Francisco y la palabra política

“El fallecimiento de Jorge Bergoglio deja un vacío político que no será fácil de llenar. Y es esa perspectiva es la que deseamos evocar.” Por Eric Calcagno

La magnitud del momento histórico que vivimos no puede ocultar la tristeza que sentimos. Para los creyentes de cualquier religión, ha partido el líder de una grey; para otros –ateos o agnósticos— faltará una insoslayable referencia moral y hasta filosófica. Para todos, el fallecimiento de Jorge Bergoglio deja un vacío político que no será fácil de llenar. Y es esa perspectiva es la que deseamos evocar.

Es que Bergoglio estaba a la altura de Vladimir Putin, de Xi Jinping, de Narenda Modi, en un escenario internacional con cada vez menos estadistas; podía hablar con Erdogan y también recibir a tres presidentes norteamericanos distintos, aunque estos siempre fueron más bien de cabotaje, que Obama no fue Roosevelt. También podía viajar a Indonesia, el país con mayor población musulmana del mundo, hablar en Egipto con el líder suní o en Irak con los chiitas. Y con la misma naturalidad con la que visitaba a los mil quinientos cristianos de Mongolia, podía convocar a tres o cuatro millones de fieles en las playas de Copacabana. Pocos pudieron en una sola vida estar en las prisiones, lavar pies de internas, y también con los pobres, movimientos sociales e indígenas –a quienes pidió perdón—, y también a la orilla del mar con los refugiados, en sostenida defensa de los inmigrantes, como hacia las y los distintos, y rematar en una entrevista “si un gay quiere acercarse a Dios, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. ¿Es acaso un pecado? Bueno, el propio Papa se consideraba pecador. “Basta de clericalismo… Si la iglesia no sale, se convierte en una ONG, ¡¡¡ y la Iglesia no es una ONG!!!” clamó desde la Catedral de Río de Janeiro. “Yo le tengo miedo a los salvadores sin historia”, dijo quien tuvo dos mil años de historia tras de sí, y supo recuperar el Concilio Vaticano II, imaginado por Juan XXIII, instrumentado por Paulo VI y que había sido olvidado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, como bien señala Eduardo de la Serna. Sin duda Bergoglio sabía que la política es el arte de lo posible, pero Francisco nos recuerda que las posibilidades del arte son infinitas. No inescrutables, como los designios divinos, sino claras en la práctica papal que supo siempre unir gestos y hechos. “¡Hagan lío!” Les decía a los demás, y a la Iglesia en persona. Y “el lío” personal que hizo Francisco fue una construcción de poder. No lo hizo solo, pero sí lo condujo.

Es que si para los peronistas “Conducción política” es nuestro breviario en el campo del poder, consideramos que “Alegría del Evangelio”, el primer mensaje apostólico de Bergoglio hecho Papa Francisco, conductor de la Iglesia Católica, deja en claro las líneas de acción. Veremos unos pocos ejemplos. La primer constatación es que “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada”. Está claro que nadie se realiza en una sociedad que no se realiza, es el legado de Aristóteles que retoma Perón y expresa Francisco. Nadie es jesuita en vano. Ni gratis, pero hay quienes eligen entre el dinero de las off-shore por un lado, y otros van por “el reino, el poder y la gloria”. ¿Vocación de poder en un peronista? Vaya novedad.

Un poco más allá, leemos que “en la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia”. Y así en tres líneas, lo más pancho, Francisco te despacha a la posmodernidad, mandándola al basurero de las modas ideológicas de donde jamás debió salir. Porque la posmodernidad es la semilla de la antimodernidad hoy dominante, que es lo que combatió el Papa Francisco. Desde los ochenta, hemos sufrido la desarticulación entre élites y pueblo, que llegó a punto tal que de la separación de los dirigentes y dirigidos dejó un vacío que ocupó el nihilismo en modo fascista. Sí, eso que legitima la desigualdad social, prohíbe los esfuerzos colectivos, abomina de la justicia social, desdeña la soberanía nacional. Bien lo sabemos por estas pampas. En la realidad, la obra de Francisco en Argentina parece que no ha impactado tanto en las dirigencias, aunque sí la encontramos en movimientos sociales, agrupaciones políticas, en organizaciones de la sociedad civil. Será difícil de medir, es impresionante de ver. Eso es la palabra en acción. ¿Prepotencia de trabajo? Otra novedad.

Digamos también que Bergoglio también tuvo un estilo propio. ¿Hay que ser triste para ser serio o creíble? “Hay cristianos que parecen una cuaresma sin pascua”, dijo, lo que no parece un elogio. De hecho, cita a Profetas: “Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien (…) No te prives de pasar un buen día”. La alegría no es pecado, y eso también es una fuerza, en tanto sabemos desde Jauretche que “los pueblos tristes no vencen”. Alegría pues, aún en los momentos más difíciles, ya que es o ahí. Nuestros enemigos pueden estar satisfechos de dinero y poder, pero eso no es alegría, y sólo les genera frustración, como lo podemos apreciar en la letanía de los trolls en las redes sociales. La alegría no es un producto de la tecnología, que no está para eso, pero que en el marco de determinadas relaciones de fuerza es presentada como si fuera la felicidad, moneda mediante. La dimensión de la tecnología es vendida como la fuente de toda felicidad en lo personal, y establece en la pericia técnica dominante la resolución de los problemas económicos y sociales, que por esencias son políticos. “La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola, también cuando el agricultor duerme. La Iglesia debe aceptar esa libertad una fe real de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas”.

El Papa Francisco no vino a la Argentina. “Dios no llegará si no estamos preparados”, decía Heidegger, en la idea de producir la acción necesaria para que Dios llegue, pues si nada se hace no habrá Dios que venga, ni que valga. Dios, o el Vicario de Dios, no va a venir de onda, ni a reparar lo que otros –del bando que sean— pueden componer, si no existe una voluntad concretizada en la realidad. Y queda la sensación que nadie estuvo preocupado en realidad acerca de una visita inoportuna, aunque papal. ¿Quizás porque les faltó las palabras para preparar la acción de espera? Si por un lado hubo muchos que difundieron las palabras de Francisco, hay que decir que pocos, muy pocos, llevan esas ideas a la práctica, ninguno en la medida que pueda construir una esperanza capaz de transformarse en un proyecto político para la sociedad civil argentina. Tampoco es cuestión de quedarse en la repetición de la palabra de Bergoglio, sino de llevar esas ideas a la realidad. Otros prefirieron el insulto, la degradación de la investidura, la supuesta adscripción con el comunismo del Papa, pues no son necesarios argumentos cuando lo que se defiende es la tasa de ganancia, las privatizaciones, la precariedad generalizada. Queda la sensación, algo amarga, que los que querían a Francisco lo querían lejos, para ser los interpretes de esa palabra –pues repetir es más fácil que hacer— y los que lo detestaron lo preferían también lejano, muerto de preferencia. Quizás la presencia papal en Argentina hubiese roto un equilibrio precario y gravoso que, mal que peor, le conviene más a tirios y troyanos aunque –o porque— ese riesgo entrañe un presente más feliz para el pueblo. Que es lo que sucede, a veces, cuando se recupera la palabra política con el objetivo del Bien Común.

Por último, si el próximo pontífice continúa la línea de Francisco, Bergoglio habrá sido el primer peronista en arreglar la propia sucesión. Será el primer milagro del Papa. El segundo será recuperar la argumentación y la persuasión en la recuperación de la palabra política, y también la recuperación de la política. Tampoco dudamos que habrá más milagros, como los que te gustan: populares, diversos, quizás decisivos. Nos debés la visita. ¡Bravo y gracias, Compañero Papa Francisco!

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