Los jueces federales no se suicidan… y otros sesgos cognitivos

Casi nadie creyó que la muerte del juez federal Pablo Seró, tras car de una azotea el pasado jueves, se tratara de un suicidio. ¿Por qué nuestra sociedad tiende a buscar otro tipo de causas frente a estos acontencimientos? Por Américo Schvartzman, desde Concepción del Uruguay.

Faltaban minutos para las diez de la mañana del jueves 9 de enero. El estruendo fue precedido por un grito. En la esquina de Eva Perón y Galarza, frente a la plaza principal, el cuerpo de un hombre de mediana altura cayó sobre un Chevrolet Cruze color bordó estacionado sobre la primera calle. El impacto destrozó parte del capó y el cuerpo rebotó ya sin vida hacia la vereda, para espanto de transeúntes, en esa esquina donde convergen los dos edificios más altos de Concepción del Uruguay. Enseguida, los presentes, avisaron a la Policía. La jefatura está ubicada, a pocos metros de la vereda donde quedó el cuerpo del juez federal Pablo Andrés Seró.

“Piensa mal y acertarás”

En español se registra este refrán desde hace al menos cuatrocientos años. Solo en el siglo XIX hay tres obras literarias así tituladas, una es la del Premio Nobel José Echegaray. En la psicología científica se lo asocia a un sesgo cognitivo —esos “atajos mentales” que determinan nuestro pensar— al que se conoce como “falacia del peor motivo”.

La frase es representativa en una sociedad que aún discute si Mariano Moreno fue envenenado o no (cuando aún no había fake news o posverdad) y en la que, mucho más cerca, casi nadie cree que haya sido suicidio lo de Alfredo Yabrán o lo de Alberto Nisman, diecisiete años más tarde. Es que los poderosos no se deprimen, no se suicidan, no mueren como los demás mortales.

En este contexto, la muerte de un juez federal tras caer desde la terraza de un edificio ¿podía haber sido recibida de otra manera que no fuera con una enorme desconfianza? ¿Es una característica arbitraria del “ser nacional”? ¿O la realidad argentina rebosa de casos irresueltos, envueltos en tinieblas, impunes? 

“No tengo pruebas, pero no tengo dudas”

El cuerpo del juez cayó a una cuadra del despacho donde desarrollaba sus labores cotidianas. Allí, esa misma mañana, Pablo Seró firmó resoluciones y luego se dirigió al edificio Antares —donde está el departamento que hasta hace pocos meses ocupaba su madre, hoy en un geriátrico. Antes de salir le dijo a otro funcionario judicial: “Después paso a tomar unos mates”. Seró llegó al edificio, habló con el portero y pidió subir a la terraza, el último piso de los diez que tiene esta torre habitacional. El juez le dijo al portero que quería ver unas chapas del juzgado federal que había que cambiar.

Para el mediodía, los medios de la ciudad y la región daban la noticia: “Se quitó la vida el juez Seró”. Las primeras informaciones no daban lugar a la duda. El juez subió solo. El jefe de Policía, comisario Esteban Allegrini, lo confirmó en diálogo con la radio LT11 —la radio pública del Estado nacional hoy casi desguazada por el Gobierno de Javier Milei: no había nadie más con él en la terraza del edificio.

Por un rato, el extravío del celular del juez atizó más rumores. Pero poco después se confirmó que se lo encontró en su despacho. 

El impacto en medios de alcance nacional fue inmediato: quizás porque en enero suele haber sequía de noticias, pero sobre todo porque no todos los días muere, y de esa manera, un juez federal. Además, algunas causas que había tramitado Seró tenían material flamígero, que permitía alentar especulaciones: palabras casi mágicas como “narcos” o “Los Monos” animaron asociaciones inevitables y títulos irresistibles para el morbo: “El juez federal vinculado a Los Monos y una muerte sospechosa” (Urgente 24) o “La muerte del juez que investigó el narcosecuestro de Los Monos” (Infobae). 

La aritmética no podía ser más simple y efectiva: 

Juez federal + causas narco + Los Monos + muerte imprevista = ¡no fue suicidio! 

“No tengo pruebas, pero tampoco las necesito, porque no tengo dudas”, podrían argüir quienes resolvieron esa adición sencilla. El hambre se junta con las ganas de comer: la búsqueda desesperada de lecturas (el imperio del clickbait) y su contraparte indispensable: la creencia previa confirmada. Pero a veces las cosas no son lo que las conspiranoias indican que deben ser.

“La ley es tela de araña”

Pablo Andrés Seró había nacido 55 años atrás en Corrientes, pero se crió en Concepción del Uruguay, en el seno de una familia tradicional, el clan radical de mayor historia en la zona, cuyo líder (José Luis Moninga Rodríguez Artusi), fue uno de los principales caudillos de la UCR en Entre Ríos, ocupó distintos cargos partidarios y fue legislador nacional, así como otros miembros de su familia. 

Seró se crió como un gurí uruguayense más. Educado, amable, con un visible labio leporino, Pablo había sido buen alumno en la Escuela Normal. Luego rumbeó en sus estudios para el lado de la abogacía, como su tío Luis Rodríguez o su hermano mayor Alberto, el Pato, integrante de la Cámara de Concepción del Uruguay y presidente de la Asociación de Magistrados y Funcionarios Judiciales de Entre Ríos. Alberto, el Pato, falleció en 2019 tras una cirugía programada en la que se descompensó.

Pablo se graduó como abogado en la Universidad Nacional del Nordeste en mayo de 1994. Se especializó en mediación y en derecho internacional, ejerció la docencia universitaria y actuó como abogado durante 18 años. También fue durante seis meses secretario de un Juzgado Civil y Comercial, y en 2012 se hizo cargo del Juzgado Federal N°1 de Concepción del Uruguay. 

Hasta la creación del Juzgado Federal Nº 2, Seró tuvo a cargo la mayor jurisdicción federal en Entre Ríos: no daba abasto para cubrir la demanda de los ocho departamentos bajo su responsabilidad. En una entrevista de 2021 se quejaba: “Dios atiende en Buenos Aires. Esa es una máxima de la que no estamos exentos”, aseguraba que “los recursos humanos y materiales son insuficientes en relación a cómo el delito crece día a día” y que “siempre lo vamos corriendo desde atrás”.

Causas y causas

En los catorce años que tuvo a su cargo el Juzgado Federal, Seró se ocupó de varias causas de repercusión. Por ejemplo, del expediente conocido como los “vuelos de la muerte” en el Delta entrerriano o la llamada causa «PC”, los juicios por las torturas y secuestros sufridos en los inicios de la dictadura por integrantes del Partido Comunista.

Antes, en el marco del conflicto por las pasteras instaladas frente a Gualeguaychú, Seró sobreseyó a dieciocho asambleístas en una causa penal que se les iniciara luego de cortar el puente internacional que une Gualeguaychú con Fray Bentos. En 2014 dictó un fallo de impacto cuando declaró inconstitucional la Ley de Narcomenudeo y años después en otra decisión controversial autorizó el uso de glifosato en Gualeguaychú, tras la ordenanza que lo había prohibido. 

Pocos días atrás lo tocó de cerca una controversia cuando se supo que, tras haber sobreseído en dos ocasiones a comerciantes uruguayenses investigados por facilitar la venta de drogas prohibidas, la justicia federal le dio la razón a la apelación de la fiscal Josefina Minatta, quien insistió en que debían ir a juicio oral. La noticia tuvo impacto porque uno de los investigados era, hasta ese momento, funcionario del gobierno de Rogelio Frigerio. Todos los involucrados en esa causa son personas de Concepción del Uruguay, considerados “perejiles” en los pasillos y oficinas del Juzgado.

De monos y rescates

La causa que motivó especulaciones suspicaces en medios nacionales fue la desaparición de Gastón Tallone, oscuro empresario relacionado con el negocio portuario en Concepción de Uruguay. Tallone fue secuestrado en julio y sigue desaparecido, aunque su familia pagó un rescate en dólares. La hipótesis era que Tallone se quedó con un cargamento de cocaína de un grupo brasilero con contactos en Rosario (supuestamente vinculado a Los Monos). 

En ese expediente Seró procesó a otro extraño personaje, un abogado llamado José Uriburu, que había estado a cargo del Puerto uruguayense hasta un final muy resonante: había denunciado que pagó coimas en miles de dólares a un funcionario del gobierno anterior, Carlos María Scelzi (nieto de un histórico caudillo peronista, y además, cosas de pueblo chico, íntimo amigo de Seró). 

En esta causa terminaron procesados Uriburu y luego Gustavo Juliá, pero tanto Seró como los fiscales Minatta y Marquevich se declararon incompetentes por cuestiones de jurisdicción: tanto el secuestro como el pago del rescate habían ocurrido en Buenos Aires. Detalle que las noticias que enlazaron la muerte de Seró y la causa no registraron. El imperio del clickbait requiere dejar de lado esas minucias. 

“Iguales ante la ley, pero algunos más iguales que otros”

Casado con Norma Frattini —dirigente de una de las ONG más activas en la lucha contra el cáncer—, tenía tres hijos, Ramiro, Julián y Josefina.Conocido por su contracción al trabajo, la concreción de un segundo Juzgado Federal en la ciudad lo alivió bastante. Un secretario confió a este cronista que al tener tres secretarías penales, el trabajo de Seró estaba bastante descomprimido. 

Seró, coinciden sus personas más cercanas, “estaba triste”. Alguno arriesga la palabra “deprimido”. Entre las razones de esa tristeza sobresalía una (curiosamente, soslayada en las coberturas de los medios nacionales): en marzo de 2024 su hijo mayor, Ramiro, protagonizó un choque, ebrio y a exceso de velocidad, en una camioneta propiedad del Poder Judicial. El hecho ocurrió a la madrugada y si bien no lastimó a nadie, dañó el vehículo de una pareja que denunció públicamente el intento de ocultar lo ocurrido: acusaron de amenazas y de querer comprar su silencio al juez Seró y a su tío Luis Rodríguez, a través de redes sociales y en medios porteños que se hicieron eco. 

No fue todo: llevaron el caso al Consejo de la Magistratura, que hasta la muerte del juez federal no había decidido al respecto. Cuatro días antes del suicidio de Seró, publicaron que el hijo del magistrado “iba con droga encima y consumida en la camioneta de la Corte Suprema” mientras su padre “se supone que persigue a los que venden droga”. Pueblo chico al fin, pese a sus casi 90 mil almas, Luis Rodríguez —tío de Seró y abogado de su hijo Ramiro— escribió en las redes que “hay una responsable”, aludiendo a la mujer, que no tardó en reaccionar y redoblar la apuesta.

¿Cuánto afectaron estos hechos a Seró? “Estaba triste, hacía tiempo. No estaba bien para nada. Pero no afectaba lo laboral, él venía desempeñándose bien, aunque él no estaba bien”, dijo a este cronista uno de sus secretarios. “Lo de Ramiro lo afectó. Jamás pensamos que podía tomar una decisión así. Aunque es cierto que le afectaba mucho lo que dijeran de él. Era sensible a ese tipo de cosas. Estamos shockeados, destruidos, Pablo era un buen juez y era un buen jefe con nosotros”.

La fiscal Minatta, de quien se decía que mantenía un enfrentamiento por diferencias de todo tipo, sin embargo lo despidió con un breve y sentido escrito: “Podrán decir muchas cosas. Para mí fuiste un juez con un corazón enorme”. 

“A veces un cigarro es solo un cigarro”

Dicen que Freud una vez, ante el abuso de interpretaciones desde la perspectiva que él mismo había inaugurado, exclamó: “Sí, un cigarro es un símbolo fálico, pero a veces es solo un cigarro”. 

A muchas personas les cuesta creer que un juez federal haya terminado su vida de ese modo. Pero a veces las cosas son solo lo que se ve y no hay nada oculto, ninguna conspiración que confirme nuestros propios conceptos previos, nuestros prejuicios, aun los más fundamentados. 

Realizada la autopsia y consultadas las fuentes de la investigación, no hay un elemento que permita pensar en algo distinto del suicidio, con toda su complejidad y su insondable abanico de razones, más o menos conscientes, que pueden llevar a un ser humano a tomar semejante determinación. 

A veces, solo a veces, un suicidio es solo un suicidio.

Fotos: El Miércoles

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