¿Quiénes vienen ganando hace tiempo en la historia argentina? (salvo, en lo que va de este siglo, por el período 2003 -2016, donde esos que no ganaron tampoco perdieron, sino que tuvieron que resignar algún beneficio). La respuesta es obvia, los grandes grupos económicos y financieros nacionales y extranjeros. Son los que apoyan y hasta han redactado las normas (DNU 70 y Ley de Bases…), coordinados por Sturzenegger, a través de sus leguleyos a sueldo.
Mucho dará para la historia anecdótica el peculiar carisma del presidente, sus excentricidades y una forma de hacer política asociada a lo “nativo-digital”, que privilegia el uso de las redes sociales por sobre la comunicación institucional. Vincula su retórica con una rebelión contra la clase política tradicional, sumado a una especie de goce sádico y emociones violentas, frente a “zurdos”, “curros”, “corrupción”, “gestores de la pobreza”, pañuelos blancos, verdes y morados, en suma, lo que él definió como: “la casta”. Chivos expiatorios, adoctrinamiento, despidos masivos, y cierre de agencias públicas relacionadas con las funciones de un Estado democrático en materia social, cultural, de políticas públicas en materia de derechos humanos, igualdad y no discriminación, en general.
Más allá de estilos personales de los libertarios y su jefe, de la retórica y del bombardeo de (des)información de las batallas “trollicas”, la realidad histórica es que Argentina está enfrentando un ajuste estructural acelerado en un corto período de tiempo. Un ajuste que es semejante, por sus consecuencias sociales, al vivido durante la pandemia de COVID-19, o los dos primeros años del Proceso de Reorganización Nacional, durante el siglo pasado. En poco más de tres meses (cuando escribo estas líneas el gobierno Milei lleva 102 días) ha bajado el consumo en más de un 20%, la inflación ha alcanzado casi un 70%, y se han generado más de 3,6 millones de “nuevos pobres “. No veníamos del paraíso, ni mucho menos, pero ahora nos vemos arrojados a un precipicio donde no se avizora el fondo o, también, en esta época de cambio climático, tornados y “superceldas”, arrastrados por la corriente a una boca de tormenta que nos succiona.
Milei parece un excelente discípulo de Milton Friedman, quien a su vez es discípulo de Friedrich Hayek, de la “Escuela de Viena”. Hayek fue un precursor en el arte de aprovechar las oportunidades de ganancia económica que las catástrofes políticas, bélicas, sociales y ambientales proveen para imponer las políticas de ajuste estructural neoliberal. Dictaduras militares como la de Chile, reconstrucción de escenarios devastados por la guerra, como en Irak, o por huracanes, como el Katrina, son todas oportunidades para reconstruir los lugares desde el paradigma económico neoliberal.
Desconozco si el presidente ha leído el libro La doctrina del shock. El auge del capitalismo de desastre, de la periodista, intelectual y activista canadiense Naomi Klein. Naomi describe cómo un shock militar, bélico y económico, provocan la penuria social. Un mecanismo a través del cual se deja a los pueblos –por un tiempo— sin las condiciones de defenderse. Son privados de garantías y permeables a la reorganización, de la reconstrucción de sus relaciones sociales, en definitiva, de sus vidas, de una forma que genera ganancias extraordinarias para el capital invertido en esos objetivos. Klein señala cómo los gurúes del neoliberalismo están ahí, pendientes, para proponer drásticas soluciones en base a su ideología económica y política. Esta misma intencionalidad se demuestra en muchas de las intervenciones del actual presidente (durante la campaña e incluso una vez electo).
A partir de la asunción de Milei, la retórica discurre por lugares que, haciendo un poco de memoria, nos resultan conocidos: “hay que pasar el invierno”, “cirugía mayor sin anestesia”, “brotes verdes”, a los que ahora agrega “en 50 años seremos como Irlanda”, etc. Todo acompañado con estadísticas y datos históricos muy discutibles, como que “Argentina fue primera potencia mundial” hacia principios del siglo XX.
La peculiaridad argentina, como en tantos otros aspectos, aparece también aquí. Está dada por el hecho incontrastable de un candidato que, solo en el último tramo de la campaña electoral disimuló un poco sus intenciones de producir el “shock” ¡y obtuvo el apoyo de casi el 56% de los votantes! No hubo guerra, no hubo tornado, no hubo dictadura. En realidad, lo peor de la catástrofe social está por llegar, pero los nubarrones ya arrojan pesado granizo sobre los cuerpos. El argumento de la legitimidad de origen, es el más sólido que esgrime el nuevo gobierno para respaldar sus medidas. “El pueblo votó el cambio”. Y mantiene todavía un nivel de aprobación que no se corresponde con la magnitud del ajuste que está llevando adelante. Claro que eso fue facilitado por las inconsistencias, errores y omisiones del gobierno de Fernández y Cía.
El escenario, si “la historia la escriben los que ganan”, es distópico. Una semicolonia exportadora de gas, petróleo, litio donde sobran millones de personas empobrecidas, sostenida por la represión, facilitada por el miedo, donde cada dos años podremos seleccionar de entre las elites plutocráticas a los representantes financiados por los grandes grupos económicos y financieros, legitimados por los medios y las redes sociales. Una plutocracia gobernada por el poder financiero, donde, a contrario de la democracia, cualquiera no puede ser elegido.Un Estado ausente de sus obligaciones sociales, ambientales, educativas, sin herramientas de regulación social para el bienestar general, gestionado por la rotación de los CEOs de las grandes corporaciones.
Pero la historia no esta terminada. La hacemos también los millones de mujeres y hombres. Incluso los y las que votaron al actual gobierno. Eso quiere decir que hay otra historia, compuesta de muchas historias de solidaridad, comunidad, de cuerpos aliados en movilizaciones, huelgas. Otra historia que se escribe, como decía Walter Benjamin, a contrapelo, y que recién está iniciando, puede, debe, abrir el futuro.