Como un terremoto político, el naufragio de la ley Ficha Limpia en el Senado —bloqueada por un supuesto acuerdo entre Milei y el misionero Carlos Rovira— no solo dejó en libertad de acción a Cristina Fernández de Kirchner (CFK) para competir electoralmente, sino que agudizó las peleas entre el PRO y la LLA y pone en duda su alianza en la provincia de Buenos Aires. Además, el nuevo escenario obliga a replantear la estrategia presidencial de Axel Kicillof. El gobernador bonaerense, otrora visto como el «heredero natural» del kirchnerismo, ahora navega en aguas más turbulentas: debe equilibrar su autonomía política con la sombra de una líder que aún moviliza al núcleo duro peronista.
El efecto mariposa de ficha limpia
El proyecto, impulsado por el PRO, y apoyado tímidamente por el oficialismo mileista, buscaba inhabilitar para cargos nacionales a figuras con condenas firmes, aunque tenía nombre propio, CFK. Su fracaso no solo evitó la proscripción de la expresidenta, sino que revitalizó su rol como uno de los ejes de la oposición. «Sin Ficha Limpia, Cristina recupera poder de negociación. Ya no es solo una amenaza latente: es una candidata real», explica un dirigente del conurbano con llegada a ambos sectores de la interna peronista.
Para Kicillof, esto implica repensar su estrategia. Mientras su Movimiento Derecho al Futuro (MDF) promovía su perfil presidencial para el 2027, sectores cristinistas ya despliegan carteles con la consigna «Cristina 2025» en municipios clave como Quilmes y La Matanza, donde La Cámpora —brazo político de Máximo Kirchner— fortalece su presencia. Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes, fue clara: «Soñamos con volver a vivir en la Argentina de Cristina presidenta».
Las líneas medias fogonean la ruptura:
La relación entre Kicillof y CFK está fracturada. Desde que el gobernador no apoyó con el «entusiasmo requerido» la postulación a la presidencia del PJ, agravada luego cuando decidió desdoblar las elecciones bonaerenses —separando comicios provinciales de los nacionales— contra los deseos de la expresidenta, el diálogo se redujo a comunicados fríos y reuniones fallidas. «Cuando quiso negociar, ella le dijo que hablara con Máximo. Todo está roto», confirmó una fuente del Instituto Patria.
Pero la interna peronista ya no es solo un pulseada entre Axel Kicillof y Cristina Kirchner, sino un campo minado donde sus propios aliados presionan por una ruptura definitiva. En el entorno del gobernador, figuras como el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi o potenciales aliados como el intendente de Tigre, Julio Zamora, que condiciona el apoyo al gobernador si —y solo si— rompe con CFK para construir un liderazgo autónomo, incluso si eso implica enfrentarla electoralmente.
Por el lado kirchnerista, La Cámpora —con Mayra Mendoza y Máximo Kirchner a la cabeza— acelera el operativo Cristina 2025 en municipios clave, desplegando carteles y estructuras paralelas en municipios axelistas.
Ambos líderes, sin embargo, dudan y esperan. Kicillof evita una confrontación directa, manteniendo un discurso ambiguo: criticó la ley Ficha Limpia como «persecución» a CFK, pero avanza en alianzas con sectores gremiales, intendentes bonaerenses, radicales disidentes, etc., convocando a un gran frente social y político. Dirigentes cercanos dicen que está dispuesto a un acuerdo pero su límite es «no ceder la lapicera en las listas ni el control territorial a La Cámpora».
Cristina, por su parte, oscila entre gestos de distensión como aceptar el desdoblamiento en las elecciones y la insistencia en sostener su candidatura provincial, que tensa la cuerda.
Un dirigente kirchnerista lo resume: «Axel teme que Cristina y sobre todo La Campora, sean un obstáculo; ella teme que Axel la eclipse. Pero ambos juegan a no dar el primer golpe» .
El peso de la Historia: ¿maldición de los gobernadores?
Desde que Buenos Aires fue federalizada, ningún gobernador bonaerense consiguió alcanzar la presidencia. Ni siquiera Dardo Rocha, que intentó —sin éxito— hacer ese recorrido.
La historia política argentina revela una constante: la llamada «maldición de los gobernadores bonaerenses», una suerte de impedimento estructural para que quienes gobiernan la provincia más poblada y económicamente poderosa del país accedan a la presidencia. Este fenómeno no es casual. La relación entre el gobernador bonaerense y el presidente suele estar marcada por la tensión: mientras el primero acumula poder territorial, recursos y control sobre una parte sustancial del electorado, el segundo lo percibe como un potencial rival. Por eso, desde el poder central, los presidentes tienden a boicotear cualquier intento de consolidación nacional del mandatario bonaerense, negándole fondos, visibilidad o respaldo político, para evitar que se transforme en un competidor con peso real en la arena presidencial. Así, la provincia más importante del país ha sido, paradójicamente, una trampa para quienes la gobiernan.
Kicillof enfrenta un doble desafío, enfrentar la resistencia interna, encarnada en el kirchnerismo más duro, pero sobre todo enfrentar al gobierno nacional, no solo en la gestión cotidiana sino sobre todo en lo ideológico-cultural.
La Libertad Avanza planea una alianza con sectores del PRO para ganar Buenos Aires, el bastión peronista más importante. «Si el peronismo va dividido, Milei gana», advierte un analista.
La elección que definirá el 2027
Tanto Kicillof como Cristina necesitan triunfar o por lo menos quedar bien parados en las legislativas de octubre para sostener una proyección nacional de cara al 2027, pero la interna los debilita.
Las legislativas de este año son un ensayo general presidencial. Si CFK encabeza la boleta peronista en Buenos Aires, ya sea como diputada nacional o si confirma su decisión de ir como diputada provincial por la tercera sección electoral, consolidaría su influencia y podría relegar a Kicillof a un rol secundario. «Axel debe decidir si se enfrenta o se pliega», señala un intendente kirchnerista.
De proyecto nacional a la trinchera bonaerense
Esta decisión de CFK de dar la lucha desde un cargo provincial, en una sección electoral donde es muy alta su popularidad, marca una estrategia riesgosa que podría haber tenido sentido con el peligro constante de proscripción. Hoy, caída «la ficha limpia», nada le impide encabezar la lista de diputados nacionales, donde además, las encuestas le están dando una ventaja de nueve puntos sobre el potencial adversario, Jose Luis Espert.
Si bien la estrategia provincial puede tener una justificación táctica, la opción es cuestionada por varios analistas y dirigentes. Según algunos críticos, la decisión esconde un repliegue estratégico. Tras derrotas nacionales consecutivas (Scioli en 2015, Massa en 2023) y el fracaso del gobierno de Alberto Fernández y una presidencia en el PJ nacional llena de obstáculos, CFK ha abandonado temporalmente la pretensión de conducir un proyecto nacional para atrincherarse en Buenos Aires, específicamente en la Tercera Sección Electoral. Este distrito —que incluye Quilmes, La Matanza, Varela y Avellaneda— es visto como su «búnker político» para resistir el avance de La Libertad Avanza (LLA) y reafirmar una influencia futura dentro y fuera del PJ.
Es indudable que candidatearse como diputada provincial —en lugar de apuntar a un cargo nacional— refleja una renuncia tácita a liderar un proyecto nacional unificado.
Además, las movidas de Máximo Kirchner para controlar el PJ bonaerense y el armado de listas para este año, muestra claramente que el kirchnerismo más duro prioriza el control territorial en la provincia de Buenos Aires por sobre la cohesión partidaria. Se renuncia así al liderazgo de un proyecto nacional.
¿Hacia una ruptura definitiva o una tregua frágil?
El peronismo bonaerense navega entre dos aguas: la presión de algunos sectores por la ruptura y el interés táctico de los líderes por evitar una sangría electoral. Mientras Kicillof apuesta a capitalizar el desgaste de Milei y construir un peronismo «poskirchnerista», CFK busca preservar su legado desde la trinchera provincial, aunque arriesgando quedar atrapada en un localismo sin proyección nacional.
Los dirigentes más duros sostienen que forzar una unidad en las actuales circunstancias es posponer el conflicto para después de las elecciones. Como advierte un analista: «El peronismo ya no es uno. Son dos proyectos en colisión, y Buenos Aires es el ring donde se define quién sobrevive».
Kicillof enfrenta una encrucijada: mantener la lealtad al legado K o romper definitivamente para construir un peronismo poscristinista. Su destino dependerá de si logra capitalizar el desgaste de Milei y neutralizar el poder electoral que CFK aún mantiene. Como resume un legislador: «Si quiere llegar, tiene que romper. No le queda otra».
Mientras tanto, el fantasma de 2027 ya recorre Buenos Aires. Y en ese tablero, la única certeza es que, con Cristina en la cancha, nada será fácil para nadie.