Kaufman: «Un gobierno de empresarios es un fracaso de la sociedad»

Para el docente, ensayista e investigador, el macrismo reporoduce la relación empleado-patrón. "La idea de la simetría entre el empresario y el trabajador es errónea: uno es el poderoso y el otro es oprimido", afirma. La "mimetización" peronista de Vidal, revolución de género y elogio del populismo: "Es como una vacación".

La mirada de Alejandro Kaufman sobre la coyuntura argentina logra un doble efecto. Por un lado, esclarece el mecanismo interno de situaciones que, a priori, se presentaban desconcertantes, y entonces el extrañamiento se alivia, pero a la vez, en el mismo acto, complejiza aquello que antes parecía transparente y que ahora se revela inquietante. El resultado es una redefinición –más genuina, no más tranquilizadora– de nuestra condición y de los términos en que nos vinculamos. A lo largo de este reportaje, su premisa será “ver cómo son las relaciones sociales reales”, pues ahí residen las claves para abordar las disyuntivas del país en la era Cambiemos, sobre cuyo diagnóstico el docente e investigador no tiene dudas. “¿Qué es democracia? Disminuir la asimetría, y la asimetría no se discute dándoles el gobierno, ni por el voto ni por ninguna otra manera, a los empresarios”, sostiene. Para Kaufman, la llegada del macrismo al poder político supuso transferir a lo público la lógica de obediencia que rige en la esfera privada, replicando el binomio patrón-empleado.

 

Profesor en las universidades de Buenos Aires, Quilmes y La Plata, e invitado por casas de altos estudios en Alemania, Estados Unidos y París, Kaufman es además investigador del Instituto Gino Germani, ensayista, crítico cultural y prolífero articulista.

 

En medio de lo que considera “un gran giro conservador de suspenso de la crítica social”, ve en el feminismo una excepción de alto potencial. “Lo que está discutiendo el movimiento de género en sus versiones más cuestionadoras es la civilización”, resume. Y define al slogan antiabortista de “las dos vidas” como un “chantaje moral” a las mujeres: “Si vos sos libre, sos asesina”.

 

¿A qué atribuís el éxito político de Cambiemos y el desconcierto que aún provoca en ciertos sectores de la clase política y de la sociedad en general?

La respuesta que propongo, que no es infalible ni absoluta, pero sí me parece que toca un punto decisivo, es ver cómo son las relaciones sociales reales. La mayoría de las personas trabajamos con un patrón, un propietario, con el cual tenemos una relación asimétrica: él nos paga un salario pero no sabemos cuánto gana, ni cómo maneja sus inversiones ni qué decisiones toma. Todo eso está en secreto. Es una relación asimétrica, vertical y autoritaria, porque la vida del trabajo no es democrática. Eso ya es así desde Kant, que distinguía el espacio público de la libertad de expresión, del espacio privado de la obediencia. Por supuesto que en las democracias modernas hay mecanismos de participación cada vez mayores, pero todo está muy lejos de otorgar libertad o autonomía a los sujetos. Por lo tanto, seguimos pensando en un votante que es alguien transparente, que decide entre una serie de opciones de manera racional, pero en la mayor parte de su vida está en un estado de subordinación y obediencia. ¿Cómo se constituye esa experiencia? Otorgándole el poder, la razón, la expectativa, al dueño del medio de producción en que uno trabaja.

¿Eso es lo que se replica actualmente en el ámbito político?

Cuando ese dueño se postula electoralmente, transfiere también esa relación al espacio público. Las cosas son al revés de cómo se creen, no es que lo público puede transferir las experiencias democráticas o libertarias a los espacios privados. Siempre es al revés, pero cuando además el capital, que tiene la capacidad de poner límites al poder democrático, se coloca directamente como elegible, transfiera también ese vínculo. Por eso, una democracia avanzada y moderna no puede admitir un gobierno de capitalistas, de empresarios, eso no puede suceder. Si sucede, como en nuestro caso, es un fracaso de la sociedad.

¿Es por esto que a la clase política más tradicional le cuesta entender a Cambiemos?

El actor político no lo puede pensar porque no le conviene pensarlo, porque no es tan crítico de la sociedad. Lo que tenemos es un gran giro conservador de suspenso de la crítica social. Hay momentos en la vida común que la crítica social tiene auge, hoy eso pasa con el género. Tenés adolescentes que de 14 años con unas ideas geniales sobre género, varones y chicas diciendo cosas increíbles. Y después hay un giro conservador en el resto de sociedad sobre todo lo demás. La idea de la simetría entre la derecha y la izquierda, entre el empresario y el trabajador, es errónea: uno es el poderoso y el otro es oprimido, uno es el que tiene el poder y el otro está subordinado. Es una relación asimétrica. ¿Qué es democracia? Disminuir la asimetría, y la asimetría no se discute dándoles el gobierno, ni por el voto ni por ninguna otra manera, a los empresarios.

 

Para ciertos analistas, la llegada de Cambiemos, una derecha que se impuso por los votos, significó robustecer nuestra institucionalidad. ¿Qué opinás de esa mirada?

Es una completa equivocación suponer que va a beneficiar a la institucionalidad democrática argentina que un gobierno de estas características cumpla su mandato o adquiera legitimidad por elecciones. No porque esté en contra de eso, porque es un tabú decirlo, obviamente, porque el costo sería mucho peor si hubiera caos o una crisis institucional. Esto opera como coacción, porque si vos no estás de acuerdo, viene el infierno, entonces tenés que tolerarlo. Típico argumento de la derecha: o nosotros o el infierno. No es sacarte del infierno sino mandarte al infierno.

 

¿Qué características tiene el empresario político?

Ser empresario es dominar el arte de la delimitación de responsabilidades. Si yo te vendo una botella de agua tengo que garantizar jurídicamente que en lo que a vos te pase por tomar esa botella, yo no tenga nada que ver. El papel del Estado, por mínimo que sea, es garantizar que cuando la botella llegue a tu boca, el fabricante sea responsable del agua que contiene. Eso es muy precario, mucho más precario de lo que suponemos. ¿Por qué el gobierno es tan hábil para atribuir responsabilidades, para culpar? Porque eso es ser empresario. Lo estamos viendo en este tremendo laboratorio que es ahora el país: cómo se logra convertir en discurso el deslindamiento de responsabilidades. Cuando dejás que el empresario esté en el orden político, no es responsable de nada de lo que ocurra. En su empresa, al menos, sí lo es de lo que produce y hasta cierto punto, porque siempre puede litigar en los tribunales.

 

Gran parte de la estrategia oficial descansó en la figura de la “pesada herencia”.

Miremos la regresión profunda que es hablar de “tormenta”. Una tormenta es un hecho que ni siquiera es de la naturaleza, porque era de los dioses, que te enviaban una tormenta, y si naufragabas, era el infortunio que te había caído y al que tenías que entregarte, y frente al cual los navegantes usaban una frase heroica, maravillosa: “Navegar es necesario, vivir no es necesario”. Estos empresarios asumen ese discurso. No son responsables de nada y la vida es riesgo. Si perdiste el trabajo, bueno, es la vida, es una oportunidad para mejorar o tener una aventura. Han naturalizado la asimetría, la desigualdad, la injusticia, haciendo uso de condiciones sociales que el populismo no cambia. Esto es importante: el populismo no cambia las condiciones sociales realmente existentes, por eso es fácil hacerlo perder, porque lo que hace el populismo es atenuar las condiciones más duras del capitalismo, volverlo menos inhumano, menos despiadado, menos brutal, y eso dura un tiempo. La gente incluso se cansa, porque hay que estar luchando para sostener algo que, cuando te va un poco mejor, te olvidás.

Una de las autocríticas preferidas de los argentinos es decir que somos un país sin memoria.

Vuelvo a lo que decía sobre cómo es la vida concreta de la gente en relación con sus patrones. El problema de los intelectuales, los políticos, los periodistas, de los que tenemos oportunidad y tiempo de razonar, es que nos imaginamos a la multitud como si pudiera elegir libremente, como si estuviera frente a opciones, y no es así. Si estás en un trabajo y la empresa quiebra, te vas a otra donde te vuelve a pasar lo mismo. Tenés que olvidar eso. La mayoría de los asalariados olvidamos porque, de lo contario, no podríamos vivir. ¿Te olvidaste que una empresa es un lugar del que te echan, donde te maltratan, donde tu destino es la jubilación, donde otro se enriquece cada vez más por tu trabajo? ¿Te olvidás? Sí, porque es la condición de la supervivencia. En un punto, el olvido no es algo exactamente respecto del pasado, sino que es la aceptación de las condiciones de existencia tal como están si no hacés una revolución, que es cambiar esa asimetría. Cuando no es posible una revolución y vivís de esa manera, la omitís, porque sino la vida sería insoportable.

 

¿La sociedad también intenta disimular el recuerdo de esa condición?

En el capitalismo te distraen todo el tiempo para que olvides. Hay una industria culturar infinita donde te hacen olvidarte de todo y estar como en un estado flotante de distracción. Si te va bien, estás incluido, tenés trabajo, podés consumir, y estar mal es no poder consumir. Ser pobre es no poder estar incluido y estar incluido es estar sometido. Lo peor que te puede pasar es no estar sometido, ser indigente, estar afuera, y si estás adentro estás bien, pero estar adentro es estar sometido. Bueno, ese es el mundo.

 

Frente a este estado de situación, ¿qué aporte hacen los populismos?

El populismo te da como una vacación. Recordemos que las vacaciones son uno de sus grandes emblemas. El populismo construye poder alrededor de distribuir efectivamente, no de prometer. El peronismo, que es un populismo bastante especial, se basa en el pasado, no en el futuro. Perón llegó al 17 de octubre por lo que había hecho, no por una promesa, y la gente pedía que se verificara lo que había ocurrido ya en la Secretaría de Trabajo. El peronismo es genial en ese sentido: nunca promete nada, al contrario, a veces todo va a ser un poco peor, pero siempre va a haber algo del pasado, algo mejor, porque es una memoria que no se puede terminar traicionar nunca, ni siquiera durante el menemismo. Comparado con hoy, el menemismo, haciendo el trabajo sucio, era menos terrible. Una diferencia que no me parece menor, que la estamos viendo, es el enunciado transparente, sincero, de la crueldad. Eso no lo tenía el menemismo. Ahora es un “te voy a causar daño, vas a estar peor, es doloroso pero necesario”. Es el caso de Télam, que es un caso muy brutal, injustificado. Fue la respuesta deliberada al paro de la CGT. El poder, para manifestarse en toda su brutalidad, tiene que ser arbitrario, sino no sirve. Un poder racional es limitado, porque lo entenderías y lo podrías prever. Para que sea eficaz, te tiene que sorprender, tiene que ser algo que no esperabas y que te duela. Ese es el significado de los despidos de Télam.

 

 

Desde la mirada de la izquierda, el populismo es parte del problema.

Es la discusión absurda con algunas izquierdas, que en sus prácticas reproducen las mismas condiciones existentes pero discursivamente pretenden unos supuestos que no se verifican. Realizan las mismas prácticas que todo el resto de la política, pero denuestan al populismo de modo funcional con las derechas porque lo toman como si fuera simétrico de ellos: yo digo revolución, vos decís atenuar el daño, entonces la revolución es mejor. Sí, imaginariamente, pero en esta sociedad real, atenuemos el daño, no lo sabotees porque me arrojás al infierno.

 

Fotos | Georgina García
¿Es la idea de que el populismo es retardatario?

Claro, lo es en relación a una promesa que no tiene verificabilidad, y que no la tiene tampoco en las prácticas de ellos mismos, porque no están haciendo la revolución, ni siquiera en su discurso. Hay que estar en contra del macartismo en todo sentido, incluso porque no hay contra quién discutir, no hay un revolucionario ahí adelante. Es una retórica funcional, con la que esa discusión no es interesante, y que a veces tiene resultados positivos en el terreno gremial o de algunas reivindicaciones y uno coincide, hay que decir eso también.

 

¿Existe una “moral PRO”?

Sí, es la del empresariado. Es la competencia, el aprendizaje por el dolor, por la necesidad, por el riesgo de perderlo todo, es el gusto por el riesgo y por ganar, por ser vencedor. Es una moral de derecha y hay una épica, por eso tienen tanto éxito esos personajes estéticos, como “filósofos” y “poetas”, que cantan las loas a esa moral. En lugar de ser mediocres colectivamente en la vida que el capitalismo nos permite, del modo populista, que es hacer una distribución para que tengas aire acondicionado, más vale causar dolor y crueldad a las multitudes para enriquecer más a los pocos poderosos y que el mundo siga adelante. Esa es una moral a la que ellos se someten también. A la multitud, para denunciar la corrupción populista, les muestran bolsos, y eso no es la riqueza. Hoy la riqueza no es un número, sino una proporción. La lucha de los ricos no es por tener más, sino por tener la mayor proporción de todo lo que hay. Facebook va a valer más cuánto mayor proporción tenga de la población mundial, ese es su límite. Lo que está en discusión respecto de la riqueza es cuán menor es el número posible de personas que lo tengan todo. Por eso, a la “gilada” nos arrojan los bolsos, que es una representación estúpida de la riqueza, porque la riqueza no tiene nada que ver con un tesoro.

 

¿Qué rol cumple María Eugenia Vidal en el mundo PRO?

Creo que tiene una singularidad y está vinculada con el peronismo, con la famosa anécdota de Perón en la que decía que “peronistas somos todos”. Efectivamente, el peronismo es una condición estructural de la vida política argentina: el movimientismo, la fluidez doctrinaria, las modalidades con que se constituyen alianzas, la posibilidad de cambiar de posiciones y de volver a las anteriores. Ahora, eso no ocurre sólo al interior del peronismo sino que es un fenómeno de toda la sociedad. ¿Por qué el peronismo siempre es insoportable? Porque siempre pide demasiado. “¿Qué es lo que quieren estos negros?”. Quieren más de lo que se les puede conceder. Y la forma extrema que ha adquirido eso, cuando ya había sido olvidado y nunca más iba a volver, se llama kirchnerismo. Como dice Pichetto, una postura de izquierda o de centro izquierda. El peronismo siempre habilita esas izquierdas, esas demandas insoportables. ¿Qué es lo que se trata de recuperar del peronismo con fines conservadores? Sus modalidades de funcionamiento. Entonces, Cambiemos también tiene su mimetización peronista o populista que es Vidal, entre otras figuras.

 

De hecho, la gobernadora, a diferencia del presidente, sí se rodeó de dirigentes de origen peronista.

Sí. Vidal ocupa ese espacio porque la vida política argentina habilita ese tipo de prácticas, porque hay experonistas que vienen con ella y, además, porque el lugar de esos acontecimientos es la provincia de Buenos Aires. Ella no se había manifestado así en la Capital porque allí eso no tiene interés, sino todo lo contario, mientras que en la provincia de Buenos Aires, si vos querés competir, tenés que mostrar ese rostro y ella tuvo la capacidad de hacerlo. Tiene también el componente católico, que es populista, porque es ecuménico, comunitario, carismático.

 

Más allá del tema puntual que se discute ¿qué significa el debate por el aborto?

La matriz de la cuestión es que la modernidad emancipatoria prometió la igualdad y no lo consiguió, de muchas maneras y por muchas razones, y una de ellas ha sido por la sujeción de género. Tuvimos 200 años de luchas de género que han sido limitadas, con algunos logros que están muy lejos de, ni siquiera, realizar los que se produjeron en otros órdenes. A esto se suman profundas transformaciones de la subjetividad y las tecnologías. La intervención tecnológica sobre el cuerpo le ha dado un nuevo carácter a la lucha de género. Si hace 100 años era una cuestión todavía vinculada a un cierto contexto de naturaleza, la tecnología ha permitido nuevas posibilidades, y eso incentiva el carácter insoportable de la dominación y la desigualdad. Por ejemplo, hablar de “cuerpo gestante” para referirse al aborto y no de géneros, que no tenga que ver con ser varón o mujer, es una novedad radical, de enorme trascendencia. Entonces, lo que ha sido un movimiento de 200 años sube un escalón de complejidad e innovación. Es un horizonte absolutamente impredecible y transformador. Muchos no lo ven o se restringen a ciertos temas parciales, por ejemplo, el cupo o el salario, que son válidos, pero el problema va mucho más allá.

 

¿En qué sentido?

Lo que está discutiendo el movimiento de género en sus versiones más cuestionadoras es la civilización. Pone en cuestión el lenguaje, la gramática, los modos de usar la tecnología, la historia cultural, la violencia bélica. Durante milenios, el varón era la carne de cañón, el destinado a la muerte en el campo de batalla, y la mujer era la que reproducía guerreros. Eso está cambiando por muchos lados. La guerra no es como antes, no hacen falta soldados combatientes, entonces la mujer ya no está demandada. La humanidad se ha reproducido de forma extralimitada y está en cuestión si puede sobrevivir de esta manera. Las condiciones de la discusión sobre la igualdad de género se están transformando muy profundamente.

 

Fotos | Georgina García
¿El sistema intenta contener y asimilar al feminismo?

El sistema lo que hace es decir: “Bueno, ¿ustedes quieren igualdad? Se la damos en nuestros términos. Siguen la guerra, la soberanía, siguen los términos del poder que a nosotros nos mantienen en nuestros lugares”.

 

¿Cuál fue el saldo de las jornadas de debate en el Congreso?

Pasa lo que ocurre en la esfera pública en las sociedades conservadoras: no importa que se digan argumentos sino que vos domines la discusión. Entonces, se va a lograr algo, que si se logra está muy bien, pero también se pierde algo, que es haberle dado la palabra a un montón de trogloditas que de otro modo no hubiéramos tenido que escuchar, y eso por sí mismo es muy desmoralizador. O sea, un minuto de (Mariano) Obarrio hablando en el Senado es muy gravoso. El propósito que tenía implicado esta habilitación de la discusión, que era distractiva, de por sí no deslegitima el resultado, pero sí genera otros efectos. Todo el debate está estructurado alrededor de la idea de salud y eso es una limitación, porque no está habilitado en términos de libertad. La salud es resolver los problemas que trae la libertad, no es el fondo del problema, que es que la mujer no puede no ser libre de hacer lo que quiera.

 

¿Es la discusión sobre hasta qué punto la mujer puede disponer de su cuerpo?

La mujer dispone de su cuerpo y de su vida como lo hacemos todos. Es decir, todos podemos suicidarnos, no hay una ley que lo prohíba. Sí la hay en países autoritarios, pero en la institucionalidad democrática moderna el suicidio es privativo de la autonomía personal. El aborto es exactamente lo mismo, por eso no puede haber prohibición del aborto en una sociedad democrática, es incompatible con la democracia. Por eso es falso el modo en que se dice esto: “Lo hacen igual”. No, lo hacen porque son libres. ¿Cómo hacés para que no lo hagan? Tenés que meter presa a una mujer, como tenés que tener preso a alguien para que no se suicide. Cuando entrás a la cárcel, te impiden suicidarte, autoagredirte.

 

Para los presos, herirse a sí mismos es muchas veces una forma de protesta.

Exacto, porque es lo que tienen prohibido, en eso consiste estar preso. El aborto es el equivalente femenino de estar preso de todas las personas. Es impedirle a una mujer hacer algo que le hace un daño, un daño relativo que la libera de otras consecuencias peores. Es una decisión que toma: que una posibilidad de vida no se realice y que pueda haber un daño efectivo, por eso la mujer puede llegar a morir. El tema de salud sí es que la sociedad reduzca ese daño, pero ese no es el verdadero problema, es la libertad, y la razón por la que se oponen al aborto es para quitarle la libertad a la mujer. Es el último reducto que queda para encerrarla en una limitación, con un pretexto que es “las dos vidas”. Parece un buen argumento, que no lo es, pero se usa como chantaje moral a las mujeres. O sea, si vos sos libre, sos asesina.

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