Mientras comenzaba este viernes 3 su gira de 12 días por Asia Oriental (la más larga de un presidente norteamericano en la región en los últimos 25 años), Donald Trump dejaba en casa peligrosos frentes abiertos, para presentarse a sus interlocutores como un líder confiable. Todo lo que prometió en materia exterior lo cumplió. El presidente norteamericano defiende una nueva partición del mundo que puede traer ventajas para gran parte del mismo y muchas desventajas para nosotros, los latinoamericanos.
El tema central de su gira será el conflicto nuclear con Corea del Norte. El presidente prometió presionar a sus anfitriones para que frenen a Kim Jong-Um, pero no queda claro qué les ofrece a cambio ni cómo piensa persuadir a los norcoreanos, para que cambien su política.
En tanto, en su primera visita a China, el jefe de Estado tendrá una abigarrada agenda sobre seguridad, comercio y finanzas. Va a tener que discutir con los chinos sobre el robo de patentes norteamericanas y su avance en el Mar Meridional de China y, al mismo tiempo, lograr que moderen al jefe norcoreano. Una verdadera cuadratura del círculo.
No menos riesgos encierra su encuentro con el presidente filipino Rodrigo Duterte, ya que lo necesita como aliado frente a China, pero no puede avalar las sistemáticas ejecuciones extrajudiciales que el filipino aplica en su lucha contra la criminalidad.
En Vietnam no sólo negociará una reducción de las masivas exportaciones hacia EE.UU., sino que participará en la cumbre del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC, por su sigla en inglés). No se sabe si allí se reunirá a solas con Vladimir Putin.
En cualquier caso, ante sus interlocutores asiáticos el presidente norteamericano puede mostrarse como alguien confiable, ya que en los últimos meses ha cumplido su promesa de combatir al terrorismo y ha retirado el apoyo a todo tipo de movimiento secesionista. Su posición respecto a los conflictos en Kenia, Irak y Cataluña sirven como ejemplo.
Los luos en Kenia
En Kenia, la organización social se sigue basando en las etnias. Debido a ello, el conflicto entre el presidente saliente Uhuru Kenyatta y su eterno rival, Raila Odinga, es, en primer lugar, un conflicto entre los kikuyus (22% de la población) y los luos (13% de la población) que, en alianzas cambiantes con los kalenyins, se alternan en el poder.
En 2005 el presidente kikuyu se alió con China. Como respuesta, la CIA respaldó a su oponente luo. Fue entonces que la Agencia descubrió que el senador Barack Obama era hijo de un luo que había sido consejero de Oginga Odinga, el líder luo que compitió hace 50 años con Jomo Kenyatta, el padre de la independencia keniana. De modo que la CIA organizó en 2006 un viaje de Obama a Kenya, para que respaldara a Raila Odinga, hijo de aquél. Ya entonces se produjeron enfrentamientos que resultaron en 1000 muertos y 300.000 personas desplazadas. Tanto demócratas como republicanos se inmiscuyeron también en las campañas presidenciales de 2013 y 2017.
Para agudizar el enfrentamiento, Raila Odinga logró hace tres meses que se anulara la elección presidencial y rechazó presentarse en la repetición realizada en octubre pasado, para así justificar la secesión de los territorios luos de Kenia y la subsecuente anexión de las áreas habitadas por grupos similares en África Oriental. Sin embargo, como EE.UU. esta vez lo abandonó, el líder opositor acaba de exigir una nueva anulación y un tercer escrutinio.
Los kurdos en Irak
Después de la invasión de 2003 el Pentágono se había propuesto desmembrar Irak en tres estados: uno chiíta en el sur, uno sunita en el centro y uno kurdo en el norte. Este proyecto coincidía con la intención israelí de instalar en Kurdistán bases de cohetes cercanas a las fronteras de Siria e Irán, que podrían alcanzar el sur de Rusia.
Como la sociedad kurda también está organizada clánicamente, los sunitas siguen a la familia Barzani, los chiítas a la familia Talabani y los yazidíes al Baba Cheikh (líder espiritual). Los Barzani y los Talabani tienen una rivalidad histórica que periódicamente provoca guerras civiles. En 2003 Estados Unidos puso a los primeros al frente de la región. Durante la guerra contra Siria la CIA utilizó el Kurdistán iraquí, para abastecer con armas a los yihadistas. En 2014, cuando la Agencia, con apoyo desde el Golfo e Israel, organizó el “califato”, autorizó a los Barzani a anexarse zonas árabes ricas en petróleo. A cambio, estas milicias no hicieron nada cuando el Estado Islámico masacró y esclavizó a los yazidíes.
Desde el comienzo de su presidencia, Donald Trump se dedicó verdaderamente a acabar con los yihadistas. Fue entonces que Massud Barzani organizó un referéndum de independencia, para justificar su permanencia en el poder y convalidar internacionalmente sus conquistas territoriales. Aunque para ello aseguraba contar con un amplio apoyo internacional, sólo Israel reconoció públicamente la independencia. Fue así que, cuando Irak, Turquía e Irán amenazaron con intervenir militarmente, nadie reaccionó, porque el presidente Trump se opuso claramente a la partición de Irak y al expansionismo de los kurdos iraquíes.
La intervención del gobierno central iraquí se adelantó por poco a la invasión conjunta de Turquía, Siria e Irán. En 48 horas las tropas de Bagdad liberaron los territorios que Erbil había anexado, pero se abstuvieron de entrar a territorio kurdo, admitiendo así sus reivindicaciones históricas, aunque rechazando el expansionismo de los Barzani. Aislado, Massud Barzani acaba de dimitir y, probablemente, sea sucedido por su sobrino Nechirvan Barzani.
También el catalanismo se quedó solo
Desde su origen en 1922, las corrientes dominantes del nacionalismo catalán han sido conservadoras, supremacistas, antidemocráticas y han pretendido anexar territorios vecinos de Andorra, del sureste de Francia y parte de la isla italiana de Cerdeña. Proclamándose seguidor del fundador del catalanismo, Francesc Macià, el ahora exiliado ex presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, siempre alardeó de sus apoyos anglosajones y cuenta con financiamiento del multimillonario George Soros.
Los independentistas catalanes, los luos kenianos y los kurdos iraquíes, pasaron por alto el giro que Donald Trump dio a la política extracontinental de Estados Unidos. Mientras que no duda en intervenir en México y Brasil, bloquear a Cuba y agredir a Venezuela, para el resto del mundo proclama el respeto a la soberanía y la integridad de los Estados nacionales y busca acordar con Rusia y China una división del mundo que lo pacifique. A pesar de su retórica altisonante, su estrategia es altamente racional. Más vale entenderla, también en los riesgos que encierra para nosotros.