En la era Milei el ajuste no precisa justificaciones, basta con ejecutarlo. La motosierra no piensa. Es como el Falcon verde de otras épocas, aunque son dispositivos diferentes persiguen los mismos objetivos. Y frente a la ausencia de comprobación empírica de los presumidos supuestos económicos con los que argumentan la bondad de las metas, al final quedan reducidos a un catecismo pagano. De allí la apelación a una supuesta moral que establece al mercado como fuente del derecho divino, y al Estado como demonio. Toda forma de redistribución es pecado y toda propiedad privada es sagrada. Con más tiempo, habrá que rastrear cómo el evangelismo libertario norteamericano impacta en nuestro país, esos pastores miltimediáticos que pregonan “el evangelio de la prosperidad”, que identifican el éxito monetario como señal de estar entre los elegidos. El mercado no sólo es eficiente, nos dice, además es justo, por lo tanto si triunfas en el mercado el paraíso te espera, aquí abajo y allí afuera. “Es una batalla moral”, afirma Milei en El camino del libertario (p. 9).
Sí, hay pobres. Pero esos pobres no son la consecuencia del estilo económico dominante, sino que son pobres por el fracaso individual que experimentaron al tomar malas decisiones en la vida. No cabe ninguna ética aquí, el prójimo es tu cliente y tu valor es tu precio. “Vos valés lo que servís al prójimo”, nos recuerda Milei. Ese relato abre las puertas del infierno, ya que invierte la carga: el pobre ya no reclama justicia, sino que pide perdón. El “planero” es acusado de parasitismo. El indigente, de ser carga. El excluido, de haber elegido mal. “El que recibe un plan está viviendo a costa de otros. eso es inmoral”. (Libertad, libertad, libertad, p. 102). Así que bien puede pagar con la vida el crimen de lesa moral.
Esta instancia es constitutiva del régimen, pues es la que permite construir al enemigo. Si en los setenta fue la subversión, en los noventa los que nos quedamos en 1945, durante Macri fueron los “kirchneristas”, con Javier Milei llegamos a que todo disenso es perversión. Recordemos las imprecaciones contra los “degenerados fiscales” que amenazan el equilibrio presupuestario, elevado a dogma de fe. Entre esos enemigos del Nuevo Orden encontramos a los sindicatos, que son mafias; los piqueteros que extorsionan; las feministas que son feminazis; los artistas que son parásitos; los educadores que son adoctrinadores. Todos ellos encarnan el mal. No hay más política: sólo hay culpa. No existe el debate: sólo hay herejes. Corresponde entonces el fuego purificador, y mientas tanto bien vale la motosierra. ¿Personal sanitario del Garrahan? “Vamos a terminar con los parásitos del Estado. No hay vuelta atrás.” (Milei, marzo 2024).
Pero se es hereje sólo frente a una ortodoxia. Y para el evangelio libertario la deidad es el mercado. No es la primera vez que sucede, la secta neoliberal ya lo había establecido en 1976 se llamaban “Los Caballeros de Fuego”, artífices del Rodrigazo y protagonistas civiles de la dictadura. Pero aquí el mercado no es una institución social, sino la concreción de voluntad trascendente. No se regula, no se discute, no se vota: se acepta. Además, “el mercado nunca se equivoca”, como dice Milei, una infalibilidad que ya envidiarían los Papas del Vaticano. Esa teología del mercado reemplaza al Dios de la compasión por el dios del cálculo, para quien el éxito económico es señal de virtud moral y la pobreza es un signo de indignidad. “En el mercado vos valés lo que servís” (El camino del libertario, p. 91).
Adoptar una supuesta revelación divina como instancia de legitimación es evacuar a la política, pues lo divino es absoluto y la política pertenece al campo de lo relativo. Por eso, si consideramos que el mercado es la fuente de toda moral, no hay posibilidades de debate. Es un acto de fe, correspondiente a la dimensión de la trascendencia que no es discutible, pues es una relación religiosa con un ser superior. Pero trasladar esos modos al campo social, donde las verdades probables son construcciones relativas basada en la argumentación, implica desbaratar lo posible y lo deseable para pasar a modalidades basadas en premios y castigos. En esa perspectiva, el conflicto social, en vez de ser expresión legítima de intereses, se transforma en desviación ética. Protestar es robar, reclamar es parasitar, exigir derechos es corromper. “piquetero que corta, piquetero que no cobra.” (Ministerio de Capital Humano, enero 2024).
Javier Milei solicita ser considerado como Moisés, aunque quizás apenas puede considerarse a sí mismo como un cruzado. Y no hablamos de las nueve cruzadas que el occidente -ya por entonces agresor- ejecutó desde 1096 a 1272 en medio oriente contra los habitantes del lugar. No. Consideramos a Milei como un cruzado, pero por que está cruzado por diferentes corrientes de la cual ninguna es buena. Hay que decirlo. En estas estas líneas pudimos contestar que la acción del régimen esta cruzada por el traslado a la política de categorías y comportamientos que pertenecen al campo de la fe. Esto es explicable debido a la debilidad o ausencia de argumentos que justifiquen los hechos cometidos. ¿Dios lo quiere? Claro, el dios mercado. Es el substrato que queda. Y por supuesto los insultos que merecen los herejes, esas personas que piensan diferente. Así construyen una inquisición de mercado, tanto digital como real, con el furor de los integristas, de los conversos y los recursos represivos del Estado (¡penitenciagite!). Las hogueras no se encienden solas. También es un cruzado, el tal Milei, en la escena internacional. Ya había confesado la admiración hacia Margaret Thatcher, a quien idolatra; hacia Ronald Reagan, a quien reverencia; y a Winston Churchill, a quien no conoce. Falta la adoración hacia el Estado de Israel que imagina, Muro de los Lamentos al canto, en el que proyecta lo justo, lo bello y lo bueno al que pretende hacernos acceder. En ese esquema no hay lugar para el interés nacional argentino. Es que Milei también está cruzado con otros intereses locales, a comenzar por el avezado empleador Eurnekian, el señor de los cielos, quien siempre supo contratar a tirios y troyanos, pues el dueño del casino siempre juega a todos los números y así gana, siempre. Completa el cuadro del poder real los patrones y empresas que integran el “Círculo Rojo”, la Asociación Empresaria Argentina, la AmCham (Cámara de comercio argentino-norteamericana), con especial cariño a Elsztain, el señor de las tierras. Esos grupos monopólicos privados son los que fijan precios y tarifas -esos impuestos no votados- y que sin embargo debemos pagar al dios mercado. Es que los derechos de los ricos son las obligaciones de los pobres. Así, Milei está cruzado por tres lógicas distintas: una es la que deviene del “evangelio de la prosperidad”, o la adoración explícita del becerro de oro; otra es el alineamiento con las potencias dominantes del occidente colectivo; la tercera es la sumisión a la oligarquía local realmente existente. Así configura un régimen antinacional. Digamos que Milei es útil, en tanto y en cuanto dice en voz alta lo que el establishment siente y piensa en voz baja. Cuando ya no sirva más, sabrá que el poder prestado es eterno mientras dura. Queda la lección para el movimiento nacional, a saber que si no rompemos con las tres lógicas que mencionamos también quedará cruzado.