Final a dos bandas

Las primeras elecciones en tiempos de paz se definirán entre la derecha de Duque y la izquierda de Petro. Tácticas, estrategias, fortalezas y debilidades de los candidatos que competirán en un ballotage clave para Colombia y la región.

Colombia vivió sus primeras elecciones presidenciales en paz con las FARC. Por primera vez en más de medio siglo, el principal tema de campaña no fue la guerra, sino la economía, la corrupción, la salud, la educación y el medio ambiente. Ni el acuerdo de paz fue un punto central en los discursos diarios de los candidatos, muchos de los cuales buscaron ganar el voto de la mayoría de la población colombiana, urbana y más alejada de la violencia del conflicto. Sin embargo, todo ballotage demanda polarización. Por eso, una vez más en Colombia suena con fuerza, dramatismo y urgencia la palabra paz.

 

“Hoy el Acuerdo sobre lo Fundamental es la gran Coalición por la Paz”, aseguró después de la primera vuelta Gustavo Petro, el hombre que enfrentará en el ballotage al partido del ex presidente, actual senador y ferviente crítico del acuerdo de paz, Álvaro Uribe. Sólo con esas palabras, el candidato desplegó su estrategia para las próximas tres semanas de campaña.

 

Petro es el primer ex guerrillero desmovilizado en un proceso de paz que llega a una segunda vuelta presidencial y sabe que ese pasado y su actual perfil confrontativo le pesarán a la hora de sumar nuevos apoyos. Por eso, buscó recuperar el espíritu de reconciliación del acuerdo de paz de 1990 y de la Asamblea Constituyente del año siguiente, y especialmente el que encarnó el fallecido líder conservador, Álvaro Gómez, un hijo de la clase dominante colombiana que fue secuestrado por el M19 -la ya extinta guerrilla a la que perteneció Petro- y que ya en libertad jugó y perdió su capital político en aras de construir un “Acuerdo sobre lo Fundamental”, como lo llamó, que garantice un nuevo comienzo al país.

 

La primera vuelta del domingo pasado dejó un escenario electoral mucho más optimista para Petro de lo que pronosticaban las encuestas. El candidato del uribismo, el joven y hasta hace poco ignoto ex consejero del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Iván Duque, apenas superó el 39% de los votos y el ex alcalde de Bogotá quedó segundo con el 25%. La gran sorpresa de la jornada la dio el ex alcalde de Medellín y ex gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, quien le pisó los talones a Petro y sumó un apoyo del 23,7%. El ex vicepresidente y aliado casi natural de los conservadores y liberales que apoyan a Duque, Germán Vargas Lleras, fue, en cambio, el gran perdedor de la noche, al ubicarse cuarto, muy lejos del resto, con el 7,3% de los votos. Finalmente, el único de los candidatos que hizo una campaña centrada en el apoyo al acuerdo de paz, el negociador del gobierno durante el proceso, el liberal Humberto de la Calle, apenas obtuvo un 2,1%.

 

Los resultados no dejan mucho margen de análisis: Fajardo y sus casi 4,6 millones de votantes serán los árbitros del ballotage del próximo 17 de junio.

 

Por eso, la gran pregunta es qué quieren, qué defienden y qué rechazan los votantes de Fajardo, el doctor en Matemáticas que se presentó con el apoyo del Polo Democrático Alternativo -la coalición de centro-izquierda que se creó al calor de la oposición al uribismo- y de los ecologistas de Alianza Verde del ex alcalde Bogotá y senador, Antanas Mockus.

 

En los actos de campaña, en columnas de opinión y en las redes sociales, muchos votantes de Fajardo defendieron su voto explicando que querían escapar a la polarización derecha-izquierda, personificada por Duque y Petro, a la corrupción y la forma de hacer política de los grandes aparatos partidarios, y a lo que consideraban ideas extremistas, desde las amenazas de uribistas de “hacer trizas” el acuerdo de paz hasta la propuesta de una asamblea constituyente de Petro que avance en un mayor intervencionismo estatal y cambios estructurales y radicales.

 

Fajardo, quien a lo largo de la campaña acusó una y otra vez a Petro de ser un demagogo que prometía lo imposible y a Duque, de ser una vuelta a la belicosidad del uribismo, sintetizó el sentir de sus votantes en un tuit el mes pasado: “Nos quieren llevar a elegir trinchera. O izquierda o derecha. A ver el mundo solo de dos maneras. Nosotros rompimos con eso hace años. Vamos hacia adelante, vamos a reconciliarnos. Esa es la verdadera transformación política del país.”

 

Tanto Duque y Petro entendieron inmediatamente los resultados del domingo y no tardaron ni un minuto en empezar a cambiar o adaptar su discurso.

 

“Quiero ser el presidente que elimine los gastos innecesarios, que le haga una reforma a la administración pública, que además reduzca la evasión, que confronte la corrupción para que podamos bajar impuestos”, prometió el joven uribista en su discurso de victoria el domingo. Esa noche se dirigió con nombre y apellido a Fajardo y contó que se sintió “sintonizado” con sus programas de educación y lucha contra la corrupción.

 

Sin embargo, es difícil imaginar cómo los ecologistas que votaron por Fajardo se van a volcar en segunda vuelta por un candidato que relativiza los efectos medioambientales del fracking o cómo sus seguidores más progresistas que reclaman mayor educación y un crecimiento económico más justo van a apoyar a quien tiene detrás a los sectores que durante los dos mandatos presidenciales de Álvaro Uribe exigieron y consiguieron un modelo económico y social neoliberal.

 

Además, también es difícil imaginar a la base del Polo Democrático Alternativo apoyando a un candidato uribista, especialmente la candidata a vicepresidente de Fajardo, Claudia López, una de las responsables de destapar el escándalo de la llamada parapolítica en 2006, que desnudó la alianza política y económica de legisladores, funcionarios y autoridades locales y nacionales con los grupos paramilitares, responsables de decenas de miles de crímenes de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos. La mayoría de los políticos señalados eran miembros del partido de Uribe o aliados del entonces presidente, incluido uno de sus hermanos.

 

Duque no es una opción fácil de digerir para los votantes de Fajardo, pero tampoco lo es Petro.
El ex alcalde de Bogotá y ex senador fue miembro del Polo Democrático Alternativo hasta que dio un portazo, muy público y dramático, en 2010. Él siempre afirmó que se fue porque la coalición no supo enfrentar la corrupción interna, pero sus detractores sostienen que no aceptó perder la disputa por la conducción de la fuerza. Lo único seguro es que desde entonces su relación con muchos de sus ex compañeros es, cuanto menos, tensa.

 

“Tenemos una visión distinta del país y de cómo hacer política”, explicó la dirigente del Polo y candidata a vice de Fajardo, López, en una entrevista de principio de año con la radio W. Dio ejemplos: “Nosotros creemos que lo que pasa en Venezuela es una tragedia, que hay una ruptura democrática, casi una dictadura, que se violan los derechos humanos de sus propios ciudadanos…y ¡Petro apoyó a (Hugo) Chávez y a (Nicolás) Maduro hasta el año pasado!”.

 

“Nosotros creemos -continuó- que la empresa privada es el motor de la economía y queremos que haya más empresarios, más emprendedores, gente que genere más riqueza, más empleo, que paguen más impuestos. Petro tiene una visión más estatista, más confrontativa, en la que los empresarios son los ricos…es muy distinto. El quiere más polarización, nosotros más reconciliación”.

 

Durante los últimos meses de campaña, las acusaciones de demagogia, populismo y confrontación del sector de Fajardo no hicieron mella en Petro, pero ni bien se oficializaron los resultados de la primera vuelta, la historia cambió.

 

Al día siguiente de las elecciones, el ex alcalde de Bogotá dio una entrevista con el canal de televisión estadounidense Univisión y la ex conductora de CNN, Patricia Janiot, donde aseguró que la vecina Venezuela “ha derivado en los últimos años, bajo Maduro, en una dictadura”. Además, retiró formalmente la propuesta de llamar a una Asamblea Constituyente -”si logramos acuerdos en el Senado, las reformas que estamos proponiendo se pueden lograr allí”, explicó- y prometió que, de ganar, no tendrá una política de expropiaciones.

 

“No somos expropiadores, somos distribuidores y democratizadores de la iniciativa privada y buscamos que la sociedad colombiana, la tercera más desigual del mundo con millones de personas en la pobreza, pueda convertirse en una sociedad de la clase media”, retomando el tono moderado y conciliador de la campaña de Fajardo.

 

Pese al optimismo desplegado por Petro, el flamante Senado colombiano está extremadamente fragmentado y distintas fuerzas abiertamente conservadoras controlan alrededor de la mitad de la cámara. Algo similar sucede en la Cámara de Representantes, por lo que cuesta imaginar un Poder Legislativo dispuesto a aprobar reformas estructurales como las que propone el candidato sin una profunda lucha mediante.

 

No es la primera vez que la segunda vuelta presidencial se presenta en Colombia como la opción entre la paz y la guerra. En 2014, cuando el presidente saliente y el promotor del proceso de paz con las FARC, Juan Manuel Santos, se presentó a la reelección frente a otro candidato elegido por Álvaro Uribe, el mapa electoral que obtuvo en la primera vuelta fue un tanto parecido al que consiguió Petro este domingo.

 

Santos consiguió gran parte del oeste del país y casi todos los departamentos del sur hasta el este del país. Petro repitió este mapa con excepción de los departamentos del sureste Amazonas y Guania, el occidental del Valle del Cauca y los del noroeste del país: Magdalena, Bolivar y Cesar. Para ganar el ballotage, Santos logró sumar Bogotá -distrito en el que ahora se impuso Fajardo-, y los departamentos de Norte de Santander, Arauca y Santander. En este último, Duque se impuso cómodo, pero Fajardo consiguió un buen segundo puesto que podría ayudar a Petro a empatar.

 

La abstención es una opción conocida y muchas veces usada por los votantes en Colombia, así que no se puede descartar un escenario en el que un número importante de los que apoyaron a Fajardo en primera vuelta se nieguen a entrar en la polarización del ballotage. Este escenario sin dudas beneficiaría a Duque, quien con los votos de parte del establishment conservador que impulsó a Vargas Lleras podría sumar de máxima más de un 46%, una cifra que podría alcanzar la mayoría absoluta si el universo de votos se achica lo suficiente.

 

Para Petro, en cambio, una fuerte baja en la participación electoral sería fatal. Por eso, su estrategia ahora es convencer, incluso a sus mayores críticos, de que el país se encuentra en un momento histórico, decisivo, como el que siguió al proceso de paz que desmovilizó a su ex guerrilla, el M-19, y desembocó en la redacción de la actual Constitución Nacional.

 

 

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