Kulturkampf! La batalla cultural en Argentina

¿Qué pretende usted de mí? Le preguntaría la “batalla cultural” al régimen de Milei. Aquí veremos un poco el origen de esa práctica, el significado teórico y aquello que está en juego en la Argentina. ¡Feliz Año Nuevo! Por Eric Calcagno

Pero esto no es solamente una batalla política, no es solamente una batalla económica, porque esos son logros circunstanciales. Lo relevante, lo que le va a dar perdurabilidad en el tiempo a esto, es la batalla cultural.”

Javier Milei, 13 de noviembre de 2024

Parece que la “batalla cultural” es un concepto que el régimen libertario insiste en proclamar como un imperativo, aunque sospechamos que no saben mucho de qué la va. En efecto, la ignorancia que los habita les permite adecuar cualquier categoría histórica a las necesidades de la coyuntura cotidiana. Desconocen así que uno de las “batallas culturales” más características ocurrió en Alemania a partir de 1872. Claro, en el idioma de origen se dice “kulturkampf”, lo que es más elegante. Y más preciso. Más cuando le ponemos un signo de exclamación al final. Kulturkampf!

La batalla cultural y otras comidas de navidad

Fue una decisión de Otto con Bismarck. Por entonces el Canciller había logrado la unidad alemana “por el acero y la sangre”. En efecto, la guerra contra Dinamarca –en alianza con Austria— le proporcionó un poco de territorio, pero sobre todo comprobó la nula reacción de las demás potencias europeas. Podía hacer lo que quiera. Así que –aliado con Italia— venció a Austria en 1866. La guerra franco-prusiana de 1870 le permitió unir a todos los estados germánicos remanentes bajo la hegemonía de Prusia, y proclamar el segundo imperio alemán en marzo de 1871. La adhesión del Reino de Baviera fue fundamental, no solo por el aporte militar al esfuerzo común, sino porque los católicos son mayoría por esos lugares. Quizás por eso, después de la unificación externa del país, Bismarck emprendió la unidad interna, que debía ser protestante, como Prusia.  Aureolado por las victorias militares, el Canciller la emprendió contra la minoría católica, que además abarcaba las ciudades del conurbano renanense –como Colonia— sin hablar de la Polonia ocupada o de la devota Alsacia Lorena arrebatada a Francia. Apoyado por los nacionales-liberales, consiguió las leyes necesarias en el Reichstag para imponer algunas reformas referidas al paso de registros parroquiales a registros civiles, supervisión de la educación católica, expulsión de jesuitas y otras órdenes religiosas, incluso con disturbios y represión contra los católicos. Ahí, ya los protestantes esbozaron un mohín de disgusto. ¿Hasta dónde iría la ira laica de Bismarck? En todo caso esta política llegó a la sede papal, ocupada entonces por Pío IX (por demás sospechado autor de una comida detestable que suele cundir a fin de año). En lo peor del conflicto, falleció Pío IX (¿A quién le gusta el pío nono?).

El nuevo Papa eligió ser llamado León XIII, y fue más astuto. Sin Estado ni ejército pontifical por causa de la unificación italiana, construyó poder a través de la centralización administrativa de una organización dos veces milenarias sin más territorio que el Vaticano, aunque con eco en los cinco continentes. Si en Alemania deificaban a Bismarck, entonces el propio Leon XIII se deificaba un poco más con la doctrina de la infalibilidad papal heredada por Pío IX (que… bueno, ya saben). Un combate entre titanes, que les permitió a los católicos alemanes del pequeño partido Zentrum obtener mayor representación parlamentaria. Lo que disgustó al Canciller. Cuando el partido social-demócrata comenzó a ganar escaños, las preocupaciones metafísicas de Bismarck dejaron lugar a problemas de clases sociales. Aunque existieron avances en la separación de la Iglesia del Estado, las leyes persecutorias contra los católicos perdieron vigencia a principios de 1880. Esa kulturkampf la perdió Bismarck. Los católicos le ganaron la partida porque politizaron el problema, mientras que el Canciller se peleaba con el Papa a nivel simbólico, ellos ganaban votos y diputados a nivel legislativo. Esto es una batalla cultural: la gana la política. Hasta aquí los orígenes de la kulturkampf. A Conan le encanta el pío nono.

En busca del Gramsci, perdido

No podemos hablar de Antonio Gramsci (1891-1937), es que haría falta mucha teoría para tanta práctica. Apenas digamos que de 1910 a 1926 ejerció la militancia abstracta, como intelectual, tanto como la militancia concreta, a la hora de tomar las fábricas de Fiat en Turín, por ejemplo. No son separables, la primacía de una sobre otra es una cuestión de circunstancias. A partir de 1927, sin embargo, tiene la oportunidad de dedicarse de lleno a escribir gracias a que Benito Mussolini lo manda preso. Serán “Los cuadernos de la cárcel”, que entre otras cosas cuestionan al economicismo determinante en la teoría, descree del positivismo en boga y le brinda al pensamiento revolucionario conceptos que aún –y sobretodo hoy— son insoslayables. Incluso –y sobre todo— para nosotros peronistas. Es que las compañeras y los compañeros podemos leer, criticar, debatir con Gramsci, encontrar semejanzas y diferencias, hasta concordancias o incompatibilidades, con la seguridad que da leer la escritura de alguien que, por lo menos, escribió los propios libros. Ningún plagio. Gramsci nos dejó categorías complejas, como el lugar de la educación, la hegemonía, el sentido común, el bloque histórico, la batalla cultural… y tantas otras más.

Cito apenas esas, porque el pío nono esta pesado (vaya novedad), y porque el régimen de Milei se la agarró con Gramsci. Dada la falta de conceptualización que precisa la práctica del saqueo de la Argentina, los liberopas pretenden funcionalizar estos conceptos que han descubierto hace poco. Son como aquellos hombres de vida sexual escasa y precaria, que a cierta edad ya avanzada descubren a la mujer. “Si de joven no la trota, de viejo la galopa”, puede que haya escrito Gramsci.

El Vicario de Conan sobre la tierra afirma que “la izquierda ha logrado instalar sus ideas yendo contra toda noción de sentido común”… ¡pero si Gramsci sostenía que el sentido común era “un negrero del espíritu”, expresión del pensamiento hegemónico en tanto una clase dominante logra establecer como los intereses propios como necesidades de todo el cuerpo social! Y cuando Milei afirma que “va contra la naturaleza humana”, ignora la esencia histórica de esa misma humanidad, cercenada por la motosierra en un estado biológico perdido hace tiempo.

Otra aseveración digna, de algún fin de asado demasiado bien regado, es considerar que esos “izquierdistas”  “apalancados sobre las ideas de Gramsci, tomaron los medios de comunicación, tomaron la cultura, tomaron la educación, fueron contaminando y enfermando a la sociedad de socialismo, y cuando se quisieron dar cuenta, les tomaron el país y les arrebataron los logros”.  Ajá, mala nuestra, que intentamos hacer una ley de medios. Bastaba presentarse con un ejemplar de “El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce” en la puerta de Clarín para que Magnetto huya con todos los esbirros y hacernos de esas empresas (Gramsci vence al odio, ¿vió?). Igual es difícil admitir que los medios de producción de sentido, un oligopolio neoliberal, hayan actuado como soviets todo este tiempo y no nos dimos cuenta. Bien lo sabe el propio Milei, que trajinó cuanto estudio de televisión pudo durante tanto tiempo.

En cuanto a la educación, en Argentina lleva la marca de Sarmiento, que más no sea a través del guardapolvo blanco que fija la igualdad de una educación pública, laica, obligatoria, gratuita y de calidad, al menos desde la ley 1420 que sancionó Roca. Dicen que el autor del Facundo, que nunca leyó a Gramsci, construyó 800 escuelas. El sacado de Perón construyó 8000 edificios escolares de 1945 a 1955, ya sean jardín de infantes, escuelas, secundarios, escuelas hogar y escuelas técnicas, sin hablar de la obra de la Fundación Eva Perón. En los años Kirchner fueron construidas 1800 nuevas escuelas y se refaccionaron más de 6000 establecimientos educativos, encima con la creación de 14 nuevas universidades. Queda claro: Sarmiento, Roca, Perón, Evita, Néstor y Cristina Kirchner no pueden sino agentes socialo-gramscistas. O tal vez los gramscistas son peronistas que se ignoran. Eso pasa cuando abusás del pío nono en diciembre.

Cuando Conan lee a Gramsci. O por lo menos lo intenta.

“En el camino, nosotros también hemos aprendido algo de Gramsci, estamos dispuestos a usar las armas del enemigo, tenemos en claro que no hay progreso material sin batalla cultural” (…) “Sí, vamos a ser Gramsci de derecha, no tengan dudas porque hay que ganarles. Y no vamos a parar hasta que las pantallas, las universidades, las instituciones y las leyes reflejen los valores de occidente, por eso es tan importante que estemos hoy aquí teniendo esta conversación”.

Una chicana al paso: si fueran Gramsci, no serían de extrema derecha. Eso pasa por leer “Gramscifordummies” –en el mejor de los casos— no los hace gramscianos pero sí los confirma como “dummies”. Los “valores de occidente” son tan vaporosos como “los argentinos de bien”. Todos, algunos o nadie pueden serlo. En un sentido marxiano, las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante. ¿Conan se inspirará en Marx también? ¿Tendremos dictadura del monopolio diz-que-mercado en vez de dictadura del proletariado? ¿Usará las armas de la crítica o la crítica de las armas? Bueno, las fuerzas armadas ya pueden intervenir en asuntos internos. Sigue: “(Creo) en la importancia de la batalla cultural para transformar la realidad.Toda acción siempre es precedida por una idea, porque actuar sin pensar es como disparar sin apuntar.”

Decir que primero hay que pensar y después actuar es el mismo error que sostiene que hay que producir para distribuir, o que hay sufrir hoy para estar bien mañana. En la realidad –algo que asusta tanto a los libertarios como la natura de la mujer— no hay separación entre pensar y actuar, pues toda acción supone una teoría, explícita o no; y toda teoría entraña una acción. Por eso para Gramsci el marxismo es una filosofía de la praxis. Es la equivocación similar a decir que primero se produce y luego se distribuye, operaciones que son simultáneas, como bien lo demuestra la contabilidad, que no las considera actividades separadas. En cuando a padecer en el presente para estar mejor en el futuro, hay un problema gramático de base, ya que vivimos en presente indicativo y no en futuro, y por cierto no en futuro perfecto. La conjugación es la práctica del lenguaje, tema difícil para los liberágrafos, es cierto.

El enemigo (no, no es el pío nono)

Para Milei, los enemigos son “todos los sellos partidarios” (…) los sindicatos, las organizaciones sociales, los actores, el periodismo ensobrado, los empresarios prebendarios y los diversos colectivos supuestamente oprimidos, entre otros”. Bueno, eso es la mayoría de la sociedad civil. ¿Será que esa sociedad debe adecuarse a los valores de la “libertad”? ¿Y qué sería eso?

“Defendemos de forma cerrada un conjunto innegociable de principios: que el libre mercado produce prosperidad para todos; que el gobierno tiene que ser limitado; que los argentinos saben mejor que un burócrata como producir, a quién emplear y con quién comerciar y que el que las hace las paga (…) principios que son de sentido común (…) porque son verdades naturales, inherentes al ser humano, pero que el establecimiento político durante años se expulsó del debate público y la tildó de ideas radicalizadas”. ¡Qué divina sorpresa: el sentido común dice lo mismo que los grandes monopolios privados locales y extranjeros! Además de afirmar que determinados principios que pertenecen a una historia, a un lugar, quedan establecidos como axiomas propios del ser humano. Háblame de hegemonía. Atribuir características morales a la biología, hablar de “verdades naturales” no es muy de Gramsci, quien trabajaba con clases sociales, modos de producción, relaciones de producción, superestructuras ideológicas e institucionales como un todo, marcado por el tiempo y las relaciones de poder. Por eso lo llama “bloque histórico”. El planteo libertonto es apelar a un “bloque biológico”, lo que no los convierte en gramscianos de derecha, como quisieran, sino en repetidores de concepciones pre-científicas, en una peligrosa metafísica que, basada en la revelación (“las fuerzas del cielo”), lleva directo al fascismo. Que practican a diario. Además, como esos postulados son inherentes a la humanidad, no precisan ser demostrados, y quien descrea de ellos no es humano. Esto nos lleva a la siguiente pregunta.

¿Qué hacer con el enemigo?

“Cuando el adversario es fuerte, y vaya que es fuerte, es preciso arremeter con más fuerza que ellos. Es decir, uno no debe ceder al mal. Esta frase de Mises la usaba recurrentemente: no hay que ceder al mal, hay que combatirlo con muchísima más fuerza. Y ustedes, ¿qué creen? O sea, ¿ustedes van a enfrentar a los kukas con buenos modales? Se los van a llevar puestos. Es decir, solamente un imbécil puede creer algo así. Es irse a alguien que viene y les pone una pistola en la cabeza, ¿qué le va a decir? «No, bueno, mire, eso está mal, no lo haga». Van a terminar con la cabeza agujereada, muchachos. Esto es así de salvaje. Entonces, querer llevar determinadas cosas… ustedes no pueden tratar de la misma manera con todo el mundo, porque hay algunas bestias que te van a llevar puesto”.

Digamos que nos alejamos un poco del gramscismo libertario (!), para entrar en una lógica más parecida a la de Carl Schmitt (googlelo, no puedo explicar todo y ya voy por otra porción de pío nono, puaj). Esto nos remite a los conceptos de guerra de posiciones y guerra de movimiento que desarrollara Gramsci. En el campo de batalla político, una guerra de movimiento es posible cuando no existe una sociedad civil robusta, cuando el Estado es quien sostiene un régimen, como en la Rusia zarista. Basta vencer ese Estado para ganar: fue lo que hicieron los bolcheviques en 1917. La guerra de posiciones es cuando el Estado es apenas la primera línea de defensa de una sociedad civil domesticada y robusta. En el caso argentino actual las cosas son un poco diferentes. Pese a la pose de guerrero libertario que presume Milei, acentuado por imágenes creadas por “inteligencia artificial” (que no es inteligencia ni es artificial), el régimen cuenta con una parte de la sociedad civil que si bien no es importante en cantidad, lo es en solvencia monetaria, aquella que maneja medios y determina fines; además de contar con la suma de poder público del Estado, una corte suprema cómplice y un congreso impotente. Aseguradas las posiciones, ahora el régimen puede ir por la guerra de movimiento. Y no es una buena noticia, como el pío nono.

En efecto, con mucho más respaldo que necesita, la oligarquía en la faz libertaria puede atacar el resto de la sociedad civil argentina, mayor en cantidad y calidad, pero sin solvencia monetaria. Es que sociedad civil todavía tiene cierto vigor. Del ataque a las cooperativas, acentuado desde la dictadura de Onganía, hasta la extinción de los clubes de barrio, toda organización social que no responda de inmediato a las exigencias de la metafísica libertaria debe ser destruida. “Donde hay una necesidad hay un derecho”, decimos los peronistas; “donde hay una necesidad hay un mercado” afirman los liberfachos. Supone la monetización generalizada de todo lo existente, la imposición de las reglas liberal-libertarias a toda relación humana. Aunque tiene sus límites: si donde hay una necesidad hay un mercado, y no existe un mercado del aire que respiramos (algo que deseaba Hayek), entonces respirar no es una necesidad, ya que no hay un mercado del aire. ¿Y entonces por qué funciona esta contradicción hasta teórica?

Es que cuenta con la complicidad de una parte minoritaria de la sociedad civil que no vio desaparecer a 30.000 personas durante la dictadura del 76, ni malvender las empresas públicas en los noventa, ni el Proceso de Disolución Nacional que existe hoy. Tampoco la deuda eterna. Son clasistas y racistas, que flashean Miami con dólar barato. Estos son los que están en permanente conflicto contra la Argentina, al menos desde 1806. Esta guerra de posiciones/movimiento tiene un método, también descripto por Gramsci. Escuchemos: “libre competencia y libre cambio corresponden a la guerra de movimiento”. Y explica: abrir una brecha en las líneas del enemigo, sembrar la confusión, alcanzar la pérdida de confianza del adversario, incluso sobre el futuro posible; organizar los cuadros para tomar los puestos de poder; asegurar la posición mediante la legitimidad ideológica en cuanto a los objetivos alcanzados, hasta saturación. No importa que la figura de proa crea en perros muertos. El derpo no está ahí.

La batalla cultural: imponer la desigualdad

Hoy asistimos a una crisis orgánica del capital, diría Gramsci, no por una amenaza revolucionaria, reformista ni por emojis enojados, sino por la lucha por la hegemonía en la explotación de la Argentina, a saber qué parte del capital (agropecuario, comercial, financiero, industrial residual, extractivista minero, hidrocarburifero, digital, una mezcla de todos) será el proxeneta predominante de la Patria en este momento. No es fácil: hay que readecuar los sistemas económicos a la nueva situación internacional, ordenar en consecuencia tanto la sociedad política (Estado, instituciones) y disciplinar la sociedad civil (el pueblo) en consecuencia. Esas tasas de ganancia no se hacen como un pío nono. Pero en vez de pelearse entre los diferentes sectores predominantes, ganará aquél que logre “domar” a la mayoría de la sociedad civil, es decir naturalizar la desigualdad de ingresos hasta pensarla como biología o destino. La oligarquía, o sea, digamos, tiene que construir un “bloque histórico. Ese fenómeno no es nuevo, los peronistas los sufrimos en semi-democracias, en dictaduras, hasta en tiempos democráticos de baja intensidad, como los que vivimos desde 1983. Nadie como el Contralmirante Arturo Rial expresó el proyecto oligarca en 1955: “Sepan ustedes que esta gloriosa revolución se hizo para que, en ese bendito país, el hijo de barrendero muera barrendero”. Esa es la esencia de la “batalla cultural” con la que Milei ataca a la Argentina. Si “la justicia social es una aberración”, entonces la injusticia social debe ser una bendición. En un país en el cual la igualdad es una cuestión estructural, la oligarquía instrumenta al Vicario de Conan para imponer un esquema social desigualitario. Ya lo intentaron con el partido militar, con la patria contratista, financiera, concesionaria. Por eso destruye la educación pública, en una utopía de vouchers que no sirve, por eso desfinancia la salud pública –en un eco de “que se mueran los que tienen que morir”— anula la investigación científica y liquida los derechos humanos, para poner algunos ejemplos, nada más. La hegemonía sobre la sociedad civil, la suma del poder público en el Estado, la necesidad y el deseo del capital monopólico le permiten creer que puede cambiar mentalidades forjadas hace dos siglos. O al menos exterminar toda idea distinta, ya que “si las ideas no se matan”, basta con hacer callar a pensadores y militantes (que son lo mismo) como hicieron con Gramsci en los años 1920, o con tantas compañeras y compañeros desde siempre. Y no en una cárcel italiana, sino hasta hace poco en Centros Clandestinos de Detención, antesala de la desaparición física. Es así como pensamos que si nos plantean una “batalla cultural”, algo de experiencia diaria, y habida cuenta de la indefensión de la sociedad civil popular, es urgente que nuestros representantes representen a los representados, en lugar de creer que ellos son la unión de la misión y la función. Es tiempo de defendernos, desde la tiza y carbón, algo perdido como las pintadas de Unidad Básica, hasta las redes, donde sobra juventud e ingenio peronistas. El proyecto de la oligarquía –lo que Gramsci llamaría un “bloque histórico”— sólo vencerá sin convencer a través de la repetición y violencia. Si resistimos, habrá presente. Nosotros también, si se nos canta, podemos ser un “bloque histórico”. Nos sobran pergaminos, pasiones y razones. Necesitamos contención, conducción, Proyecto Nacional. Politicemos, esto es, hagamos política: ellos sólo la compran hecha. Sólo hay que hacerlo. Dejo de escribir, el pío nono de la tía gorila me cayó pesado. ¿Kulturkampf? ¡Viva el Vitel toné! ¡Viva Perón!

Imagen de portada: Ilustración «Entre Berlín y Roma» (Bismarck a la izquierda y el Papa a la derecha) en la revista satírica Kladderadatsch (1875): el Papa: «Es cierto que el último movimiento fue desagradable para mí, pero el juego todavía no está perdido porque tengo una muy bonita jugada secreta». Bismarck: «Este también será el último, y entonces usted estará en jaque en un par de movimientos —por lo menos en Alemania—». Fuente: Wikipedia.

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