Cómo caer dos veces, o tres o cuatro, en el mismo precipicio

“Con otros instrumentos, los mismos resultados”. La pasión del eterno retorno de hundir una y otra vez a un país entero. Por Raúl Dellatorre

Estamos viviendo una etapa económica no sólo dolorosa por las carencias. Quizás lo que más duela es saber que lo que viene va a ser aun peor. ¿Qué es más grave, la incertidumbre o la angustia de saber lo que viene pero sentir que no se puede hacer nada para evitarlo?

La sociedad, al mismo tiempo que buena parte de la clase política que la representa, pasó en pocas semanas del desconcierto a la impotencia. El gobierno de Javier Milei, y un equipo económico que parece comandado por autómatas más que fanáticos, hace meses que no combate contra una oposición que lo enfrenta, sino que se enfrenta con fiereza a sus propias contradicciones.

¿Cómo se explica que después de elogiar al FMI como la meca de la verdad económica, tejer meticulosamente una alianza en las semanas previas al 10 de diciembre, cumplir meticulosa y orgullosamente las metas trimestrales de reducción de déficit fiscal y reducción de la emisión monetaria, de proclamar que “con los objetivos del FMI no vamos a tener problemas, porque nuestro plan de ajuste es mucho más duro que el de ellos”, ahora Milei y compañía pongan distancia del organismo preceptor de desregular los movimientos de capitales en el mundo, pero principalmente en su periferia?

El abanderado de La Libertad Avanza no está contento con el destrato de parte del Fondo y otros organismos financieros internacionales. Le niegan préstamos en dólares que necesita para sostener un programa económico que empieza a pisarse sus propios cordones. Se calcula que son unos 12.000 millones de dólares los que necesitaría para darle respuesta a los que le reclaman “suprimir el cepo cambiario” y levantar todas las restricciones que pesan sobre la compra de dólares y las transferencias de los mismos al exterior.

Está claro que no son ánimos regulacionistas los que lo impulsan a mantener esas restricciones, sino una cuestión de necesidad. Si le “suelta las manos” a los operadores (exportadores, importadores, financistas, gerentes financieros de grandes corporaciones) para que negocien libremente en el mercado de divisas, Milei sabe que corre el riesgo de que el dólar se dispare por una demanda descontrolada de divisas. “Todavía no hay suficiente confianza”, dice y se dice tratándose de ser convincente, al menos, consigo mismo.

Mientras que el FMI le reclama una “corrección” al nivel del tipo de cambio (lo que usualmente llamamos “devaluación”), el gobierno insiste en mantener “el ancla cambiaria” que estableció al comienzo de la gestión. Una megadevaluación inicial (aumento del tipo de cambio del 118 por ciento a 48 horas de asumir) y una “tablita” para el valor del dólar desde entonces, con el preanuncio de que aumentaría exactamente un dos por ciento mensual. ¿Para qué? Para que la inflación “converja” hacia ese mismo nivel: 2 por ciento mensual.

Al mismo tiempo, las tasas de interés se mantuvieron muy por arriba de la tasa de devaluación después del primer mega aumento de diciembre. ¿Qué quiere decir esto? Que los especuladores que trajeron los dólares después de la megadevaluación de diciembre, los cambiaron a pesos y los colocaron en títulos de deuda en pesos que crecen de precio y dan rendimientos (ajustados por índice CER) similares a la inflación, ganaron hasta junio entre un 55 y 60 por ciento. Si en ese momento hubieran “salido” del mercado especulativo vendiendo los bonos para cambiar los pesos por dólares en el “contado con liqui” (que había subido no más del 10 por ciento desde fin de 2023), hubieran hecho una ganancia de… “¡45 por ciento en dólares en seis meses!”. Ahora que subió el CCL, esperan que el gobierno los compense vendiéndole los dólares más baratos a través del Banco Central.

Es la más fabulosa ganancia, al menos entre los negocios legales, que se puede encontrar hoy en el mundo. Claro que la maniobra para “atraer dólares” hacia el país tuvo sus costos. Uno, que esas altas tasas de interés trajeron más recesión a la que ya generaba toda la política de ajuste para bajar el gasto público. Dos, que ese enorme atractivo que ofrece la especulación financiera desvía la atención de los capitales, que abandonaron en manada las inversiones productivas. Tres, que ese valor deprimido del dólar también deprimió las ventas y la producción. Argentina dejó de ser un país barato para los países vecinos, y sin estaciones intermedias pasó a ser caro. Los vecinos extranjeros que venían a pasear y comprar dejaron de venir, y se frenó uno de los pocos motores de la demanda que se mantenía encendido. Cuatro, que esas inversiones especulativas que entraron trayendo sus dólares, ahora están ansiosos por salir (llevarse los dólares) para poder “hacer la diferencia” en moneda dura. O sea: una amenaza de fuga masiva de divisas.

¿Qué salió mal?

En realidad, nada que no pudiera haber sido previsto. Veamos el problema en perspectiva: Milei no inventó nada. Esto que está pasando ya nos pasó, sólo que tenemos (al parecer) mala memoria y asistimos sorprendidos frente a la “novedad” de ver algo que ya vimos antes.

Esto que voy a contar pasó en septiembre de 2019 (fin del mandato de Mauricio Macri), ya con un crédito del FMI que se había agotado en fugas de divisas en los meses previos y cuando el organismo ya había decidido no desembolsar las últimas cuotas, frente a un gobierno al que se le escapaban los dólares como el agua entre los dedos.

Ricardo Arriazu, que 40 años antes había sido un joven asesor del equipo de José A. Martínez de Hoz y, en ese rol, mentor de la “tablita cambiaria” que ejecutó el ministro de Economía del dictador Jorge Rafael Videla durante los años 1978 y 1979, en aquellos días de 2019 hablaba en un importante foro empresario.

En uno de los elegantes salones del Sheraton Hotel de Retiro, lo escuchaban directivos de la exclusiva Asociación de Empresarios Argentinos (AEA), con Paolo Rocca (Techint), Luis Pagani (Arcor) y Héctor Magnetto (Clarín) a la cabeza y un centenar de invitados más de la misma vereda empresaria. AEA es fundamentalmente un grupo de presión sobre el gobierno en favor de los intereses de las grandes corporaciones, sin importar el color ni el origen del gobierno del que se trate, en cualquier tiempo que sea.

Por una cuestión de contexto, con formas y métodos diferentes a los utilizados por otra organización semejante, CEA (Consejo Empresario Argentino), que en el año 1975, presidida por Martínez de Hoz, tuvo activa participación en el golpe del 76 y mucho más en la política económica de esa dictadura militar. Con otros métodos, pero con los mismos objetivos que los de AEA cuatro décadas después.

En septiembre de 2019, Arriazu sostenía frente a ese tercer intento de políticas económicas neoliberales en el país (la primera fue con la dictadura  de 1976, la segunda la convertibilidad de Menem-Cavallo y la tercera de la Macri-Sturzenegger-Caputo) a punto de hundirse, que “sin restaurar la macroeconomía, la Argentina no podrá crecer: hay que eliminar los déficits (fiscal y comercial), estabilizar el tipo de cambio nominal (el valor bruto del dólar en pesos, no ajustado por inflación, o sea una tablita que fije el valor, ¿no?) y erradicar la inflación: las tres cosas hay que hacerlas al mismo tiempo”.

No es casualidad. El propio Arriazu lo intentó en 1978 con “la tablita” con esos mismos objetivos casi calcados del primero al último. La convertibilidad de Cavallo y el “uno a uno” fue su propia tablita (tabla rasa, en este caso) en los 90, y ahora lo vemos en el discurso de Milei y Caputo: eliminar el déficit, la inflación y el tipo de cambio con pauta fija de aumento como instrumento rector.

El 5 de septiembre de 2019 me tocó escribir en Página 12  la crónica de aquella exposición de Arriazu en el Sheraton de un par de días antes, y recordaba entonces que “en 1979 Arriazu lo intentó mediante una tablita cambiaria, anunciada el 20 de diciembre de 1978, que explicitaba el calendario de devaluaciones, una suerte de seguro de cambio gratuito que facilitó fabulosas ganancias especulativas con las altas tasas de interés en pesos y posterior fugas de divisas. Con otros instrumentos, los mismos resultados que la política actual (refiriéndome a la de 2016/2019): crisis externa, inflación y recesión”.

Repito: fue escrito en 2019, pero hablando de 1979/1980, no del futuro (que es hoy).

Pero hay más: Arriazu admitió en septiembre de 2019 que la economía estaba en crisis, pero una crisis que “forma parte de un ciclo, y los ciclos pasan”. En cambio, el problema argentino era la crisis estructural, “que lleva casi un siglo, y sigue ahí”. ¿Alguien oyó hablar recientemente de un siglo de crisis? Arriazu lo ponía en estos términos: “es la historia de un fracaso secular fenomenal que comenzó en la década de 1920”.

Sugería en esa misma nota de hace casi cinco años ya casi al final:

“Si alguien se preguntaba de dónde salía esa rara interpretación que utiliza el gobierno (de Mauricio Macri) de que todo lo que nos sucede es culpa de los anteriores 90 años, aquí apareció el autor”.

Y una premonición en el último párrafo, que leerlo hoy duele, decía:

“Y si alguien piensa que, después de la actual experiencia (la de 2016/2019), a nadie se le ocurriría volver a aplicar la misma fórmula, se equivoca: si les dan la oportunidad, como a fines de los 70, como en los 90, como en el último cuatrienio 2016/2019), lo volverían a hacer”.

El destino de esta política, que es la actual, la de Macri, la de Cavallo, la de Martínez de Hoz, es indefectiblemente el mismo: fuga de divisas, más recesión, más deuda, el regreso de la inflación, más la destrucción del tejido productivo, el empleo y el tejido social.

¿Hasta cuándo estaremos condenados a repetir la misma historia, volver a caer en el mismo precipicio.

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