EL SILENCIO NO ES SALUD

Exclusivo para Zoom, Jorge Dorio recorre la historia del ámbito salud. Haciendo hincapié en CABA, se pregunta sobre cómo este se vio afectado en la era macrista.
salud en la ciudad

En el corazón del Valle de Punilla, a unos siete kilómetros de Cosquín, hay un pueblito llamado Villa Caeiro. Allí pasé muchos

veranos adolescentes, cargados de inolvidables naderías.

Fue en esos años cuando conocí el apellido Bialet Massé. Así se llamaba la localidad que precedía a Villa Caeiro cuando uno llegaba desde Buenos Aires.

Un tiempo después descubrí que detrás de ese nombre con sonoridad francesa pero de origen catalán, que rondaba en mi memoria con el olor del río y de las maderas talladas por los artesanos, estaba la vida de un hombre que se había atrevido a revelarle a las clases urbanas acomodadas de la Argentina, las condiciones inhumanas a las que era sometido, con displicencia, el pueblo trabajador del país profundo e invisibilizado.

Juan Bialet Massé fue el autor de un informe lapidario sobre la llamada cuestión social. El texto revisaba la relación entre el

Estado y la salud pública, las condiciones de trabajo, la seguridad e higiene de los ámbitos laborales y la vida en general de la clase trabajadora. El primer tomo del informe salió a la luz en 1904 y sus resultados anticipaban las razones de las huelgas y rebeliones que estallarían un tiempo después. El informe fue la base de la Ley Nacional del Trabajo. Pero, en esencia, esa forma disimulada de la esclavitud a la que eran sometidos hombres, mujeres y chicos sobrevivió alimentada por cruentos episodios represivos y consolidó las añejas bases de la desigualdad.

El trabajo de Bialet tuvo su correlato porteño en una investigación de Pablo Storni. Debe aceptarse, por supuesto, que en nuestra capital desbordante de capitales el paisaje era distinto. Experiencias como la de la fiebre amarilla por un lado y la provisión universitaria de profesionales de excelencia así como la acción solidaria de cooperativas, mutuales y asociaciones de inmigrantes, atenuaban en algunos aspectos la orfandad brutal de los más humildes. Pero el hacinamiento de los conventillos y la codicia de una legión de emprendedores inescrupulosos generaban otras variantes miserables de la explotación.

Con adelantos y retrocesos, el panorama mantuvo durante décadas su perfil sombrío. Finalmente, un buen día, llegó el peronismo y mandó a parar.

En ese laboratorio de la historia donde se ejercía la alquimia de convertir las necesidades en derechos palpables, hubo un hombre tan brillante como singular: el doctor Ramón Carrillo.

Compañero en la primaria de Homero Manzi, Carrillo era santiagueño, negrazo y con una inteligencia deslumbrante. Se graduó en medicina con medalla de oro y su primera pasión fue la

Neurología. No es este el espacio para honrar las numerosas y variadas hazañas científicas del gran Ramón. Limitémonos a consignar que en un volantazo vocacional, Carrillo abandonó su exitosa tarea como neurobiólogo y neurocirujano para dedicarse con igual pasión a la medicina social. Sus reflexiones y trabajo como sanitarista coincidieron con el raudo ascenso de un tal coronel Perón, al que había conocido a través de su amigo Manzi.

Cuando Perón se convirtió en presidente, Ramón Carrillo asumió la histórica misión de ser nuestro primer Ministro de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación. Desde ese lugar Carrillo se concentró en la medicina preventiva y la organización hospitalaria. Durante su gestión se implementaron campañas de vacunación masiva y se creó EMESTA, el primer centro de producción nacional de medicamentos. Las cifras de mortalidad infantil descendieron drásticamente y se avanzó en la erradicación del paludismo y la disminución de la sífilis al tiempo que se combatían con éxito los brotes epidémicos de tifus y brucelosis. En los años de trabajo de Carrillo se levantaron cerca de quinientos establecimientos sanitarios y  hospitales. Una disputa con el vicepresidente Teisaire lo alejó de la función pública y su vida terminó en el exilio a la temprana edad de cincuenta años.

Pero fuera de ese triste final y los esfuerzos de la Revolución Fusiladora, las políticas de salud pública habían transformado para siempre la Argentina.

Narrados los portentos de la Edad de Oro, se hace cuesta arriba resumir las acciones virtuosas durante los gobiernos peronistas desde 2003 hasta 2015, la catástrofe de los cuatro años de macrismo y el inesperado desafío que significó el azote del coronavirus para el actual gobierno.

Nos pareció que lo más atinado, a los efectos de entender lo sucedido en todos estos años, era recurrir a un testimonio que fuera simultáneamente confiable y calificado.

Para asumir esa tarea elegimos a la doctora Gabriela Piovano, que durante las más oscuras jornadas de la pandemia se ganó el calificativo de infectóloga del pueblo por su lucha denodada contra los más notorios (y peligrosos) charlatanes mediáticos. Su sólida formación profesional, su capacidad para esclarecer las dudas de orden científico y su agudeza para desanudar las sucesivas campañas conspirativas surgidas en esos momentos (que también son estos) no disminuyeron en lo más mínimo su ejercicio de la práctica médica y su militancia a favor de los parias multiplicados por la crisis.

Para Piovano no era la primera cruzada. Ya había estado en la primera línea de fuego durante la expansión del HIV defendiendo los derechos de los pacientes mientras enfrentaba las oleadas discriminatorias de esas brigadas habitualmente silenciosas que despiertan, cuando la ignorancia y el prejuicio aviva la hoguera de sus temores burgueses.

En el dinámico sistema ideológico de Piovano conviven sin mayores conflictos ciertos preceptos maximalistas y una consistente fe religiosa, combinación que en los últimos años le ha permitido acercarse a una creciente simpatía por el peronismo.

Permítasenos agregar a su perfil un par de infidencias: en sus precoces circuitos juveniles, Piovano supo fungir como belleza rocker del underground porteño. La tela de ese paisaje está marcada por una historia de amor que sigue iluminando sus ojos cuando se detiene en algún recuerdo.

Poco antes de graduarse, Gabriela trajinó los senderos del Hospital Muñiz en el cual se había aislado un área para los pacientes de HIV y tuberculosis provenientes del Servicio Penitenciario. Instalados allí, los reclusos podían ocupar sus lugares sin estar esposados a la cama. Luego aparecen en su memoria los tiempos de Fernando De la Rúa como Jefe de Gobierno de la ciudad y la carencia recurrente de insumos como placas, suero, penicilina y hasta sábanas. Y en los bastidores de esa pobreza las mezquindades pequeñas y las no tanto de las históricas tranzas conocidas en el ambiente.

Mucho de lo que aquí se omite podrá conocerse dentro de algunas semanas cuando se estrene un documental de la realizadora Marcela Balza sobre Piovano y su testimonio de primera mano sobre la pandemia.

En la línea de tiempo trazada por la infectóloga del pueblo, hay un reconocimiento de varios aspectos virtuosos durante la gestión municipal liderada por Aníbal Ibarra, período en el cual fue notoria la voluntad de reparar las fracturas del sistema. Pero Piovano advierte que los cambios decisivos en la mejoría del sector se inician con la llegada al gobierno nacional de Néstor Kirchner, ya que las políticas federales influyen decisivamente en las dinámicas locales. La implementación de paritarias generó una recuperación salarial notable, al igual que el saneamiento de las deudas acumuladas en distintas ramas del sistema.

Con el ascenso al poder de Mauricio Macri en la ciudad autónoma, se aprecia inmediatamente el rumbo de la política sanitaria del gobierno liberal. Apenas comenzada su gestión se suspendió la entrega de los antivirales para los pacientes de HIV, a pesar que la provisión de esos insumos estaba garantizada por el gobierno nacional. También se discontinúan los subsidios para hogares con menores en situación de vulnerabilidad. Piovano reconoce la dificultad generalizada para advertir que las mejoras de la economía nacional eran las generadoras de la prosperidad que gozaba el sector. En ese sentido, la promesa macrista de suprimir el impuesto a las ganancias (jamás cumplida) arrastró el voto de quienes habían recompuesto su economía y atribuían ese progreso a un mérito propio.

Las señales predatorias del sistema de salud fueron claras. El intento de cerrar los hospitales Borda y Moyano tuvo su correlato general en los tarifazos de servicios y la estafa de los créditos UVA.

Con Macri también se privatizan los servicios de diagnóstico por imágenes, tal como había sucedido con la seguridad, la alimentación y la limpieza de los hospitales. Ya en el 2018 se lanzó el proyecto de concentrar cinco hospitales en una sola sede que quedaría en manos de una administración privada. La intención de avanzar sobre los hospitales públicos era obvia.

Piovano destaca que el advenimiento de la actual administración nacional enterró esos planes, al menos por el momento. La conversión del Ministerio de Salud en Secretaría, las vacunas vencidas y la degradación general del sistema fueron maniobras desembozadas que el blindaje mediático logró disminuir en sus perjudiciales efectos.

Finalmente llegó la pandemia y con ella la necesidad de reparar los daños de todo orden en el ámbito sanitario, al tiempo que se avanzaba sobre las estrategias de prevención, aislamiento y vacunación. Fuera de las mancadas oficiales, los logros de la lucha contra el COVID sufrieron un sabotaje mediático y de la dirigencia opositora que contribuyó con la crisis económica a la paliza electoral de hace un par de semanas.

Piovano menciona, además, el histórico conflicto que mantiene al personal de enfermería privado de una agremiación profesional para que reconozcan su rol en el sistema de salud. También allí, nuestra fuente hace referencia a la responsabilidad de algunos sectores de la dirigencia gremial que no asumieron la conducción de esa lucha.

En la nueva etapa, voces como la de Gabriela Piovano, son un baluarte inestimable para que también en este terreno, Buenos Aires revele su verdadera realidad y abandone su eterna defensa de esos privilegios que, por supuesto, sólo alcanzan a un minoritario porcentaje de los vecinos.

Desde la tribuna de Zoom seguimos intentando visibilizar los rincones más sombríos de la realidad porteña, sostenidos por la añeja soberbia de buena parte de su población antes de que la progresiva entrega se vuelva irreversible.

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