Bajo el manto del Río de la Plata

Dos hombres nacidos bajo el mismo cielo del Sur, marcados por la pobreza, la fe y la resiliencia. En sus vidas, una forma distinta de habitar el siglo. Por Nico Descalzo

En el Sur Global, donde las deudas no son solo económicas, sino aquellas que marcaron la carne y el alma de los pueblos; en sus grietas, donde el olvido y la resistencia se entrelazan, nacen las voces más nítidas para leer la historia, no en sus triunfos, sino en sus fracturas. Es de ese dolor que surge, casi como una necesidad, la claridad de Jorge y Pepe, dos de los mejores lectores del siglo XXI. Allí no hay triunfos, hay aguantes, resistencias. No hay épicas, hay memorias tejidas entre el barro, la fe, la pobreza y la ternura. Es un territorio marcado por las consecuencias: de imperios lejanos, de modelos impuestos, de democracias frágiles y economías rotas.

En medio de esa intemperie nacieron, casi al mismo tiempo, dos hombres con trayectorias que no se explican desde la lógica del éxito ni del poder, sino desde otro tipo de consistencia: la que se forja en la contradicción, en el límite, en la pregunta insistente por el otro. No fueron héroes ni mártires. Uno fue el vicario de Cristo y se sentó en el trono de Pedro. El otro fue el primer mandatario de su patria. Pero, ante todo, fueron y son testigos. Seres humanos, de carne y hueso, ni dioses ni héroes. Testigos de una época que arrasó cuerpos y palabras, y también de la posibilidad —aún tenue, aún rota— de nombrar lo humano desde un lugar que el mundo no suele escuchar. De elegir el consenso antes que la ruptura. Hay una fuerza profunda en la coincidencia de esas biografías, en ese cruce entre política y espiritualidad, entre desobediencia y compasión. Desde esa grieta, surge una forma distinta de habitar el siglo.

Lectores de época, ignorados por su tiempo

En estas largas horas de dolor, desde la madrugada del lunes, cuando las campanas de la plaza San Pedro sonaban por la partida de Francisco, y en las horas más recientes, cuando la chacra en Rincón del Cerro, en las afueras de Montevideo, dejó de escuchar al tractor que usaba Pepe para trabajar la tierra, y los campos de crisantemos que solía sembrar quedaron en silencio, me quedé pensando en esa mala práctica profundamente arraigada en nuestra idiosincrasia: la dificultad de valorar, comprender y, sobre todo, actuar conforme a los hombres y mujeres que realmente habitan esta tierra santa.

Porque, tal como dice el novelista Javier Cercas en una entrevista en Cenital: “Si volvemos a la historia de Argentina, yo creo que hay un problema. Aquí, los mínimos gestos de Francisco se sobreinterpretaban. E increíblemente, el discurso religioso del Papa quedaba enterrado debajo de su discurso político. El error es interpretar al Papa en términos de política laica. Era izquierda, era derecha, era comunista, no era comunista, bueno, eso es un error. Y si tú te quieres condenar a no entender lo que era el Papa, haz eso. Pero es una obviedad, este hombre era un radical del Evangelio.” La sobreinterpretación ideológica, la incapacidad de ver más allá de las categorías políticas de siempre, es una condena que seguimos repitiendo.

De un lado de la orilla, el hombre que salió del fin del mundo, como les dijo Francisco a los cardenales en el cónclave: «Ustedes saben que el deber del cónclave era darle un obispo a Roma. Siento que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo al fin del mundo.» Este hombre, que llevó consigo un mensaje tan necesario y radical desde el barrio de Flores es el mismo que, como pueblo, no supimos valorar: el argentino más importante de la historia que condujo la institución más antigua del mundo con una claridad que desbordó las expectativas del poder.

Del otro lado de la orilla, nos quedamos con los videos simpáticos de Pepe, el uruguayo que hablaba con claridad sobre la vida, el amor y el paso del tiempo. Hoy, lo usamos como un consuelo rápido, un bálsamo temporal frente a la crisis de representación, la soledad que arrastra a muchos, y la parálisis de un sistema que no sabe dar respuestas reales. Es el consuelo fácil de quienes no quieren enfrentar la profundidad del vacío político y existencial que atraviesa a la sociedad. Cruzan el Río, comparten el video de Pepe diciendo: “Triunfar en la vida no es ganar, triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae.” Y ahí se queda, en la superficie. Como si sus palabras pudieran solucionar el desconcierto de un país que no sabe cómo levantarse, que no sabe cómo salir de la inercia. Es un mensaje que se interpreta y se viraliza como un gesto de esperanza, pero que no incita al cambio, ni a la acción, ni a la responsabilidad colectiva.

Entre palabras y acciones, entre coherencia y responsabilidad histórica

«Lo viejo funciona, Juan.» Este fragmento clave de El Eternauta nos deja un mensaje claro: no se trata de descartar a los mayores como si los jóvenes tuviéramos todas las respuestas para este tiempo. Se trata de ideas. Pepe y Francisco, con 88 y 89 años, fueron los mejores entendidos de su época. No por decir palabras bonitas, sino por volver a lo esencial de la política.

Ahora le toca a una generación, contemporánea a Francisco y a Pepe, de jóvenes y personas mayores, asumir el peso de la claridad que ellos dejaron. Hacer de sus guías hechos prácticos, no consignas vacías ni homenajes sentimentales. Porque si algo enseñaron —cada uno a su modo, desde el sur del mundo— es que el tiempo es superior al espacio, que la realidad prevalece sobre la idea, que la unidad es más importante que el conflicto y que el todo es más que la parte. Francisco nos pidió pastores con olor a oveja, una iglesia en salida, más cerca de la calle que del altar, capaz de pisar el suelo difícil de la historia sin miedo a ensuciarse. Pepe, con otras palabras, exigió lo mismo: decisiones incómodas, compromiso real, responsabilidad con el presente. Oídos y pies en la calle. No hay legado posible si esas enseñanzas no se traducen en una forma concreta de hacer política, de construir mayorías, de habitar con otros la complejidad del mundo.

Venimos a esta arena movida y difícil llamada “política” no para administrar el presente, para sostener el status quo, sino para mejorarle la vida a la gente, para entendernos como servidores con una profunda vocación humana de cambiar historias. No para ocupar un cargo, sino para transformar, para hacer de la política un instrumento de cambio genuino, tangible, con el pulso de la realidad.

Una política con olor a personas de carne y hueso, que esté al servicio del trabajador, del estudiante, que arranca a las 5, 6 de la mañana, se toma un colectivo atestado de incertidumbres, que trabaja con la vista puesta en un futuro incierto, que mira la inseguridad a los ojos y sigue. Esa política debe tener en cuenta a aquellos que viven la cotidianidad con sacrificio, que cargan con las dificultades del presente, pero que mantienen la esperanza de un futuro mejor. Sólo cuando comprendamos esta forma de vivir la política como un acto de verdad —no como una imitación de Francisco o de Pepe, sino como una respuesta sincera a lo que ellos despiertan— podremos construir una práctica más humana, más justa y más real.

  1. Entrevista de Cenital: https://www.youtube.com/shorts/1A6fY0ZaQww
  2. Francisco sobre el deber del Conclave: https://www.infobae.com/2013/03/13/700845-el-primer-discurso-del-papa-me-fueron-buscar-al-fin-del-mundo/
  3. Pepe Mujica. Triunfar no es ganar: https://www.instagram.com/reel/DJnBTEEgmqP/

COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

Recibí nuestras novedades

Puede darse de baja en cualquier momento. Al registrarse, acepta nuestros Términos de servicio y Política de privacidad.

Últimos artículos

Acerca de Robert Prevost como León XIV. Por Eric Calcagno
El fracaso de ficha limpia reubica a CFK en el centro de la escena. Kicillof enfrenta un camino minado hacia la presidencia, mientras el peronismo libra una guerra interna que podría llevarlo a la fractura en beneficio de Milei. Por Antonio Muñiz
El 10 de mayo de 1975 el poeta salvadoreño Roque Dalton fue asesinado en circunstancias confusas por miembros de la guerrilla a la que se había sumado. Su poesía llega a hoy indemne. Por Pablo Solana

COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

ARTICULOS RELACIONADOS