El palo y la astilla

Un insólito hecho policial en un hotel de lujo en Dolores enlaza una larga trama de negocios y poder. Aventuras y desventuras de un servicial hotelero vip.

Clareaba el 16 de diciembre pasado en la ciudad de Dolores cuando el timbre del teléfono sacudió el sopor que flotaba en la comisaría. Desde el otro lado de la línea una voz algo alborotada habló sobre una toma de rehenes en el hotel Howard Johnson, frente al lago del Parque Termal. Minutos después llegó allí la policía, al mando del comisario Nazareno Ávalos y del subcomisario Julián Pío. El único autor del incidente no era para ellos un desconocido. Se trataba de un muchacho gordinflón, de rostro mofletudo y cabello ralo. El tipo, muy tenso y sudoroso, empuñaba un cuchillo.

En este punto bien vale retroceder al 21 de agosto de 2018. Esa mañana fue inaugurado dicho establecimiento de cinco estrellas con la asistencia del presidente Mauricio Macri. En su discurso supo elogiar la gestión comunal y el desarrollo turístico del lugar. A su lado, el intendente Camilo Etcheverren asimiló sus palabras con beneplácito, al igual que el constructor del flamante edificio y titular en Argentina de aquella franquicia hotelera. Su cara remitía al pasado; era nada menos que el ya olvidado dirigente de la UCeDe (Unión del Centro Democrático), Alberto Albamonte. Más atrás se encontraba su hijo (y mano derecha en los negocios), Pablo Andrés, un muchacho gordinflón, de rostro mofletudo y cabello ralo.

Ahora, dieciséis meses después, el subcomisario Pío le rogaba desde el exterior del edificio:

– ¡Dejate de joder, Pablito!

Y él, agazapado tras el blindex del portón, contestó:

– ¡Estamos bajo un protocolo se seguridad, Julián!

No parecía en sus cabales; tenía la mandíbula tiesa y los ojos inyectados en sangre. Así miraba una y otra vez en derredor sin soltar el cuchillo.

– ¿Qué protocolo? ¡Dejate de joder, Pablito! –insistió el subcomisario.

– ¡Andá a la puta que te parió! –soltó el joven, ya visiblemente irritado.

Fue cuando Ávalos tomó la posta.

– ¡Te quiere hablar Camilo! –gritó, alzando un brazo con su smartphone entre los dedos. Se refería al intendente.

Y la respuesta fue:

– ¡Decile a Camilo que se vaya a la concha de su hermana!

Pio y Ávalos se cruzaron una mirada incómoda.

El hecho de que todos se trataran por los nombres de pila le confería a la escena un toque de comedia italiana. Pero eso no atenuaba el dramatismo de la situación: “Pablito” retenía allí a 36 personas, entre huéspedes y empleados.

Todo había comenzado hacía una hora. En aquel instante el conserje lo vio irrumpir en el lobby con expresión desencajada. Desde entonces, cuchillo en mano, no dejaba entrar ni salir a nadie.

El arribo de los uniformados no mejoró las cosas. La negociación con él quedó empantanada. De modo que, ya a las seis de la mañana, Ávalos dio la orden de proceder. El joven Albamonte fue reducido sin oponer resistencia.

“¡Qué macana te mandaste!”, le reprochó Pio en el móvil que lo llevaba hacia el Hospital Municipal San Roque.

Allí, su belicosidad continuó. Y no paraba de insultar a los médicos. El diagnóstico fue: “brote psicótico por ingesta de cocaína”. En consecuencia se dispuso su internación. La policía entonces se retiró.

Tales fueron los hechos acontecidos en la mañana de aquel lunes.

La noticia llegó a los oídos de Don Alberto por vía telefónica desde el despacho del intendente.

Tal vez entonces su memoria haya recalado en el ya remoto 14 de abril de 1977. Porque ese día nació Pablo, el primero de sus cuatro vástagos. Quizás tal evocación le produjera un dejo de melancolía.

Albamonte tenía en esa época 27 años, un paso como cabo en la Policía Federal y un presente abocado a regentear una pequeña fábrica de almohadas con dos amigos del secundario. Él era ante todo un emprendedor, y también lo fue en la política. Pero para eso tuvo que esperar hasta 1985.

Pablo, quien ya tenía tres hermanos, veía al papá discursear por TV en los eventos proselitistas del partido de Álvaro Alsogaray. De hecho, su carrera partidaria resultó meteórica. Aquel año fue telonero del líder liberal durante un acto en Excursionistas. En 1987 organizó el multitudinario cierre de campaña en el Monumental para las legislativas que lo convirtieron en diputado. Desde su banca fue una de las espadas más destacadas de la UCede. Como no podía ser de otra manera, se terminó por acercar a Carlos Saúl Menem con rango de amigo y confidente. Tanto es así que en 1991 revalidó su permanencia en el Congreso, un logro del que no resultó ajeno el recordado jingle compuesto por Cacho Castaña (“Si quiere caminar con más seguridad/ con Albamonte sí/ con Albamonte ya”). A Pablo, a los 14 años, le hacían bullyng con aquel cantito en el colegio Lincoln Hall, del barrio de Belgrano.

El lazo con Menem seguía viento en popa, al punto de que Albamonte celebro su segundo casamiento en la Quinta de Olivos. Corría ya el último lustro de los noventa, y la estrella del riojano se opacaba. Alberto olfateó ese destino. Y dado su pragmatismo, usó la política como trampolín al universo empresarial. A tal efecto hizo buenas migas con Eduardo Eurekián. Éste lo puso al frente de Multimedios América. Y en 1997 lo asoció como accionista minoritario en la licencia nacional de Howard Johnson. Al tiempo, Eurekián se hizo cargo de Aeropuertos 2000. Un giro de la suerte que al ex diputado le posibilitó adquirir el 100 por ciento del paquete hotelero. Fue una excelente ocasión para mandar al nene a estudiar Turismo en la Universidad de Belgrano y Hotelería en la Universidad Abierta Interamericana. Lo cierto es que papá tenía grandes planes para él. Y la vida sonreía a los Albamonte.

Inmerso en un bajo perfil sumamente próspero, don Alberto atravesó un segundo divorcio seguido por su tercera boda, esta vez con Alejandra Riveiro, una mujer atravesada por un problemita familiar: su padre era el coronel José Osvaldo Riveiro, quien fuera subjefe del peligrosísimo Batallón 601 durante la última dictadura cívico-militar. Sobre éste pesaba un pedido de extradición a Francia, donde un tribunal lo condenó in absentia a 25 años de cárcel debido a su papel en el Plan Cóndor, además de ser requerido por un tribunal federal de Mendoza por 43 homicidios ordenados por él en 1978. Por semejantes razones el militar vivía prófugo con la madrastra de Alejandra, doña Alicia Carbonell, a quien toda la familia adoraba.

La prolongada huida de Riveiro se desplomó a principios de 2017 en la recepción del Hospital Militar de una manera insólita: el coronel apareció allí para sacar un turno; al dar sus datos, el sistema detectó su situación penal. Y él –según el parte médico– quedó allí bajo arresto con “demencia senil”.

El destino le fue benévolo, ya que no tardó en obtener el beneficio del arresto domiciliario. ¿Acaso su asombrosa ida a ese centro de salud –quizás ideada por su familia– haya tenido justamente ese propósito para así acabar con la pesadilla de la clandestinidad?

Por lo pronto, en el Facebook de Alicia hay una imagen de ella con el anciano militar. Y alguien comenta: “¡Al fin terminó todo! Qué lindo es poder ver una foto de ustedes juntos. ¡Los quiero muchísimo!”.

También hay otro comentario: “Un amor eterno en las buenas y en las malas”. Lo firma, sin un ápice de pudor, el yerno Albamonte.

Por aquel entonces el grupo Howard Johnson ya sumaba 27 hoteles de primera categoría.

Es posible que don Alberto haya cavilado sobre todos esos hechos tras recibir la infausta llamada del intendente Etcheverren.

En tanto, éste –un radical asimilado al macrismo después de una escala en el espacio de Margarita Stolbizer– hizo lo que correspondía: ordenar a los medios de Dolores no decir una sola palabra sobre lo sucedido. Pero el tema lo filtró ese mismo día el portal Infobaires24, en un artículo firmado por Claudio Siniscalco. Por entonces, el responsable del hecho –privación de la libertad en 36 casos simultáneos– ya descansaba en su casa, tras decidir de manera unilateral el fin de su internación. Una mala noche cualquiera tiene en la vida.

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