En Ciudad Evita el cielo se puso rojo

“De un lado casas, del otro, un paredón desde el que penden varias amenazas: el volcado de basura, los incendios intencionales, las disputas interbarriales, los desarmaderos de autos ilegales”. Crónica de un paseo por la reserva matancera. Por Adrián Dubisnky

“Estaba en llamas cuando me acosté”

Charly García

A la noche, lo primero que nos llamó la atención fue el sonido omnipresente de las chicharras, luego algunos gritos de pájaros, y luego, la constatación de lo terrible, el olor a quemado y el color rojo copando la negrura. Definitivamente se estaba incendiando la reserva.

Al otro día, la visitamos. La reserva de Ciudad Evita es un pulmón verde, un barrio diseñado, pensado y planificado. Desde el cielo se ve a Evita de perfil, con su característico rodete: un busto plano en medio de una reserva natural bonaerense que con la proliferación de tomas de tierras se ha ido desdibujando un poco. El barrio fue declarado Lugar Histórico Nacional en 1997 y, según el arquitecto y académico Alberto Petrina, es “un monumento representativo de un momento especial del país, del primer peronismo, de las reivindicaciones sociales. De la época en que se construyeron hospitales, escuelas y conjuntos de viviendas. Ciudad Evita es el mayor conjunto de viviendas construido entre 1947 y 1955”[1]. El mismo Petrina también cuenta que cuando a Evita le preguntaron –o cuestionaron— por qué se terminaba decidiendo por ese tipo de chalet estilo californiano, que nada tenía que ver con la idiosincrasia edilicia de nuestra patria, ella replicó que las mujeres de nuestro pueblo veían en el cine –en ese momento accesible— una proyección del lugar en el que querían vivir, y que, por lo tanto, no veía nada de malo cumplir el sueño de los más humildes. Esa simpleza para comprender la necesidad de un par –cuestionada, ciertamente, por la élite progresista— excede a la sumisión de un gesto colonial; por el contrario, se trata de una suerte de fagocitación Kuschiana, ya que lo que hizo no fue trasladar un barrio californiano, sino que construyó un escenario en el que se desplegó una forma de ser y un sentido de existir que nada tenía que ver con el espíritu hollywoodense.

Ahora, por supuesto, el lugar dista bastante de aquellxs primeros añor del barrio. Para llegar a la reserva atravesamos unas cuántas calles más intrincadas que las de Parque Chas, ya que, a cualquier círculo a priori imaginable, se le superpone una efigie que, de no conocerla o vivir en el barrio, sería imposible salir de ella por intuición simétrica. Pero lo curioso –que es lo que hace que uno quede enredado para siempre con Evita City— es la magia del sueño con que fue fundada y que, independientemente de las problemáticas que la atañen hoy día, sigue siendo un ícor etéreo flotando en el aire de esas calles colmadas de verde.

Nuria, la guía que oficia de Cicerona –nacida y criada en Ciudad Evita— me va señalando los árboles que ella misma fue plantando por el barrio y que, por supuesto, son todos autóctonos. Acá un espinillo, allá un talita, por acullá un fumo bravo, más allá una anacahuita, y acá nomás, ahora mismo abrazándolo, un algarrobo joven aún. Pero la estrella de las calles del barrio, por reminiscencias de las calles que poblaron mi infancia, es un ombú añoso y grueso como una esperanza de fe en la justicia social. Caminamos por calles desiertas. Es temprano a la mañana, y a fines de diciembre, es la mejor hora. Nos fuimos acercando de a poco a una vegetación cada vez más tupida, hasta que, como en La vorágine de Rivera, una pared verde comenzó a perpetuarse como la vereda de enfrente: de un lado casas, del otro, un paredón vegetal sobre cuya existencia penden varias amenazas: la toma de tierra, el volcado de basura, los incendios intencionales, las disputas interbarriales sobre la gestión del espacio, los desarmaderos de autos ilegales, las canchas de fútbol en terreno público, los emprendimientos inmobiliarios truchos, la descarga ilegal de basura[2] –uno de los motivos principales por el cual comienzan a prender fuego— y tantos otros que acechan al espacio público.

Mucha/os vecina/s mentan un nombre que resuena a colonialista inglés como el culpable de los males del lugar, pero parece ser una red más extendida; por ahora, solo me limitaré a contar algo sobre el lugar con un solo propósito: que quien imagina el espacio a través de estas palabras, defienda la existencia de ese lugar, de esa reserva municipal, un humedal con sectores prístinos, y que sepa que tiene tanto la libertad de ir a conocerla, como de abstenerse de modificar el paisaje con su presencia. René, de Calle 13, en el tema La Perla, habla de los gringos tirando fotos que le contaminan el paisaje. Para alguien que vive en un lugar como Ciudad Evita, la idea de una horda de tira fotos haría que el lugar deje de ser lo que es. La paradoja del turismo, en detrimento del hermoso arte del viajar, es, al menos, controversial.

Ciudad Evita es parte del partido de La Matanza. La identidad matancera fue de las primeras que escuché con tanto énfasis. Entiendo y me consta que hay muchas más y que, al interior de La Matanza, hay múltiples identidades de pertenencia barrial. Durante cuatro años trabajé en la Coordinación de Cultura y Patrimonio de ACUMAR (Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo), y durante ese período tuve la suerte de poder iniciarme en el conocimiento de las identidades del conurba; pero ese mosaico heterodoxo que venía conociendo desde mis tiempos de vendedor ambulante de imitaciones de perfumes, de la parte de mi familia que vivía y vive en la provincia, comenzó a tener una forma más definida que la que tenía en aquellos tiempos. Un acercamiento con todo un bagaje de conocimiento previo, desde un lugar providencial –llegaba desde el Estado y con actividades—, me permitió adentrarme en los albores de esa inmensidad cercana culturalmente que es el conurbano bonaerense en suprageneral, la cuenca del río matanza en particular (con sus porosidades), La Matanza en particular y Ciudad Evita como una especie de intento de microscopizar una de sus problemáticas principales. Resulta paradójico que cuanto más se impone la inteligencia artificial y su demanda golémica en perjuicio de la tierra, más valor cobra esta y más disputa genera en el terreno de lo material tangible de las personas.

El ingreso a la reserva lo hicimos por un camino consolidado en piedra. De frente se ve un terraplén por el que pasa el Belgrano sur rumbo a Aldo Bonzi. Bajo ese terraplén, cuando el mundo aún era analógico, venían a realizar sus desafíos los pibes traviesos del barrio –cual personajes de un Stephen King—, acomodándose bajo el acero de la modernidad industrial, a experimentar la conciencia que le provocaba ese caballo indómito de acero volando sobre los rieles a cincuenta centímetros de sus caras. Salir fortalecido de ese trance, acaso, haya sido un rito de iniciación a lo terrible como parte de la cultura evitense por parte de los niños y púberes de antaño. En aquella época, el camino trazado por los carreros que traían basura era incipiente. Hoy, a pedido de Edesur, que tiene una de sus plantas generadores en la entrada de la reserva, se consolidó el camino con piedras para que pasen sus camiones. Serán unos trescientos metros de camino de piedra, perpendicular a las vías, primero, y a la ruta 21, luego, que deja ver la central eléctrica y el plástico perenne desperdigado por doquier.

El quiebre entre esa huella civilizatoria que es la electricidad y el bosque de la reserva, se da como una transición de pastizal lleno de cardos foráneos cortables y con una biodiversidad de gramíneas y de plantas autóctonas que impacta: uno de los primeros que me llama la atención entre los bellos cardos color lila, es un canario rojo (colorado le dirían los unitarios borgeanos), una herbácea (Dicliptera tweediana o squarrosa) con una flor hermosa y que parece pulular como manchas entre el pastizal pampeano.

Aquí y allá aparecen, aleatoriamente, manchones enormes carbonizados en las que algunas serruchetas ostentan, orgullosas, exultantes, unos brotes verdes que contrastan con el negro de la quemazón (me dice Nuria, que los espacios en los que ya asoma el verde son detritos de un incendio anterior, no el de la noche previa). Y en medio, nosotros, caminando sin nadie alrededor, con la tierra bajo los pies y un cielo sin una sola nube sobre nuestras cabezas (un día peronista, diría el folclore justicialista), y al mismo nivel de la tierra el pastizal, y ahí nomás, al frente, el ingreso al paredón verde que guarda belleza y calamidad en partes incalculables. Que exista y que podamos tener chance de salvarla es el sueño que hace que decenas de voluntarios del barrio se dediquen a su cuidado.

Ciudad Evita, como toda la Argentina y el mundo, tiene una cantidad ingente de problemas, pero la quema de la reserva es un pasivo ambiental del cual cuesta recuperarse, y el motivo por el cual se quema, es más abyecto aún: generar espacios vacíos para tomarlos y propiciar ganancias para pocos en detrimento del bien común. Recorrimos un bosque bello al que la corriente de la niña le escatima el agua, en el que el calor extremo le seca sus cimientos y la ambición humana le drena su esencia. En medio del bosque vimos espacios totalmente quemados, árboles muertos aún humeantes –con el peligro de que se vuelvan a prender sus rescoldos ante la mínima brisa—, y un ominoso vacío de especies animales. No obstante, la riqueza del lugar y la potencia que ha demostrado la naturaleza en otras ocasiones, nos indica que la recuperación llevará tiempo, pero es factible, solo hace falta que la naturaleza haga lo suyo, y que cese la intromisión perniciosa de las personas. El compromiso de muchas vecinas y vecinos hace que cuando uno camina por ese bosque, a metros nomás de la autopista que va a Ezeiza y de Camino de Cintura, nos haga creer que es posible vivir de otra manera, en convivencia con el ambiente circundantes, y Ciudad Evita parece haber nacido para ello.


[1] https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/expertos-polemizan-medida_0_SkLZvGg-0Yg.html?srsltid=AfmBOoooRsx6LL03Ejx-OsBxmJmA-_uv2c–lI-oAXrjJS_dWIi_yQad

[2] El 28 de enero, una vecina -Olga, La Colo- subió al Facebook una foto de un camión con el siguiente texto: “En el día de la fecha estaba camino a la reserva para liberar un lagarto overo, y este camión entró a la reserva a descargar basura a la misma, no sé cuándo van a poner manos a la obra para cuidar y preservar lo que están destruyendo unos pocos y otros no hacen nada, ¿O están esperando que los vecinos hagamos el trabajo de ellos para después llevarse el crédito? BASTA DE DESTRUIR LA RESERVA DE CIUDAD EVITA.

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