Las relaciones postcarnales

Mientras los republicanos se apoyan en Macri para convencer a Trump de volver al “patio trasero”, en Cambiemos sueñan con una remake de los ’90 que no parece tan sencilla de repetir.

La visita de Mauricio Macri a la Casa Blanca significó una cosa para el gobierno y analistas argentinos, y otra bastante diferente para sus pares estadounidenses. Para los primeros fue la tan ansiada prueba de que el país volvía a insertarse al mundo y que éste -representado por la máxima superpotencia- lo recibía con los brazos abiertos, aunque con pocas, o ninguna, promesa de inversiones concretas. Para el gobierno, parte del oficialismo republicano y muchos analistas norteamericanos el encuentro, en cambio, fue la posibilidad de poner el ojo, aunque sea por unas horas, en América Latina, algo que no ha sido una prioridad en la política exterior de Washington desde el fin de la Guerra Fría. Algunos aliados de Donald Trump aprovecharon la cita para pedirle al presidente que no vuelva a olvidar la región, que vea en la Argentina de Macri un aliado para reconectar y, principalmente, que no permita que, lo que aún consideran como su patio trasero, se convierta en una zona de influencia de China.

 

¿Qué dejó exactamente para Argentina la visita? Estados Unidos levantó la suspensión que el propio gobierno de Trump había impuesto a la importación de limones argentinos, lo que reactivará esa exportación valuada en unos 50 millones de dólares. En cambio, Macri y su comitiva no consiguieron desactivar la acusación de dumping de la cámara de productores de biodiesel estadounidense sobre las exportaciones de Argentina e Indonesia, que podría terminar en una denuncia formal ante la Organización Mundial del Comercio este mes. Esas exportaciones están valuadas en unos 1.200 millones de dólares. Para un país como Argentina, que el año pasado cerró una balanza comercial deficitaria con Estados Unidos por 2.200 millones de dólares, la visita de Macri a la Casa Blanca no parece haber producido los grandes resultados que festeja con tanta alegría el gobierno.

 

El macrismo sostiene, sin embargo, que la visita surtió el efecto esperado. Trump y Macri “refrescaron su memoria de conocerse hace muchos años (como empresarios). Que el gobierno de los Estados Unidos establezca que el funcionamiento de la relación bilateral es buena le da un espacio y confianza al sector privado que hace que se acelere aquello que nos interesa, que son las inversiones», explicó unos días después del viaje la canciller Susana Malcorra. En otras palabras, el gobierno argentino obtuvo en Washington el visto bueno de la Casa Blanca, lo que permitirá la tan esperada lluvia de inversiones.

«¿Qué es lo que falta?, se habrá preguntado el presidente Macri después de la visita de Obama del año pasado y, quizás, después de su reciente viaje a Washington»

Sin embargo, esta no es la primera vez que el presidente Macri se reúne cara a cara y recibe el apoyo explícito de un mandatario estadounidense que no esconde su alegría de volver a encontrar en la Casa Rosada a un declarado aliado de Washington. Hace poco más de un año, Barack Obama visitó el país y no pudo ser más enfático: “Estados Unidos está listo para trabajar con Argentina”. Emocionado por la mano tendida por la superpotencia, Macri se animó a soñar y pronosticó: “Vendrá una enorme corriente de inversiones de Estados Unidos”. Pero parece que el visto bueno de la Casa Blanca no fue suficiente para convencer a las grandes empresas e inversores de su país.

 

¿Qué puede ofrecer Argentina entonces para dar ese empujón final y convencer a las grandes empresas e inversores estadounidenses? Bueno, en este punto hay que escuchar a las voces norteamericanas que destacaron la visita del presidente Macri, no las argentinas.

 

Mientras que la primera plana del gobierno macrista se encontraba en Estados Unidos, el gobernador de Florida, Rick Scott, realizaba una inusual visita a Buenos Aires. Oficialmente, su objetivo era impulsar el comercio entre su estado y Argentina; extraoficialmente, el empresario devenido en dirigente político fue recibido como un enviado de Trump.

 

«Argentina como Florida están inmersas en una economía global. Todos tenemos que seguir pensando cómo reducimos el costo de nuestro gobierno porque sino otro país lo hará y el cliente global no pagará por un gobierno grande y caro», advirtió Scott, un amigo íntimo de Trump, en una charla con periodistas en Buenos Aires, en la que también contó que su estado tiene los impuestos más bajos de Estados Unidos y uno de los gobiernos más pequeños. Además destacó que redujo impuestos 55 veces, eliminó un 20% de las regulaciones laborales, industriales y comerciales, e hizo que fuera más fácil obtener un permiso para hacer negocios en el estado.

 

Scott se declaró un admirador del presidente Macri, aseguró que “está haciendo cosas muy similares” a las que hizo él, le recomendó “explotar los puntos fuertes del país” que tienen mayor potencial, como el turismo y los puertos, y le recordó una máxima del mundo empresarial: «Es natural que las inversiones comerciales estén atadas a que el gobierno apoye la posibilidad de que obtengan una ganancia».

 

Al mismo tiempo que el gobernador de Florida y 60 empresarios de su estado se reunían con los sectores políticos y económicos más poderosos de la Argentina, en Estados Unidos, el senador del mismo estado que Scott y reciente ex candidato presidencial republicano, Marco Rubio, le pedía públicamente a Trump que reconociera en Macri a un posible interlocutor para reconstruir la relación con América Latina. La relación bilateral “tiene la oportunidad de revitalizar nuestra alianza económica y de seguridad con Argentina y dar nuevas energías al liderazgo estadounidense en el hemisferio occidental”, escribió el influyente legislador hispano en una columna en la revista Time.

«Aún no está claro cuán real será el proteccionismo que tanto pregona Trump; sin embargo, sí es evidente que los miedos de muchos analistas estadounidenses sobre una América Latina con el norte en Beijing es, cuanto menos, exagerada»

El pedido de Rubio, el presidente del subcomité para el Hemisferio Occidental de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado, a la Casa Blanca fue bien directo: “Después de años de que Estados Unidos enviara mensajes mezclados a nuestros aliados en América Latina -si no es que los ignoró completamente-, el gobierno de Trump tiene la oportunidad de dejar claro que Estados Unidos está comprometido a reconectar con América del Sur en varios frentes. Con las recientes elecciones que resultaron en nuevos liderazgos en muchos países de ambos lados del ecuador, es tiempo de que Estados Unidos se acerque decididamente a Argentina y otras naciones para expandir el crecimiento económico en la región y garantizar un hemisferio más estable y más seguro”.

 

Hasta ahora el interés mostrado por Trump hacia América Latina se limitó a dos reuniones oficiales con presidentes de la región -el peruano Pedro Pablo Kuczynski a finales de febrero y Macri, dos meses después-, un encuentro en la Casa Blanca con Lilian Tintori, la esposa del líder opositor venezolano preso, Leopoldo López, y la firma de nuevas sanciones contra miembros del gobierno de Nicolás Maduro, principalmente su vicepresidente, Tareck al Aissami, por considerarlo “un jefe del narcotráfico”. Tras más de 100 días en el poder, el magnate republicano aún no designó a ningún funcionario de primera línea en la Secretaría de Estado para encargarse de la relación con sus vecinos latinoamericanos ni incluyó en su gabinete a funcionarios de rango con carreras intrínsecamente vinculadas a América latina, con la excepción de su secretario de Seguridad Interior, John Kelly, quien hasta sólo unos meses era el jefe del Comando Sur, el responsable de todo despliegue militar en la región.

 

Esta aparente falta de interés no pasó desapercibida en Estados Unidos y, por eso, desde revistas académicas y diplomáticas hasta cadenas de noticias masivas instalaron una preocupación que no para de crecer, especialmente en medio de la creciente tensión con Corea del Norte y su vecino, Beijing. “China se mete en el vacío que deja Trump en América Latina”, alertó la influyente revista Foreign Policy hace un mes y, poco después, la cadena de noticias NBC se sumó al debate con una fuerte advertencia: “El presidente Donald Trump, al prometer eliminar o renegociar acuerdos comerciales como parte de su estrategia ‘Primero Estados Unidos’, deja la puerta completamente abierta para que China la empuje con sus propios acuerdos. Y en ninguna región esto es tan evidente como en el patio trasero de Washington: América Latina”. Con analistas y datos, NBC recordó que Beijing ya sobrepasó a Estados Unidos como el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú; y destacó la compatibilidad de intereses con Argentina, El Salvador y Guatemala para conseguir las materias primas que tanto necesita para seguir creciendo. Según advirtió, una revisión drástica del NAFTA -el tratado de libre comercio que mantiene con Canadá y México- y la expansión del actual muro fronterizo con este último vecino no harían más que acentuar el distanciamiento entre la Casa Blanca y los países latinoamericanos.

 

Aún no está claro cuán real será el proteccionismo que tanto pregona Trump; sin embargo, sí es evidente que los miedos de muchos analistas estadounidenses sobre una América Latina con el norte en Beijing es, cuanto menos, exagerada. La académica brasileña Dawisson Belém Lopes defendió recientemente en la revista The Diplomat que la región está lejos de elegir la dominación china sobre la estadounidense. Presentó dos argumentos: por un lado, las élites latinoamericanas -y las sociedades en general- siguen copiando y aspirando a un estilo de vida estadounidense, no chino; por otro lado, el gobierno comunista asiático está lejos de haberse ganado los corazones y las mentes de los ciudadanos de esta parte del mundo, con algunas pocas excepciones, como la comida china.

 

Más allá del debate sobre el desembarco definitivo de China en la región, lo que sí quedó claro tras la visita de Macri a la Casa Blanca es que importantes sectores políticos, principalmente del oficialismo, de Estados Unidos ven en el gobierno argentino el socio que podría ayudar a Trump a cambiar un poco el rumbo de la política exterior y volver a mirar hacia América Latina. Este rol no es nuevo para Argentina, ya lo cumplió en los años ’90 cuando conquistó la atención de Washington y alimentó las aún recordadas relaciones carnales.

 

No debería quedar dudas de que una palmada en la espalda por parte del presidente estadounidense de turno no es suficiente para atraer la lluvia de dólares que sí conocimos en los años 90 y que la Casa Rosada sigue esperando. ¿Qué es lo que falta?, se habrá preguntado el presidente Macri después de la visita de Obama del año pasado y, quizás, después de su reciente viaje a Washington. La respuesta podría encontrarse en las otras características que marcaron al menemismo y que hoy reclama el poder en Washington: reformas neoliberales estructurales y asumir un rol de liderazgo regional a favor de la apertura de mercados y de la definición más liberal posible de la democracia.

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