¿Alguien dijo Doctrina Social de la Iglesia?

Acerca de Robert Prevost como León XIV. Por Eric Calcagno

En el Vaticano, la escenificación de los símbolos vale hechos. Pocos tan importantes como el nombre con el que todo Cardenal-electo-Papa decide pasar a la historia. ¿Por qué elegir la continuidad de León XIII?

Si la encíclica Rerum Novarum ­“Sobre las cosas nuevas” es tomada como el punto de partida de la reflexión eclesiástica sobre la cuestión social, no es sólo por la comodidad de poner una fecha a un inicio “1891” y un nombre al autor “León XIII” lo que siempre es arbitrario, sino por el cambio de percepción en la Iglesia acerca de los sucesos en el mundo. Parece ser una de las primeras veces en que los acontecimientos transformadores no son denostados por sistema, como meras perturbaciones de un orden inmutable, sino que se reconocen como parte constitutiva de un nuevo mundo, en el que el silencio de la Iglesia podría condenarla a la marginalidad. Ya en los principios del auge capitalista, a mediados del siglo XIX, el Padre Lacordaire lanzará desde el púlpito de Notre Dame de París esta advertencia: “sepan pues lo que lo ignoran, sepan los enemigos de Dios y de la humanidad, que entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el sirviente, es la libertad la que oprime y es la ley la que libera”. Quizás encontremos ahí una de las semillas de la Doctrina Social de la Iglesia, que describe una situación, propone una solución y hasta una teoría del Estado. Dicen que por aquellos mismos tiempos, un jesuita italiano escribió por primera vez el concepto de justicia social en una publicación católica. Por supuesto, podemos encontrar en el Evangelio tantas otras muestras de lo dicho, aunque prefiramos atenernos a la convención admitida acerca del origen de esta doctrina.

El politólogo francés Jean Luc Chabot señala que la parte “social” de la doctrina refiere por un lado a la cuestión obrera, las clases sociales, la producción económica y al uso de los bienes, tanto como en otros aspectos que hacen a la acción de la persona en la sociedad, lo que abarca la familia, la economía, política, comunicación, derecho, e incluso el desarrollo económico de los países menos industrializados, entre otros temas.

Desde entonces, Pío XI publica “Quadragesimo Anno” en aniversario de “Rerum Novarum”, en el contexto de la crisis de 1929; Juan XXIII escribe “Mater et Magistra” en 1961 y “Pacem in Terris” en 1963, donde constata las diferencias sociales dentro de la sociedad –la injusticia– y entre los países la desigualdad en el desarrollo. ¿El Tercer Mundo? Paulo VI aborda en “Populorum Progessio” la unidad del desarrollo entre la persona y la humanidad, eso llamado pueblo, así como en “Octogesima Adveniens” examina las consecuencias de la industrialización y la crítica de las ideologías. En 1981 Juan Pablo II lanza “Laborem Exercens”, con una teología del trabajo y la necesidad de una mejor distribución de los factores de producción y del ingreso. Para 1987, “Sollicitudo Rei Socialis” retoma las cuestiones del desarrollo desigual entre naciones, pero será con “Centesimus Annus” de 1991 que aparecen por igual críticas al capitalismo por entonces triunfante y al comunismo por entonces derrotado, en el cual propone una sociedad democrática basada en la participación generalizada.

Toda encíclica tiene uno o varios inspiradores, y la “Centesimus Annus” refleja bastante la influencia de Pier Luigi Zampetti, un profesor de Teoría del Estado de la Universidad de Génova, miembro de la Academia Vaticana. Lo cito porque lo conocí, era un flaco canoso con cara de tano, siempre con trajes similares, que por gastados no lo hacían menos intemporal. Es que charlar con un intelectual que participó en la redacción de una encíclica papal no lo hace a uno mejor o peor, pero permite advertir que el personaje, vestido de siglo XX, podría haber tenido vestimentas igual de humildes, aunque en el siglo VI o XVII, y haber sostenido las mismas posiciones con la pasión que lo hacía, siempre allegado al Papado. Me quedaba pensativo al ver cómo hay instituciones que superan el tiempo gracias a la organización, en la que no faltan ni faltaron los intelectuales de fuste como Zampetti, entregados por completo a la construcción de un Bien Común –debatible por cierto, y no pocas veces– pero innegable al fin. Era un ferviente partidario de la democracia participativa en todos los ámbitos, lo único que podía superar a la representación impuesta por el liberalismo, que Zampetti consideraba insuficiente. Había algo de Rousseau en ese hombre, quizás por esa prédica constante a favor de confiar en el pueblo.

Hasta aquí el resumen de las encíclicas –que puede encontrar en pastoraldigital.com– y de los recuerdos personales. Y es así como llegamos a las palabras de nuestro Papa Bergoglio. Con la Laudato Sí de 2015, Francisco incorpora la cuestión ecológica a la cuestión social y sostiene que ambas van juntas, en particular a través del concepto de justicia ecológica. El enfoque es integral, puesto que el medio ambiente es parte de lo social, lo económico y lo moral. No puede haber solución ecológica sin combatir la pobreza, la desigualdad y el consumismo; rechaza la idea de que el tema medioambiental tenga soluciones técnicas sin ética o propuestas financieras sin política. La pérdida de la biodiversidad es un crimen contra Dios, que nos dejó el cuidado de la causa común. “El grito de la tierra”, nos dice Francisco, “es el grito de los pobres”. Por supuesto que los peronistas encontramos los ecos del General que ya en 1972 alertaba sobre la cuestión ecológica. Pero hay que decir que aquí Francisco no predica a nivel de las consecuencias, sino que decide atacar las causas. Después de la tierra, Francisco va por la sociedad. Así, “Fratelli Tutti” (2020) es una ofensiva contra la cultura del descarte (que también implicaría el descarte de la cultura, digo yo), en defensa de los marginados, los jóvenes, los viejos, los desocupados, los inmigrantes, los por-nacer (tema polémico por cierto, pero esto es la Iglesia), a favor los distintos, en contra de las redes sociales que propalan odio, xenofobia y calumnias (uno de los atributos de Satanás es la mentira). También critica la indiferencia, y aboga por una caridad que supere lo personal para hacerse solidaria, es decir colectiva. A la dirigencia de toda laya, me gustaría decir que Francisco los tienta con el Bien Común. Salgan de la rosca chiquita, de la gambeta corta, hay proyectos nacionales que las sociedades esperan. Y precisan de salarios justos, derechos del trabajo y distribución del ingreso. En términos filosóficos, “Fratelli Tutti” es un llamado al ser, a existir.

Pero como la religión está basada tanto en la creencia como en la práctica, mejor que decir es hacer. Y estos son los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, que presentaré un poco comentados.

En primer lugar está la dignidad humana, lo que abre el campo para el ejercicio de los Derechos Humanos, a la vida, la libertad religiosa, el trabajo digno. Es un poco lo de Francisco con las tres T: tierra, techo, trabajo. Luego encontramos al Bien Común, que asegure la realización espiritual y material de cada persona y cada familia, en una sociedad que se realiza. Un tema aristotélico, retomado por el tomismo de León XIII y por supuesto, base de la doctrina justicialista. El Bien Común es el objetivo de la acción política, que culmina en la justicia social. En tercer lugar aparece la solidaridad, sin duda entendida como la expansión de la caridad personal a nivel social. La humanidad, creada a imagen y semejanza de Dios es una sola familia, sin distinción de etnias, color de piel, credo, origen geográfico o social, por lo que toda discriminación, que es la manifestación de la desigualdad, es un crimen contra Dios. El principio de subisariedad del Estado, que viene en cuarto lugar, y que figuraba en las primeras encíclicas de la doctrina, es quizás el más digno de debatir, sobre todo en estos tiempos. Pues una cosa es que el Estado se retire ante la sociedad civil, diremos la comunidad organizada, lo que está muy bien, y otra cosa es muy diferente que el Estado abandone las funciones de soberanía a los grandes monopolios empresariales locales e internacionales, lo que es una catástrofe, como una nevada mortal. Tenemos a la vista lo sucedido en la Argentina en los noventa, donde el Estado abandonó a la sociedad, o la experiencia de la Rusia de Yeltsin, donde el lugar del Estado fue ocupado por mafias y oligarcas. Que son lo mismo. Por eso los fariseos de mercado claman por la subsidariedad del Estado a favor de los propios intereses, siempre por las empresas privadas, nunca por la sociedad. Subsidariedad, también es la capacidad de dar subsidios: ¿a quién? ¿Otra vez a Galperín? Algo de razón tenía Jesús de Nazaret cuando echó a los mercaderes del gobierno. Del Templo, claro. Esto va con el concepto del “destino universal de los bienes”, en quinto lugar, que legitima la propiedad privada en tanto y en cuanto el usufructo de esa propiedad contribuya al Bien Común. No es menor. El Concilio Vaticano II fue categórico en cuanto a la primacía del trabajo sobre el capital, en coherencia con las encíclicas. Trabajo en condiciones dignas, buena remuneración, sindicatos obreros y hasta… ¡reforma agraria! Son aspectos que deben marcar la importancia del trabajo humano y la defensa de los derechos de los obreros por sobre el interés de los dueños de las máquinas, por más capitalistas que sean. Para la Iglesia, la propiedad privada es fundamental, pero secundaria con respecto a la dignidad humana, y sólo puede ser ejercida en función social. Pero… si los bienes conseguidos por la patronal no contribuyen al Bien Común, según el destino universal de los bienes…. ¿Qué hacemos? Sigue la opción por los pobres, que implica la protección de los marginales, oprimidos y vulnerables. Bueno, es lo primero que hizo Francisco cuando fue a Lampedusa, destino y cementerio de los inmigrantes africanos. Es el momento que los empresarios deben entender que el sistema económico tiene por misión sacar a las y los trabajadores de la pobreza y no explotarlos. En fin, igual estaría copado que los prelados en opción por los ricos también tengan la honestidad intelectual de los curas en opción por los pobres e identificarse como tales. Pero bueno. Viene después la participación (vamos Zampetti, viejo y peludo) en todos los ámbitos de la actividad social, económica, cultural, política y todo lo demás. La dimensión ecológica es una de las incorporaciones efectivas de Francisco a la Doctrina Social de la iglesia, que abre puertas a la acción transformadora y no sólo reparadora. Y sin duda habrá más, que descubriremos en el tiempo con nuestra sangre.

Para los peruanos, las Malvinas son Argentinas. Para nosotros, el Papa Prevost es peruano. El apellido es de origen francés, aunque parece significar “el que dirige”, “el que está a cargo” según la evolución latina. La elección del nombre “León XIV” no es una casualidad. Remite a los orígenes de la Doctrina Social de la Iglesia, construida a través de los decenios, en la que cada Papa aportó una visión propia de la época, aunque quizás haya más continuidades que rupturas, no sin contradicciones. Para León XIV el mundo no es fácil, y al mismo tiempo León XIV no será un Papa fácil para el mundo. Al menos, tiene la Doctrina Social de la Iglesia como respaldo, y quizás como proyecto. Ite, missa est.

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