Más allá de la madre de todas las batallas

Las elecciones no se limitan al conurbano: un repaso por los movimientos peronistas, panperonistas, rebeldes y dialoguistas a lo largo del país y cómo el '17 puede prefigurar el '19.

Varios gobernadores peronistas acordaron trabajar en común una vez finalizadas las elecciones de renovación legislativa, en las que cada uno definirá en su respectivo pago chico. Al mismo tiempo, el presidente del bloque de senadores del Frente para la Victoria-PJ, Miguel Ángel Pichetto, participó junto a Ernesto Sanz y Federico Pinedo de un acto en la cámara alta en el que disertó uno de los artífices de los Pactos de la Moncloa en España. La política se mueve más allá de la provincia de Buenos Aires, aunque a veces pareciera que todo se definiera allí. Por el peso específico de quienes podrían ser los contendientes y porque el macrismo lo asume como su duelo más trascendente.

 

¿2017 determina 2019? ¿Acaso Antonio Cafiero, el gran triunfador en las urnas de 1987, fue presidente dos años después? ¿Y cómo le fue en 1999 a Graciela Fernández Meijide, que se robó las tapas de los diarios del lunes posterior a las intermedias de 1997? Perdió la gobernación bonaerense ante Carlos Ruckauf luego de haber sido derrotada en la interna presidencial de la primera Alianza contra Fernando De la Rúa, de cuyos decretos quedó a tiro como su primera ministra de Desarrollo Social. Sergio Massa, por último, no repitió en 2015 su éxito de 2013.

 

Cuando se contaron los votos de las PASO hace dos años, aunque se tuviera fe en la victoria de Daniel Scioli en primera vuelta, quedó claro que se había terminado una era: la fase hegemónica kirchnerista que se había iniciado en 2003. Carlos Menem se retiró del balotaje que debía disputar frente a Néstor Kirchner porque el pronóstico más suave lo daba 70-30 abajo. Cristina Fernández venció en 2007 y 2011 batiendo récords en ambas ocasiones: en una, por la ventaja que sacó sobre sus ocasionales segundos, y en la otra, por la cantidad de sufragios, que la convirtió en la jefa de Estado más votada de la democracia recuperada en 1983. Ya no más: la hipótesis sciolista era apenas superar el 40% y esperar que Macri quedara diez puntos o alguito más detrás de esa cifra. La política argentina, definitivamente, había cambiado. En eso andamos aún.

 

La constitución de Cambiemos fue lo que reconfiguró el escenario. Durante el kirchnerismo, el liberalismo no tenía modo regular de alterar el rumbo gubernamental, porque los partidos que lo expresan carecían de poder de fuego: PRO era todavía un armado vecinal, la CC-ARI otro tanto y la UCR tenía fisurada su vértebra nacional desde el cierre caótico de De la Rúa. Por eso hoy todas las voces peronistas hablan de ampliar su marco de acuerdos: ganar se ha vuelto mucho más difícil para esa familia en tanto y en cuanto se sostenga la coalición oficialista.

“¿2017 determina 2019? ¿Acaso Antonio Cafiero, el gran triunfador en las urnas de 1987, fue presidente dos años después?”

Aunque Ignacio Zuleta suele recordarnos, con acierto, que la reforma constitucional de 1994 aumentó el peso de PBA y CABA en el comicio presidencial, y que por ello dicha competencia viene siendo copada por oriundos de esas latitudes (CFK, Ricardo Alfonsín, Elisa Carrió, Scioli, Macri, Massa), conviene no subestimar al interior. El actual presidente necesitó del tronco federal radical, y fue el resultado cordobés -no el de La Mazorca- lo que definió la segunda vuelta.

 

Estando hoy el espacio panperonista disgregado, habiéndose fortalecido los liderazgos locales que supieron aprovechar con su gestión los beneficios del derrame del crecimiento 2003-2015 y con un no peronismo robustecido, hoy cada segmento justicialista vale más que antes. Y se harán valer. Tanto el aglutinamiento de los gobernadores como la señal de Pichetto lo indican. Se trata de advertir que no bastará con ganar en PBA para convertirse en nueva síntesis. Esto va tanto para CFK como para Florencio Randazzo, quienes mientras resuelven si su unidad es con o sin PASO, deberían prestar atención a los desplazamientos de todo el mapa para afinar la puntería de su proyección.

 

El mosaico está fragmentado en localismos más que nunca antes. Y eso también influye.

“Estando hoy el espacio panperonista disgregado, habiéndose fortalecido los liderazgos locales que supieron aprovechar con su gestión los beneficios del derrame del crecimiento 2003-2015 y con un no peronismo robustecido, hoy cada segmento justicialista vale más que antes. Y se harán valer”

Hasta acá, el peronismo del interior ha durado prestándole gobernabilidad a Macri a cambio de la propia, mientras la jefa del sector kirchnerista mantuvo su intransigencia para con ellos sentada sobre su consenso, que no es poco pero que tampoco es suficiente. Así seguirá siendo mientras la interna del PJ no se pacifique. Ya lo anticipó el mandamás cordobés, Juan Schiaretti, quien declaró que anhelan colaborar con el inquilino de Balcarce 50… pero que eso debe ser recíproco. Ese comportamiento tiene límites. Y se han exhibido en lo que lleva de vida la CEOcracia: así, Gildo Insfrán lideró la desautorización de Pichetto cuando, supuestamente en nombre de los mandatarios provinciales, había pactado con Olivos la aprobación del voto electrónico. Y se burla de su par salteño, Juan Manuel Urtubey, al que ha bautizado como “embajador del PRO en el PJ”.

 

Del mismo modo, Alberto Rodríguez Saá se ha entendido con el Instituto Patria desde que Casa Rosada pretende intrusarle San Luis explorando enojos al interior del oficialismo doméstico. El pampeano Carlos Verna también zapatea de rebeldía cada tanto. En La Política Online se contó que estos dos, junto al formoseño Insfrán y al tucumano Juan Manzur figuran en la lista de enemigos amarilla. Y no han faltado chisporroteos por el clásico de siempre: la coparticipación. Dicho sencillo, no falta margen para articular la vigente dispersión subnacional.

 

El peronólogo Pablo Ibáñez escribió alguna vez que el kirchnerismo sin el pejotismo carece de poder y que el último sin el primero adolece de proyecto. No vale la queja de la tropa cristinista por lo que llaman oportunismo de gobernadores e intendentes. Son instrumentos de la política, que lógicamente se acercan al poder para proveerse de lo necesario para conservar el territorio propio. Si desconfían de la electorabilidad de Cristina, y con eso ya no alcanza para subordinarlos, pues lo que toca es juntar los pedazos para conformar nuevamente un coctel competitivo. El desafío del regreso, en definitiva, es el de reencontrar alma y cuerpo. Ceder es tomar nota de nuevos climas históricos.

 

2017 puede servir para frenar a Macri, pero es apenas el reparto de fichas del juego de 2019.

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