas del colegio, que son un depósito de libros, porque hay que anotarse y te dicen ‘cuidado con los libros’. ¿Por qué ‘cuidado con los libros’? Si un día tengo que apoyar la pava arriba de La náusea de Sartre, la apoyo. Arriba de Sartre no la apoyaría. Esa veneración… Una vez uno me dijo: ‘¿Sabés por qué lo libros van parados en la biblioteca?’. Le contesté que porque entran más. ‘No, porque los libros tienen que estar de pie’. Un estúpido importante. Yo no terminé la primaria, ‘no fui a la escuela, pero vivía enfrente’, como decía mi abuelo. ¿Qué, voy a perder tiempo en la Feria del Libro? Si antes de que saliera la primera nota yo había agotado cuatro ediciones. Del último libro vendí 20 mil ejemplares en 8 meses. Y después la revista Crisis dice ¿por qué nadie lee a Pablo Ramos? Ellos no me leen, la soberbia que tienen… Y en la academia me están dando y ya está.

 

– También estás haciendo radio en la medianoche de FM La Patriada, con el programa El origen de la tristeza. ¿Cómo te llevás con el formato?

– Nunca había hecho radio, pero me llamó el “Tano” Gentili –NdR: Director de programación– y se prendió Calamaro y me llamó el Indio Solari. Estoy improvisando, tratando de hacer esto que siempre hice, que es pensar y ver las cosas artísticamente. Mi abuelo era cantor, me crié con él, yo canto tango, compongo, tengo mi banda. Era mi plan A, la literatura era el plan B.

 

– Por lo que contás, no te genera problemas combinar lo político con la literatura. Es una amalgama que para muchos provoca controversias.

– No hay que mezclarlo con el libro. Ahí yo no hablo de política, a menos que escriba un libro de política. Pero una persona que no tiene opinión política es un estúpido. La palabra “apolítico” prácticamente significa estúpido. Pero si alguien es así, no te preocupés: nos hace un favor, no lo escuchamos y no lo leemos. El más grande escritor que tuvo este país, que fue Almafuerte, a la hora de fundar una escuela, pintaba la palabra “escuela” en una piedra y enseñaba a leer y a escribir a los pibes y se terminó. Y los Sonetos medicinales, los escribía y se los gritaba a los enfermos: “No te sientas vencido ni aún vencido, no te sientas esclavo ni aún esclavo”. Almafuerte creía en la poesía de verdad. Hoy la gente no cree en lo que hace. Para Kierkegaard, “la fe es la capacidad de soportar la duda”. Yo puedo soportar la duda de esta falta de fe. Militar tengo que militar porque me parece mucho más importante la gente que la literatura. No me parece importante la literatura, es importante en mi vida porque no podría haber sobrevivido sin ella, sin la que leí y la que escribí, entonces se hace importante. Porque frente a la desesperación es lo único que nos queda. No existiría la literatura si hubiese un mundo feliz. ¿Dónde viste literatura de la felicidad? Es de la pérdida.

 

– Borges decía que la felicidad es un fin en sí mismo, que no necesita de otras cosas.

– Claro. Nunca va a existir la felicidad, siempre vamos a tener que luchar contra la injusticia.

 

Foto | Georgina García
Vero

El ambiente de los escritores es un blanco recurrente para las quejas de Ramos, que se siente cómodo jugando al margen y desde esa periferia viene construyendo su obra. “Ahora, de repente, todos leen a Bukowski, porque patea a la mujer, porque toma cerveza. Y está bien, pero igual lo leen por lo peor de Bukowski. Y, de repente, escuchás: ‘Sí, el sistema de pensamiento de Spinoza’. ¿De qué hablan? ¿De qué están hablando?”, se pregunta, indignado. En su opinión, “tienen el mismo nivel intelectual de ese tipo que sale de blanco en la propaganda y dice ‘está científicamente comprobado’”. Considera que un talento que le otorgó Dios es “tener una enorme cintura para estar de afuera”, a lo que le suma el callo que le dejaron los golpes rectos de la vida. “Ir a laburar de tan chico, mi viejo en la cárcel, esta hermanita que murió ahora en diciembre…”, enumeró. Verónica falleció a fines del año pasado y el escritor estuvo casi dos meses en cama, tumbado por la tristeza. Luego, le dedicó Para no estar tan solo, una celebrada contratapa en Página/12.

 

Vero, una militante del barrio y su gente, movida por “la prepotencia del amor”, fue muy importante en su vida. “Cuando salgo de la cárcel de Caseros –recordó Ramos–, no tenía nada. Iba a caminar hasta la estación del ferrocarril y me iba a tirar abajo de un tren. Hoy te salvás porque no pasa. Pero ahí estaba mi hermana, con 16 años, y me dijo que estaba embarazada. Y la enterré en diciembre”.

 

Para hacer algo con ese dolor, va a dar un recital íntimo para no más de 40 personas. “Yo soy muy práctico, de la misma manera que encaré la política, ahora voy a encarar esto. Voy a dar un show que se llama Manual de duelo por Verónica, y voy a inventar ese manual porque nadie lo hizo”. Un día antes, junto a su guitarra, va a dejar unas tarjetas y unas lapiceras, y cada invitado “va a poner un nombre de alguien que extrañan mucho y lo va a tirar adentro”. Ramos va a tocar con esos nombres adentro. “Y cuando termine, esta guitarra no la voy a usar más y ya voy a estar mejor. Me lo inventé. La ficción para mí es eso. Es lo que dice Unamuno: Dios existe, los que no existe somos nosotros. Punto”.

 

Arte política

“A Máximo lo adoro. Tengo mucha fe en él como líder político. Por eso, me mata cuando algunos dicen ‘acá perdemos, acá ganamos’. Siempre perdimos y siempre luchamos. Siempre perdimos. ¿Si cuántos años de gobierno peronista, progresista, tuvimos?”. La desazón de Ramos apunta a ese desánimo que atraviesa al peronismo, que ve en 2019 un escenario con clima de derrota.

 

– ¿Te parece que el pragmatismo le ganó la pulseada a la política?

– El nuevo político. Yo no sé por qué el peronista entró en esto de competir con las reglas del reality, esa idea de que el reality le ganó a la realidad. Yo creo que en Avellaneda le ganás con la realidad al reality. ¿Sabés lo que hago en el programa de radio? Leo el Manual de conducción política de Perón. Es genial, es clave y es así. ¡No lo leen a Perón, no lo leen! Como no leyeron a Freud los psicólogos hasta que vino Lacan y lo leyó. No lo leen. Como no leen la Biblia los católicos. ¿Cómo un católico no va a aceptar a un homosexual? Acá todo se toca de oído, pero siempre fue así. Y hay algunas personas que tienen la lucidez de decir “a ver qué podemos hacer”. No quiero ningún puesto político, ni lo voy a tener, me han ofrecido de todos lados, pero jamás. Estuve como escritor, estuve becado, estuve apoyando. Cuando el kirchnerismo venía así (NdR: hace el gesto de caída en picada con la mano), yo estaba ahí, con el Martín Fierro, dedicándoselo a Cristina. Yo estaba seguro de que ella no tenía nada que ver con López y todo eso. Yo estaba seguro y estoy seguro. Bueno, yo me la juego si estoy seguro. Y si no estoy seguro, me la juego también.

 

Foto | Georgina García
– Te diría que, en bloque, los artistas en este tema son siempre más cautos.

– Toda la vida fui así. También hay una cuestión de actitud, quizás de barrio. La cobardía en mi familia estaba mal vista; no me refiero solo a pelearse, que es fácil, más cuando tenés medio desprecio por tu vida. La cobardía es no opinar, no decir lo que uno piensa. Por ejemplo, sacar una novela como En cinco minutos levántate María después de La Ley de la ferocidad, es un acto político. Es tomar a la mujer más despreciada, la mujer de ahora de 70 años, esa que le hizo caso al marido, y desde ella construir un pensamiento y una novela. Eso es más transgresor que, no sé, vomitar o escribir sin coma.

 

– ¿Alguna vez escribiste por encargo?

– Nunca en mi vida. A mi hoy una editorial me daría 100 mil pesos por cada idea. Tengo diez libros empezados, es un palo, pero refiero pedirle fiado al chino. Tengo casi las mismas páginas inéditas que publicadas. Pero, pará: ¿soy humilde? No, soy inteligente, me va re bien. Publiqué mi primer libro a los 38 años y hoy vivo de los derechos de autor. Porque a la gente le gusta el tipo consecuente, lo banca. Me dijo mi abuelo: “Si tenés que apostar por tus ideales o por una fórmula que te asegura no sé qué, apostá por tus ideales”. De última, no te defraudás. Te salió mal pero te quedaste en la tuya. Por ejemplo, Abal Medina. Cuando asume como jefe de Gabinete, aparece con cuatro guardaespaldas. Si no te conoce nadie en la calle, ¿para qué te deschabás con los guardaespaldas? Pero le encantó. Mirá dónde está ahora. ¿Cómo hace para dormir? Pero eso hoy no está visto como traición, sino como una estrategia.

 

– ¿Como la actitud de un profesional de la política?

– Claro, como Randazzo.

 

– Entonces, ¿creés que el criterio que aplicás a tu obra sirve en política?

– Eso es la política. Es un sueño también, es el mismo sueño que una obra de arte. Cuando digo arte no digo chamuyo, digo arte, algo que se vislumbra, como una certeza que tenés. ¿Cómo hago esto en Avellaneda? ¿Cómo escribo una novela? No tengo un mango, vendo mi empresa, me quedo con plata que me agarra el coralito. ¿Qué hago? ¿Sabés cómo se escribe La ley de la ferocidad? Con la máquina de escribir. Mirá, hay dos formas de ver la vida. La manera en que la ve Abal Medina es tirarse de la Torre Eiffel y decir “hasta acá todo bien, hasta acá todo bien, hasta acá todo bien”. Abajo, se la va a dar. Ya se la dio, pero ni se da cuenta. Y la otra es la historia de ese dibujante que ganó un concurso para dibujar todos los pájaros de Estados Unidos. Al otro día, se levantó, agarró un lápiz y dijo: “¡Todos los pájaros!”. Y se agarró la cabeza. “¿Qué te pasa, hijo”, le preguntó su abuelo. “Nada, usted no va a entender”, le contestó. Pasaron los días y el abuelo insistía. “Tengo que dibujar todos los pájaros de Estados Unidos, ¿Cómo hago?”. Y el abuelo le dijo: “Pájaro por pájaro”. No hay manera, no hay atajos. Es pájaro por pájaro.

 

Política y arte

“Yo no soy político. Entonces, ¿qué hice? Agarré el Manual… y me puse a leer. Ahí está todo. Dice que a la doctrina no sólo hay que conocerla, hay que ejecutarla, hay que amarla. Es San Pablo hablando de las virtudes teologales. Y yo amo a la doctrina, porque jubiló a mi mamá”, resumió el novelista.

 

Su madre, que cada noche le leía un cuento, hoy tiene 75 años y todos los martes va a leer para los chicos de la Casa Cuna. En la infancia del escritor, ella trabajaba en una fábrica de fósforos de cera, armando las cajas. “Los fósforos se encienden, ¿sabés? Mi mamá leía cuentos y yo le pasaba las páginas de cómo tenía la yema de los dedos. Yo soy escritor porque ella, todas las noches, me leyó”, aseguró Ramos. Y después, lanzó una adivinanza:

 

– Si le preguntás a cualquier escritor cuál es el comienzo más importante de la literatura, ¿qué responde?

– ¿“Había una vez”?

– “Había una vez”. Qué había una vez, dónde y cuándo y por qué. ¿Y qué único principio lo superó?

– …

– Pinoccho. “Había una vez un rey en su castillo encantado, pensarán ustedes mis pequeños lectores, pero no, había una vez un pedazo de madera”. El primer “había una vez” peronista. No es sólo de ellos, también con un pedazo de madera hay una historia, más fascinante todavía. Un pedazo de madera, no de ébano, no de cedro. ¿Qué libro, no? Tiene más bibliografía Pinoccho que el Ulises.

 

– No deja de ser llamativo que puedas aplicar esa mirada a lo político.

– Si lo hace de una manera menos hermosa, menos nuestra, Durán Barba. De una manera vacía, fría, por dinero. Esto es por amor, ahí cambia el sentido. “Podés hablar la lengua de los ángeles, podés tener la fe que mueve montañas. Si no tengo amor soy una campana que resuena”. San Pablo habló del significante dos mil años antes que Lacan. Si no tengo amor, no soy nada.

 

– ¿Hay una literatura macrista?

– ¿Qué significa macrista?, sería la pregunta. Puede haber una literatura buena macrista. Por ejemplo, yo considero a La ley de la ferocidad una novela menemista, porque Gabriel es un personaje de cocaína.

 

– Es muy de los 90.

– Sí, y estos son unos 90 sin swing. Carlitos tenía la Ferrari, la Yuyito (NdR: imita la pronunciación del expresidente) y el “deme dos”. De última, la fiesta era un poquito más repartida que esto. Acá puede venir otra vez el cine de la Valiente muchachada de la armada.

 

– ¿El club del Clan?

– Claro, todo eso. Fijate lo que pasó con Fito Páez. Yo me quedé helado. “Shanana na na aleluya/ Al sol/ Shanana na na aleluya/ Al sol/ Porque solo se trata de verte reír/ Porque todo es hermoso y que seas feliz”. Guarda, es un tipo que tiene un pensamiento, guarda, porque te distraés, ¿viste? Yo creo que esa literatura existió siempre y es la literatura de Alan Pauls, con Historia del pelo, la literatura de la idea literaria. Lo que yo tengo es un personaje que construye un lenguaje, que se construye. Entendieron mal a Beckett. El Innombrable está escrito desde el personaje hacia el lenguaje.

 

– Antes, te preguntabas qué significa el macrismo. ¿Qué respuesta tenés?

– Para mí, es la confirmación de que no hay que subestimar jamás a la mentira, de que no hay que subestimar esto que dijo Goebbels, “miente, miente que algo queda”. Miente, miente que mucho queda. Sé espectacular, prometé cualquier cosa en la campaña, pero no patees a un perro, porque si lo hacés, perdés las elecciones. El macrismo es la confirmación de que un presidente puede ser un actor medianamente entrenado, que sigue el librero –literalmente, porque a Macri le han pasado teleprónter– que pone una corporación. Es la confirmación de que contra lo que peleamos es muy, muy, muy grande.

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