Entre la lista única y la lista de unidad

"A veces la política es pura matemática y en esa ciencia no es aconsejable guiarse por el corazón ya que produce malos cálculos y pésimos resultados"

A veces la política es pura matemática y en esa ciencia no es aconsejable guiarse por el corazón ya que produce malos cálculos y pésimos resultados. En estos días Cristina y Randazzo participan de un juego matemático llamado octubre de 2017, donde la operación lógica es la suma y no la división.

 

Ambos, juntos, superan el 40% de intención de voto en cualquier encuesta. Un número que otorga un seguro triunfo sobre la mejor fórmula de la alianza Cambiemos conformada por Esteban Bullrich y Facundo Manes.

 

Este sería un primer escenario de contienda electoral que, desde la lógica, favorece al kirchnerismo, pero ¿imposible? de llevar a cabo por la influencia del corazón y de cierto ego político que mira con ansias hacia 2019 pero camina tropezando en 2017.

 

Si esta fórmula de unidad se concreta, Cristina mantiene a esa minoría intensa que lleva su nombre y suma a los sectores de centro y centro-derecha que ven con buenos ojos el perfil de gestor de la política que posee Randazzo. Se sumarían, además, algunos sectores que, aunque kirchneristas, desafían la conducción política de Cristina y un público nada despreciable de votantes macristas desilusionados, cuyo bolsillo y calidad de vida pesa más que el rencor hacia la ex presidenta.

 

¿Cuáles son los obstáculos que hoy impiden realizar esta lista de unidad?

 

En primer lugar, ambos deberían aceptar colocar en segundo plano a algunas alianzas y amistades. Por un lado, Amado Boudou, Aníbal Fernández y Luis D´Elia; y por el otro, Julián Domínguez y todo el coqueteo randazzista con el Frente Renovador. A su vez, las agrupaciones políticas que orbitan alrededor de ambos, deberían quedar desplazadas del manejo político de primera línea y concentrar sus esfuerzos en capilarizar en territorio las políticas del FPV, procurando, como primera tarea, recuperar un tejido social hecho jirones por la política económica de la alianza Cambiemos que en dos años de gestión aumentó la pobreza alrededor de 3 puntos.

 

En segundo lugar, quién tenga la lapicera deberá prestarla. Por los números que arrojan las encuestas y el peso político, Cristina hoy está en situación de decidir a quién se la presta, una nimiedad que a la ex presidenta parece costarle mucho más que a otros.

 

Este escenario, aunque óptimo para el kirchnerismo, tiene aristas que dificultan su concreción en ambos lados. También por el lado de Randazzo, empecinado en unas internas que no resuelven nada y en querer ganar una maratón en los primeros metros. Si Randazzo gana en unas internas frente a Cristina o un candidato cristinista (ambos escenarios algo improbables), nada asegura su candidatura a 2019. La lista de unidad es útil para enfrentarse a la alianza Cambiemos y al Frente Renovador, pero no para encontrar un candidato o candidata a presidente. Randazzo se equivoca al querer recrear la ruptura de Néstor Kirchner frente a Eduardo Duhalde en 2005, donde el ex ministro del Interior participó, pero se olvida que él no es Néstor, ni Cristina es Duhalde. Además, Randazzo debe aceptar que a los intendentes les resulta más cómodo apoyar a quién mide 35 puntos que a quién mide menos de 10. Intendentes, algunos, que romperían gustosos con el cristinismo pero que, por otro lado, procuran mantener calmas a sus intendencias y a sus cargos.

 

¿Y por qué Cristina debe conducir la lista de unidad y no construir una lista única?

 

En primer lugar, porque si construye una lista única, continuará construyendo derrotas como en 2015. Esa lección ya debería hacerle saber que no es una traición ni una pérdida de pureza política establecer un espacio amplio (con sus disidencias internas) de cara al duelo electoral para garantizar la victoria. Pretender mantener la pureza ideológica que el cristinismo dice ser titular es un grave error de Cristina en esta elección. Luego de octubre se abren dos largos años para discutir doctrina y fórmula presidencial.

 

En segundo lugar, porque dejar afuera a Randazzo es dejar afuera a parte del centro electoral de Buenos Aires, preocupado más por la gestión que por el posicionamiento ideológico. Dejar afuera a Randazzo es crear otro Massa, políticos que traccionan votos de los que piden gestión sin política, algo que en las filas del cristinismo no abunda.

 

En tercer lugar, porque en una eventual victoria electoral desde la unidad, a Randazzo aún le quedan varias batallas. Verónica Magario es una, aunque sus aspiraciones son solamente bonaerenses y el propio ex ministro podría encontrar una aliada de cara a 2019 para su postulación al Ejecutivo nacional.

 

Y en último lugar, porque Randazzo aún no ha traicionado, aunque se lo ha forzado a que lo haga, como también, se lo forzó a Scioli hasta un mes antes de la elección pérdida en 2015. El cristinismo, a veces, juega a la profecía autocumplida, y eso es una debilidad. Por ejemplo, en este junio convulsionado se lo acusa a Randazzo, entre otras cosas, de ser candidato de Clarín. Pero Cristina podría hacerlo su candidato también y cerrar una jugada maestra y matemática: construir una lista de unidad, ganar en octubre y que Clarín termine haciendo campaña por y para ella.

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