Boaventura: “Pasamos del Estado de bienestar al Estado de malestar”

Entrevista al sociólogo portugués, referente de los movimientos populares en América Latina. El arribo del capitalismo en su fase más violenta y los errores de los gobiernos progresistas que favorecieron la restauración conservadora: pactos con el sistema, corrupción y falta de formación ciudadana.

Boaventura de Sousa Santos es portugués, pero sus ideas laten en América Latina. Doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale y profesor catedrático de sociología en la Universidad de Coímbra, Portugal, su extenso trabajo intelectual aborda la sociología del derecho, los nuevos constitucionalismos, los movimientos sociales, la globalización, los derechos humanos, la democracia y la interculturalidad. Y fue de las palabras a la acción cuando cofundó el Foro Social Mundial, un movimiento contrahegemónico y antiimperialista que inició desde Sao Paulo (Brasil) la marcha hacia los años dorados de los gobiernos populares en la región, a principios de este siglo.

 

Agudo y filoso, Boaventura no se detiene en nostalgias. Prefiere abordar las razones que frenaron ese envión y propiciaron una restauración conservadora que hizo cumbre con Jair Bolsonaro, pero que antes se expresó en los triunfos de Mauricio Macri en la Argentina u Horacio Cartes en Paraguay, continuadores del chileno Sebastián Piñera, pionero entre los empresarios latinoamericanos que se encumbraron en el poder formal. “América vive una pausa en su proceso emancipador” le dijo a Zoom, en una entrevista que inició con una reflexión sobre la actualidad de una de sus eternas obsesiones: la desigualdad.

 

“Estamos en un punto crítico -afirma-. El 1% por ciento de la humanidad acumula cada vez más riqueza mientras que el 99% restante es cada vez más pobre. Hay una polarización de desigualdad social entre países, y dentro de cada país, que no tiene precedentes. Por eso es preciso demandar el regreso derechos que en algunos casos habían sido dados, como el derecho social a la salud, a la educación. Particularmente en el inicio de este siglo. Y ahora están siendo destruidos por los recortes financieros, que destruyen por ejemplo la salud pública, restringiendo el derecho a la educación. En este momento demandar más derechos es demandar más equidad”.

 

¿A qué le adjudica este retroceso?

Creo que hay una crisis en el proceso de acumulación capitalista, básicamente porque el capitalismo se mueve por innovaciones tecnológicas, y las innovaciones tecnológicas que han dado gran rentabilidad ahora están terminando. Las computadoras, la internet, el celular ya son tan baratos que no ofrecen una rentabilidad enorme. El próximo paso, la próxima innovación tecnológica rentable será la Inteligencia artificial, la robótica, la automatización, pero por el momento la globalización está en una pausa que potencia la rivalidad entre países, como se puede ver con lo que ocurre entre Estados Unidos y China. Esa falta de rentabilidad tecnológica vuelve al capitalismo más agresivo y pasa a mandar el capitalismo financiero. Y ese es el principal problema hoy. El capitalismo industrial trata un poco mejor al trabajador, porque lo necesita para generar riqueza. Pero el capital financiero hace riqueza con base en el dinero, o sea no necesita de gente, necesita de pantallas, de computadora. Y especular. Contra un país, contra otro. El capitalismo financiero es totalmente antisocial y es lo que domina. Para ese tipo de capitalismo, distribuir renta entre pobres y trabajadores es considerado un recorte en sus ganancias, que considera legítimas. Por eso surgen expresiones muy agresivas de defensa de esos privilegios con expresiones casi neofascistas, como ocurre en Brasil. Es esa crisis de acumulación que hace al capitalismo más duro, más agresivo, y más represivo. El Estado deja de ser “Estado de bienestar” para ser “Estado de malestar”. Y eso se nota sobre todo en las periferias, donde la militarización de los barrios populares indica una nueva fase violenta en la defensa del proceso de acumulación.

Frente a ese estado de cosas, ¿cómo se explica que figuras como Bolsonaro, o el propio Donald Trump, obtengan el gobierno con los votos de los sectores desfavorecidos?

Obviamente hubo algunos errores de las izquierdas que dominaron los gobiernos progresistas a principios de siglo. Si bien fueron gobiernos que se preocuparon bastante con gestar consumo no gestaron ciudadanía, educación democrática. Por eso mucha gente pensó que había logrado derechos, y cuando uno tiene un derecho quiere más derechos. El acceso al consumo los hizo pensar y sentir como la burguesía y la clase más alta, a identificarse con los de arriba. Por lo tanto, como ocurre con los de arriba, comenzaron a ver como enemigos a los de abajo. Es lo que llamamos una política de resentimiento contra los más pobres. O sea: los pobres contra los pobres. Por ese resentimiento salió elegido Bolsonaro. Tendremos que reconocer que la izquierda no aprovechó la gran oportunidad que tuvo para profundizar la democracia, para traer más democracia participativa, más asamblea, más capacidad política de las poblaciones. Se pensó que con poder ir al shopping y a los supermercados constituiría un ideal para siempre. Eso no fue así, fue un error.

 

¿Entre esos errores contabiliza la corrupción?

La corrupción es una manera despolitizada de liquidar adversarios políticos. Claro que nadie está en favor de la corrupción, por eso es justa la lucha contra la corrupción. Pero la lucha contra la corrupción ha sido muy selectiva, porque vemos que los blancos de la lucha son los políticos de la izquierda, no los políticos de derecha, que son mucho más corruptos y que han estado en el poder durante décadas con el mismo sistema, que es un sistema de corrupción endémica. Los gobiernos progresistas muchas veces entraron en ese esquema de corrupción endémica, que era naturalizada por los gobiernos anteriores. Quizá deberían tener un poco más de cuidado en lo que respecta a la financiación de partidos por parte de las empresas. Pero la corrupción endémica es una cosa y la otra el enriquecimiento ilegal. Lula da Silva puede ser el presidente de un partido que pactó con esa forma de gobernabilidad corrupta que estaba ahí, y por cierto que hubo corrupción sistémica, pero él no es un hombre corrupto. En ese sentido no se ha probado siquiera que sea el propietario del departamento que se le adjudica, por eso considero que es un preso político. Para el futuro deberíamos aprender que debe haber una separación total entre el dinero y la política, entre los intereses económicos y la política. El pluralismo político no puede ser contaminado por el dinero, porque en ese momento la democracia va a sufrir y hasta morir de una manera democrática, al elegir gente que es antidemocrática, fascista. Hay que pensar mucho si la izquierda cuando está en el poder puede gobernar a la manera antigua, con el mismo sistema político, o si al contrario no debe luchar por una reforma política y constitucional.

 

Uno de los que llevó a cabo ese tipo de reformas fue Evo Morales, en Bolivia. ¿Cree que ése es uno de los factores que explican su continuidad? ¿Evo puede constituir un faro que indique el rumbo de la reconstrucción?

Hay una anécdota de Evo Morales que se comenta poco, pero que considero importante. A poco de asumir, un ministro suyo, un gran amigo suyo, fue acusado de corrupción. Evo Morales fue radical, lo echó de inmediato y fue a la prisión. Actuó sin piedad, sin complicidad. Al ser muy duro con la corrupción de un amigo suyo mostró que era un estilo distinto de política. Obviamente también hay otros factores, como su origen indígena y las políticas que llevó adelante. Ahora está bastante complicado porque un referendo no permite que vuelva a ser presidente y Evo está intentando hacer otro referendo que lo habilite. Déjeme decirle que no me parece correcto. Me parece en tal caso que el faro está en (José) Pepe Mujica, que tuvo su momento de poder pero después vive como una referencia ideológica para el continente sin poder alguno, pero con mucha autoridad.

 

El ejemplo de Mujica sugiere que para usted el desafío de los gobiernos populares es generar una sucesión que garantice la continuidad de las políticas, evitar la trampa del personalismo.

Los líderes carismáticos crean un gran desierto a su alrededor. El problema es que se pierde de vista el trabajo de base. El PT tenía un trabajo de base maravilloso, con células que llevaban adelante tareas sociales, discusiones, en los barrios, en las calles, en las fábricas. Todo eso se perdió por la idea de que estando en el poder se podía construir la continuidad desde el propio poder. Ese fue otro error.

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