¿Más cerca de China? Colombia designa a un cineasta y exmilitante maoísta para su embajada en Pekín

El presidente Gustavo Petro designó al frente de una embajada estratégica al director de cine Sergio Cabrera, un intelectual de izquierda que se formó ideológicamente en la República de Mao. Qué consecuencias tendría un mayor acercamiento de Colombia al gigante asiático para la geopolítica regional.

El mapa que registra los principales flujos de importación en Sudamérica muestra la creciente incidencia de China en la región. En los últimos veinte años, la potencia asiática se convirtió en un proveedor comercial prioritario para gran parte del subcontinente. Solo cuatro estados de América del Sur siguen recibiendo una cantidad principal de bienes de EE.UU.: Guyana, Surinam, Ecuador y, el más grande entre ellos, Colombia.

El país que ahora gobiernan Gustavo Petro y Francia Márquez está atado a lazos de dependencia de los EE.UU. que van más allá de lo comercial, como contó Revista Zoom en este artículo. Pero esa situación puede cambiar si el nuevo gobierno consolida su vocación soberana. Para ello, puede ser beneficioso reducir el flujo económico desde el país del Norte y priorizar, en cambio, inversiones chinas, como han hecho en las últimas décadas otros países de la región.

Como parte de una nueva “ruta de la seda”, que se propone unir los cinco continentes a través de una red de grandes proyectos de infraestructura, China proyecta construir en Panamá una línea de tren de alta velocidad y un cuarto puente sobre el Canal bioceánico. En Ecuador, dos puentes y siete centrales hidroeléctricas. Entre Brasil, Bolivia y Perú, un ferrocarril interoceánico que conecte la costa atlántica con el primer puerto latinoamericano manejado por capitales chinos en el Pacífico. Entre Bolivia, Chile y Argentina, la mirada asiática está puesta en el “triángulo del litio”.

No se trata de proyectos de beneficencia: la expansión de China puede resultar tan compleja como cualquier otra incidencia de una nación poderosa en la economía de países empobrecidos.

Aún con esa complejidad, la designación de Sergio Cabrera al frente de la embajada en Pekín parece ser un buen punto de partida para que Colombia pueda, al menos, empezar a negociar con otros actores, diversificar sus relaciones comerciales e ir disminuyendo su dependencia de la economía norteamericana.

La estrategia (china) del caracol

Sergio Cabrera se crió en Medellín, en los años 50’, escuchando relatos de la resistencia al fascismo que le contaba su padre, Fausto Cabrera Díaz, sobreviviente de la Guerra Civil Española. La historia de Fausto era trágica pero a la vez apasionante: su abuelo había sido un coronel del antiguo Cuerpo del Estado Mayor del Rey y su tío un comandante del Ejército del Aire de Cataluña que se había pasado al bando republicano para luchar junto a él. Eso les costó persecuciones y exilios. Partieron primero a Francia, después a República Dominicana y finalmente a Colombia.

Fausto Cabrera fue, además de republicano y antifascista, actor y fundador de la televisión en Colombia. Sergio admiró su arte y su compromiso político. Junto a él se formó ideológicamente. Su paso por la China maoísta fue parte de esa formación.

En un libro reciente, Volver la vista atrás, el escritor Juan Gabriel Vázquez cuenta detalles de la vida de Sergio Cabrera que ayudan a calibrar el compromiso de aquella experiencia y su posterior participación en la guerrilla de su país.

Sergio tenía 13 años cuando Fausto Cabrera decidió mudar a todo el grupo familiar a China. Mientras su padre daba clases en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pekín como parte de su compromiso con la revolución, Sergio y su hermana menor Marianela se integraron a un grupo estudiantil llamado Guardia Roja. Allí el actual embajador aprendió el idioma mandarín. “Al cabo de tres meses olvidé por completo Colombia y me instalé en la forma china de vivir. La Revolución Cultural fue terrible pero, incluso con eso, China era un país ejemplar”, afirmó Cabrera años después.

La revolución maoísta le ofreció formación teórica, le permitió conocer de cerca la vida de la clase obrera china, y también le brindó capacitación para la lucha armada. Cuenta el escritor Vázquez en el libro sobre Cabrera:

“El curso de Sergio —muchachos que andaban todos por los quince años— había comenzado a recibir adiestramiento militar. Dos veces por semana, Sergio pasaba por un entrenamiento exigente en el manejo de armas de fuego y el uso de granadas, y aprendía a luchar cuerpo a cuerpo y a cargar con la bayoneta. (…) Sergio descubrió un fervor que no había sentido hasta entonces. ¿Era uno de ellos? Sí, se había convertido en un estudiante sobresaliente, y pasaba largas horas metido en la gramática y la caligrafía de su nueva lengua, escrutando sus secretos, investigando sobre su historia; y su historia era también la de la cultura que lo había recibido”.

Cuando cumplió 18 años regresó con su familia a Colombia. La participación en el Ejército Popular de Liberación (EPL), la guerrilla pro-China que durante las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado intentó hacer su aporte a la revolución en su país, también fue una aventura familiar: su padre Fausto y su madre Luz Elena, él y su hermana Marianela, todo el grupo fue parte, con distintos compromisos y roles.

“Estuve al principio en la guerrilla urbana, hasta que un incidente hizo aconsejable que nos fuéramos al campamento. Estuve cuatro años y ocho meses, y allí me di cuenta de que la guerrilla no era el sueño que yo me había hecho”, contó Cabrera en una entrevista al diario El País.

Tras esa experiencia, en 1972 decidió volver a Pekín, a estudiar Filosofía en la Universidad.

Después vendrán sus estudios en la Escuela de Cine de Londres y sus producciones más emblemáticas: La estrategia del Caracol (1992, un clásico que lo consagró en el Festival de Cine de Berlín; en la película su padre Fausto interpreta a uno de los personajes más entrañables, el viejo anarquista Jacinto Ibarburen); Golpe de Estadio (1998, donde cuenta con humor y sensibilidad cómo guerrilleros y militares terminaron viendo juntos, con la única antena disponible en la selva, el partido que Colombia le ganó a Argentina 5 a 0); Perder es cuestión de método (2005, basada en la novela de Santiago Gamboa); una serie para televisión sobre la leyenda del vallenato Rafael Escalona (1990, interpretada por Carlos Vives), otra sobre la heroína de la independencia Policarpa Salavarrieta (2010) y otra sobre el humorista asesinado presuntamente por orden del Ejército, Jaime Garzón (2017).

Su paso por la política formal fue breve. En 1998 fue electo diputado por el Movimiento Colombia Siempre. Allí conoció a Gustavo Petro, quien reconoce que “nos hicimos amigos rápidamente”, según cuenta en su autobiografía. Por esos años, ambos compartieron el viaje de un grupo de congresistas a China, en el que Cabrera tuvo un rol protagónico por conocer el idioma y la cultura.

Durante los últimos años el cineasta acompañó con expectativas las negociaciones de paz con las FARC y mantuvo sus posiciones progresistas respecto a las distintas coyunturas que atravesó el país.

A la espera

“Ya envié la hoja de vida a la Cancillería, falta un proceso tradicional, que es el beneplácito, así como una serie de trámites, toda la parte burocrática que se acostumbra en estos casos”, declaró Cabrera en una entrevista radial, tras ser designado.

A los 72 años, el cineasta encara un nuevo desafío que lo llevará otra vez a China, ahora en representación de su país. La oposición de derecha cuestionó su falta de “carrera diplomática”. Pero debe haber pocas personas en Colombia que conozcan tan bien la idiosincrasia del pueblo y de los dirigentes con los que deberá negociar.

Al igual que sucede con otros aspectos sensibles de su agenda de cambios, el gobierno colombiano tendrá que manejarse con pies de plomo también en la búsqueda de equilibrios geopolíticos. Por un lado, la política anti extractivista de Petro y Márquez es un límite para proyectos de infraestructura que dañan el medio ambiente. Por otro lado, reducir la incidencia económica de los EEUU en el país deberá ser un proceso gradual: es cierto que este nuevo gobierno es resultado de un triunfo histórico, pero no sucedió una revolución social que habilite cambios radicales.

Todavía es prematuro arriesgar cuánto margen de maniobra puede darle a Colombia una relación comercial más fluida con China, y cuánto del esquema de poder regional se puede alterar si el gigante asiático sigue ganando terreno en el “patio trasero” de los EE.UU. Por ahora, hay que tomar nota y, como indica la filosofía oriental, saber esperar.

Pablo Solana es columnista de la Revista Lanzas y Letras y editor de La Fogata Editorial (Colombia)

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