Residir en la magnitud ampulosa de la ciudad conlleva una serie de tensiones y conflictos sociales que no encuentran resolución ni regulación por parte del Estado a mediano ni largo plazo. Las ciudades –particularmente los grandes conglomerados urbanos— se fueron consolidando como espacio de oferta laboral y reservorio de vastas porciones de población rural, que, expulsadas por la expansión de la frontera agrícola, terminaron por engrosar los grandes y periféricos bolsones de pobreza. Cuando hablamos de extractivismos, generalmente asociamos el concepto a la apropiación y/o explotación desmedida de recursos o bienes naturales y lo pensamos en enclave rural o campesino, dejando de lado la pregunta por las lógicas que implican prácticas extractivas similares en los espacios urbanos que habitamos.
“Se sabe bien de qué hablamos cuando hablamos de extractivismos en términos generales como la explotación de los recursos naturales o bienes comunes de la naturaleza con fines de exportación, expoliación de los territorios, esto es: prácticas ligadas a la extracción de minerales del suelo, de los recursos petrolíferos convencionales y no convencionales, explotación forestal, agronegocio, etc. Pero no miramos qué está pasando en las ciudades que son los lugares donde habita el noventa y dos por ciento de la población del país. No observamos dinámicas que podrían ser equiparables a todos estos procesos de extracción de renta en ámbitos urbanos”, señala Patricia Pintos, geógrafa de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), docente e investigadora.
La autora de Naturalezas Neoliberales. Conflictos en torno al extractivismo urbano inmobiliario (compilación realizada junto a Sofía Astelarra), parte del abordaje inicial sobre la temática propuesta por los autores Enrique Viale y Maristella Svampa, y propone una “vuelta de rosca”. En su ampliación del concepto de extractivismo urbano, Pintos incorpora tres componentes fundamentales: la presencia de un Estado colaborativo, que acompaña los desarrollos urbanísticos extractivistas; la dinámica de la lógica especulativa rentista, y lo que considera distintivo de estos tiempos; la revalorización del uso de la naturaleza, que le agrega un plus valor económico al proyecto a desarrollar.
“Particularmente se da esta serie de componentes” –detalla la investigadora—, “por un lado: prácticas urbanísticas proclives a favorecer ese tipo de inversiones, de acompañar y favorecer a los actores más dinámicos del mercado desarrollador inmobiliario. A partir de flexibilizar las regulaciones y eliminando procedimientos. Por lo tanto, facilitando el ciclo de desarrollo de esos procesos de inversión. El Estado, a través de esa práctica del urbanismo neoliberal aparece como colaborativo de los intereses del capital desarrollador inmobiliario. El Estado se retira de la función de planificación y se transforma más en un colaborador activo de las expectativas del mercado. Durante el período del Estado de bienestar, éste tenía un rol activo en velar por el bien colectivo, aplicar regulaciones que de algún modo contribuyeran a armonizar las relaciones dentro del conjunto de intereses presentes en estos entornos urbanos. Durante el neoliberalismo esto cambia radicalmente y el Estado se retira. Pero no hablamos de un estado ausente, el Estado nunca está ausente, sino que deja que el mercado cobre protagonismo y se pueda expresar en toda su magnitud. En nuestro presente en particular esto está absolutamente garantizado con un Estado que habla de la “libertad del capital” como un valor, un atributo, y es visto como algo que se debe fomentar y acompañar. Los procesos de redistribución que se obtenían en la ciudad durante el ciclo del Estado de bienestar hoy desaparecen y están garantizando la maximización del beneficio para las empresas. El segundo elemento tiene que ver con la lógica especulativa rentista. El capital que se invierte no está orientado a satisfacer la provisión de un bien material para los habitantes de la ciudad –como podría ser el acceso al suelo y a la vivienda—, sino que esa producción de suelo y vivienda está puesta en obtener el máximo beneficio para las empresas. Es decir, de satisfacer una necesidad se pasa a la maximización del beneficio empresario. Entonces se desnaturaliza el objetivo inicial que es la provisión de suelo y vivienda para el conjunto de la población y lo que se provee en todo caso, son opciones de negocio. El tercer elemento, lo que para mí es distintivo de este tiempo, es la capitalización de la naturaleza; la existencia de un capital netamente especulativo (ya no productivo). Aquí aparece la naturaleza ingresando en los proyectos de desarrollo inmobiliario como un factor que los valoriza. Nordelta no se podría haber proyectado en otro lugar que no fuera un humedal. Porque lo que se vende es el imaginario de vivir rodeado de lagunas, con acceso directo al río Luján y de ahí al río de La Plata. Lo que algunos autores llaman un urbanismo escenográfico producido en gran medida artificialmente que introduce la naturaleza como un factor que contribuye decididamente a valorar ese capital invertido”.
La gentrificación o el proceso de la lógica expulsiva
En 1964, la socióloga alemana Ruth Glass acuñó originariamente el concepto de gentrificación para identificar las dinámicas de desplazamiento y renovación del centro urbano de Londres. La gentrificación es una tendencia que se da a escala global e implica la revalorización de áreas pertenecientes a las clases populares, desvalorizadas o tugurizadas, por parte de grandes grupos de inversores inmobiliarios.
“Esta lógica mundial se traduce en que las zonas centrales de la ciudad pasan a ser de atractivo para cierto sector del capital inmobiliario y lo que hacen es comprar esas propiedades, desplazando a los propietarios de ese suelo y produciendo una revalorización de esos lugares”, comenta Pintos y precisa que algunos de los casos más representativos en nuestro país son: San Telmo y La Boca. “Estos lugares desvalorizados con muchos condominios, conventillos (que desde el punto de vista de la imagen de la ciudad no eran lo más apetecible), grafican un proceso que incide en el valor del suelo, lo tiran para abajo. Los inversores ven la posibilidad de desplazar a la población residente, hacerse de esos espacios a muy bajo costo, invertir y transformar ese lugar en atractivo sobre todo para el capital turístico. Muchos de estos espacios, antes conventillos o casas de pensión, hoy son lugares reconvertidos en espacios de venta de productos sofisticados o de gastronomía focalizados en un sector del turismo con capacidad solvente. A la población del lugar se la expulsa, se la desplaza. Es un fenómeno que está pasando en todo el mundo. Ahora, lo que se está dando es, además, un proceso de gentrificación de la periferia. Cuando los pobres no pueden acceder al suelo se van desplazando generalmente hacia los bordes de la ciudad por una cuestión de renta del suelo. Ahora los sectores de más altos ingresos buscan vivir en las afueras, entonces buscan competir con los sectores populares por el mismo suelo; por eso vemos una villa miseria al lado de un barrio cerrado o de country. Algunos autores lo llaman la gentrificación de la periferia popular. Francisco Sabatini, sociólogo chileno dice que es una gentrificación sin expulsión porque no expulsa como pasa en los centros sino que convive, coexisten, de una manera muy segregada, que muestra una segregación social y residencial muy marcada. Es un fenómeno gentrificador muy de nuestra época”.
Fragmentación y gentrificación. Ampliación de la brecha entre las clases sociales. Las conflictividades latentes aparecen claras cuando pensamos, por ejemplo, en la dificultad del acceso a la vivienda propia, en un contexto de avance irrestricto del extractivismo urbano inmobiliario, netamente depredador y manipulador, bajo la permisividad de una dinámica acompañada cada vez con mayor fuerza desde el Estado.
En la imagen de portada: Patricia Pintos, geógrafa de la UNLP.