Son parte de la basura, del descarte, de lo innombrable. Son los desplazados, los nadies, los incontables de la historia… hasta que un día tocan los límites de lo aceptable y se convierten en titular de las noticias. Esa porción de la población que se va ensanchando cada día más, mientras Javier Milei es el presidente del hambre y la pobreza en la Argentina.
Un joven de 26 años —sin nombre, sin apellido, sin historia conocida… un nadie— “duerme” en el refugio que pudo encontrar la noche fría del 3 de abril: un contenedor de basura ubicado en Avenida Mitre al 700 de la Capital tucumana. El camión recolector de la empresa de residuos 9 de Julio lo recoge, junto con la basura, y sufre lesiones graves tras ser compactado parcialmente por su mecanismo. Según confirmaron fuentes médicas del Hospital Padilla, donde fue trasladado de urgencia, presenta una “importante fractura de pelvis” y traumatismo abdominal, por lo que su estado al cierre de esta nota, sigue siendo crítico. Una cámara registró el momento en que personal de la asistencia médica se disponía a llevarlo al Hospital. Ese contenedor ya no es más su ¿resguardo? Quizá sea el de otras de las miles y miles de personas que, como consecuencia de la destrucción del Estado, el aumento de la indigencia, la desigualdad y la indiferencia, encuentran como destino ese pozo de la indolencia.
Raúl Zaffaroni, ex integrante de la última Corte Suprema de Justicia digna de ese nombre, actual miembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, acuñó una categoría tenebrosa para referirse al grave incremento en el número de muertes en los empobrecidos países de nuestra región: el genocidio por goteo.[1] Una acentuación de la “suerte” de nuestra gente cuando emerge la cara más salvaje de un sistema-mundo que nos da vergüenza. En efecto, el destacado jurista argentino hace referencia a estas muertes vinculándolas con la población a la que estas políticas atacan directa e indirectamente y que se van sumando a las tristes listas de muertes que dejó la infame dictadura cívico-militar que, con el mismo afán de implantar un régimen económico para unos pocos, persiguieron, mataron, torturaron y desaparecieron. El término genocidio, presente en este concepto, nos hace vincular el acontecimiento que nos convoca a reflexionar en esta nota con las crueldades que el terrorismo de Estado nos dejó en la memoria y que sentó las bases de este sistema que solo profundiza la pobreza y la exclusión.
Podrán decir que Zaffaroni reflexiona, en Muertes anunciadas, sobre cuestiones relacionadas con el Derecho Penal y la prepotencia punitiva: pero, ¿acaso es posible separarla de la situación de los sectores más vulnerados? ¿Y de las consecuencias de esas injusticias? Aunque advierte respecto de la necesidad de profundizar más en investigaciones exhaustivas, nos llama la atención, también, respecto del color de nuestros muertos: “Si bien hay aspectos que requieren de una investigación con mayores datos, puede afirmarse, sin lugar a dudas que, con base en los datos disponibles, parece tender a perfilarse un estereotipo del muerto institucional (…) cuyas características son su procedencia humilde, su residencia en zona periférica, su color oscuro y su edad inferior a 25 años”.[2]
Estas muertes por goteo tienen rostro de joven, pobre y también tienen color: en nuestra tierra, son los marrones, a las que es necesario (y horrible) sumar la muerte silenciosa de nuestros viejos y enfermos, víctimas de la masacre estatal implementada por la Libertad Avanza. Sin medicamentos, sin prestaciones médicas, con cierres de un número bochornoso de servicios y asistencias de salud que no se brindan por falta de presupuesto. Por la decisión política de no asignar presupuesto, mejor dicho.
Todo está guardado en la memoria
«Antonio Domingo Bussi, genocida impiadoso, maniático de la limpieza, responsable de crímenes inenarrables, fue el autor de la siniestra frase con que Tucumán recibía a sus visitantes: “Jardín de la República, Sepulcro de la Subversión”. Había sucedido a otro carnicero, el general Acdel Vilas, y de él heredó la comandancia del Operativo Independencia, y la gobernación de facto desde el golpe del 24 de marzo de 1976. En el invierno de 1977 (…) quiso celebrar la fecha patria con una ciudad reluciente y limpia: tanto de ideas de justicia e igualdad, como de la mugre de la miseria y de sus locos, ilusionado con la visita del Teniente General del genocidio, pero Videla no pasó por Tucumán. El tirano entrerriano, usurpador de pago ajeno, de todos modos, no escatimó esfuerzos en llevar adelante su gesta miserable. Durante días los militares se dedicaron a tapiar las villas de la ciudad y a cazar mendigos. Los subieron en un camión militar y los arrojaron en los descampados de Catamarca. La abismal desolación de esos parajes da cuenta de la crueldad de la limpieza. Juntaban tanta mugre adentro, que sobreactuaban hasta el sadismo la limpieza del afuera. El periodista Pablo Calvo reconstruyó los hechos en su libro Los mendigos y el tirano (Aguilar, 2011). ¿Cuántos eran? ¿Veinte? ¿Veinticinco? Nadie supo nunca responder esa pregunta. Los bajaron de a grupos pequeños, con diferencia de varios kilómetros y los desperdigaron en la cuesta del Totoral, Los Altos y el puente de El Abra».[3]

La crueldad y la deshumanización son características infaltables de estos regímenes de gobierno, donde los pobres y los indigentes no merecen un trato distinto del de los residuos urbanos. Pasó en Tucumán en 1977, y aun antes, con el Operativo Independencia. Pasa en el Tucumán de 2025.
A Milei no le basta con vaciar el Estado, ama ser el topo que lo destruye desde adentro. Esa afirmación cobra relevancia porque su autor es el presidente de la Nación, el representante más fiel de un engendro al que no acertamos a ponerle nombre, la expresión más deplorable de la derecha… y el responsable de conducir el destino de los argentinos y argentinas. ¿En qué manos hemos caído?
“Dentro del contexto económico y social complicado, hay algunos indicadores que se han revertido a nivel nacional y en la provincia, porque Tucumán tenía un 55% de pobreza en el primer semestre de 2024 y en el segundo semestre, por datos que han surgido ayer, hemos bajado 15 puntos, es decir, casi 280.000 familias han salido de la línea de pobreza” declaraba Osvaldo Jaldo el 1 de abril de 2025 al conocerse los datos publicados por el INDEC. ¿Cuál es la provincia de la que habla el gobernador? ¿La provincia en la que dos días después de festejar los números del INDEC encontraron a un joven durmiendo en un contenedor de basura? ¿La provincia en la que el número de personas que viven en situación de calle es el más alto de los últimos tiempos y la asistencia social y la de las iglesias no dan abasto? ¿La provincia donde la cantidad de personas que comen y viven de lo que hay en la basura alarma y horroriza?
En un país y en una provincia sumidos en la pobreza y en una creciente desigualdad sería importante identificar hasta dónde pueden estirarse los límites de la deshilachada esperanza.
¿Hasta dónde puede llegar el topo de la destrucción y de la estafa?
Por nuestra parte, no dejaremos de buscar las palabras con las que restablecer los puentes que nos permitan reconstruir los sueños soterrados. La lengua que nos nombre como la comunidad que necesitamos volver a ser. Para que la crueldad deje de ser una costumbre y la basura no se trague una parte de lo humano.
[1] “El genocidio por goteo en curso en nuestra región se debe a que nuestro derecho humano más lesionado es el que en los países centrales consideran de tercera generación: es el derecho humano al desarrollo (Zaffaroni, Raúl (2016): Muertes anunciadas, UNDAV Edicione y Punto de Encuentro).
[2] Zaffaroni, 2016, Ibídem.
[3] Zeta, Carlos (2024): «Mendigos», Zoom Revista. Buenos Aires, 26 de julio. Basado en el texto de Martínez, Tomas Eloy (2004): “La expulsión de los mendigos”, La Nación, Buenos Aires, 10 de enero. Disponible en: https://revistazoom.com.ar/mendigos/