“Conseguí que la gente salga a la calle y haga valer sus derechos”

¿Quién es Carlos, el hincha de Chacarita que reclama por sus compañeros jubilados todos los miércoles frente al Congreso? “No le llego ni a los tobillos a Norma Plá”. Entrevista de Emilia Racciatti. Fotos: Alejandro Santa Cruz

Carlos Dawlowfki cumplió 74 años el 20 de diciembre de 2023, hacía 10 días que Javier Milei era presidente y mientras festejaba con su familia, uno de sus hijos le dijo que en el barrio había cacelorazos. “¿En Parque Chacabuco? ¿En Caballito?”. Carlos no podía creerlo así que fue a comprobarlo.  

“Y me fui. Empecé a caminar, llegué a Acoyte y Rivadavia y fui llevando a toda esa gente. Cuando llego a Medrano y Rivadavia, veo a un amigo de mi hijo Ariel, el más grande. Lo llama y le dice ‘estoy con tu viejo, marchando’. Mi hijo me re puteó y me dijo ‘vení para casa’. Pero seguí. Clase media alta eh, gente de José María Moreno y Rivadavia, pleno Primera Junta. Llegué y me subí al semáforo de Entre Ríos. Ese día volví a mi casa a las 4 y media de la mañana”. El repaso lo hace sentado en un banco de Parque Chacabuco, tiene puesta la camiseta de Chacarita y acepta sacarse fotos con quienes se le acercan.

El plan libertario ya lleva más de un año en el poder y al igual que ese 20 de diciembre, Carlos sigue saliendo a la calle. Va todos los miércoles al Congreso a reclamar por jubilaciones dignas, por el acceso a medicamentos que recortó este gobierno, dejando a muchos sin posibilidad de acceso, y por algo que lo obsesiona “que puedan comer, nena, que puedan comer”.

Las cartas sobre la mesa:

“Muchos se asombran porque me quedo parado ahí arriba, en el semáforo, dos o tres horas. Acá hay una virtud, yo caminaba 106 cuadras por día siendo cartero, jugué al fútbol y todo. Está bien que tengo un infarto, un stent, estoy anticoagulado. Pero yo caminaba 106 cuadras por día”, explica sobre su estado físico ganado a horas de reparto de cartas por su trabajo en el Correo Argentino. Desde 1964 hasta 1994, Carlos recorría las calles de la zona en la que vivió y vive.

Siempre en la misma sucursal: Pedro Goyena y Viel. Primero fue mensajero, después pasó a ser cartero. El recorrido lo hizo conocer ese tramo de la Ciudad de Buenos Aires de memoria, en esas cuadras se casó con una hincha de Boca que no quiere saber nada con la política, llevan décadas casados, tuvieron cuatro hijos. Ninguno es del mismo club que el padre. En orden de llegada al mundo: Ariel es de Racing, Lucía Belén es de River, Darío y Lourdes, de Boca.

La esperanza con Chacarita está puesta en los nietos pero dice que va a tener que luchar mucho porque “son todos bosteros, van a todos lados. Mi señora también. Ella sabe mucho de fútbol, la escucho cuando habla y me doy cuenta”. 

Estaba llevando a su nieta mayor, Milagros, a la escuela cuando en 2018 tuvo que detenerse porque “no sentía los brazos”. La situación terminó con Carlos internado en el sanatorio Milstein. La internación duró una semana. Desde esos días, tiene un stent y está anticoagulado, lo que implica que debe tomar medicación de por vida. Esa misma que hoy Pami no le está entregando.

“El anticoagulante lo tengo que tomar tres días en la semana enteros y dos días después la mitad. Y ahora tomo todo por la mitad para que me dure. Yo gano 400.000 pesos de jubilación, mi señora tiene su jubilación y la casa es nuestra. Hay muchos abuelos que no pueden comprar los medicamentos directamente y tienen que ver qué comen para llegar a fin de mes. Yo no creí que a los 75 iba a estar en el Congreso luchando”, resume. 

Se empeña en explicar que hay otros que la están pasando mucho peor que él. Su teléfono es un Nokia sin internet, WhatsApp, ni aplicaciones entonces su esposa hizo el trámite que le pedía Pami para acceder a sus medicamentos. “Hoy fui a Pami, le dije que necesitaba hacer el trámite para tener los remedios, me dieron turno para el 21 de abril. Le dije bueno, si estoy vivo, vengo. Hace tres meses que no lo tomo y un mes más son cuatro meses”.

Muchos lo comparan con Norma Plá, la jubilada que durante la década del 90 recorrió calles, canales de televisión y oficinas públicas reclamando por jubilaciones que excluían a millones a la posibilidad de acceso a una vida digna. “El otro día uno me dice: te parecés a Norma Plá. Le dije ‘no le llego ni a los tobillos a Norma Plá’, las circunstancias mías se dieron por los colores de Chaca. Hubo hinchas que vieron que me cagaron a palos, vieron mis manos golpeadas por la policía y fueron”. 

El 12 de marzo y el segundo título de Chacarita:

El amor de Carlos por el club de San Martín encuentra un origen en su padre. “Soy de Chacarita por los colores y por mi viejo que era hincha de Chaca. Él también nació acá en Boedo. Los colores, los colores siempre me llamaron la atención porque yo podría haber sido de Huracán o de San Lorenzo y sin embargo soy de Chaca y mi otro amorcito es Riestra. Pero Chaca es la pasión”.

El club tiene un título de campeón ganado en 1969, con un 4 a 1 en cancha de Racing ante River. “Fue una fiesta. Me quedó grabado para toda la vida. Pero lo que pasó ahora es un segundo título para Chaca”. Así define el gesto de esos hinchas que después de ver imágenes de cómo la policía le pegaba a Carlos en el Congreso, se propusieron estar presentes el próximo miércoles. Y así fue, el 12 de marzo, la Ciudad de Buenos Aires colapsó. Hubo un corte de luz que afectó la circulación porque no funcionaban semáforos, se cortaron líneas de subte. El calor trepaba los 40 grados.

Mientras tanto, Carlos fue a Wilde a llevar a uno de sus perros a la veterinaria porque estaba muy mal y, atravesado por esa angustia, también fue a declarar a Comodoro Py, justamente por una denuncia sobre la represión recibida el miércoles anterior. Esas responsabilidades lo hicieron llegar más tarde de lo habitual, y recién a las 16.50, pisó la esquina de Callao y Rivadavia. Inmediatamente al bajar del colectivo, fueron algunos policías los que le advirtieron: “Ey Chaca, nos trajiste a la hinchada”.

Lo inesperado estaba sucediendo: los colores de la camiseta que él llevaba todos los miércoles se multiplicaban ante sus ojos. Esos colores que lo habían enamorado de su club despertaron la bronca de otros hinchas que decidieron estar para acompañar un reclamo justo. Ese día tuvo un efecto en otras hinchadas y a la semana se realizó una marcha que generó desesperación en el gobierno. La represión empezó antes de la hora de la convocatoria. Horas de gases lacrimógenos, palos de la policía motorizada, cacería de quienes circulaban por la zona y un impacto de munición de gas lacrimógeno en la parte frontal de la cabeza de Pablo Grillo, un fotorreportero que registraba parte del horror y al cierre de esta nota permanece en terapia intensiva.

“Hubo 10 cuadras de gente. Caminé de Avenida de Mayo hasta la 9 de julio, me decían ‘eh Chaca’, y se me caían las lágrimas porque decía la pucha, los pibes se querían sacar fotos conmigo y yo pensaba ‘la puta, algo conseguí, que la gente salga a la calle y haga valer sus derechos y pierda el miedo. Esto cada vez va a pasar más”.

“No tengo estudios, pero tengo adoquín”

Para Carlos, hay una resistencia a este gobierno que va creciendo y así lee el reconocimiento que recibe cada vez que lo ven con la camiseta. Antes de esos hinchas, encontró en el panadero de su barrio otro aliado. Amadeo, lo llama así porque es de River y se parece al histórico arquero de ese club, es el dueño de la panadería El Ceibo –Directorio 578— y le da cada miércoles pan, facturas, sándwiches de miga y bizcochitos para que reparta con quienes marchan con él.

En su familia, las cosas no son fáciles: no quieren que vaya pero explica que lo entienden. Una de sus hijas, Lourdes, licenciada en enfermería, le dijo un viernes: “Hasta acá llegaste, papá. Por favor basta”. A los dos días, lo llamó desde su trabajo, sus compañeras querían saludarlo y felicitarlo. “La verdad, viejo, te felicito. Me equivoqué el viernes con vos”, y Carlos sintió eso como un aliciente. Su nieta de 19 años le llevó “una estampita para los teléfonos”, así describe lo que le mostró orgullosa: una calcomanía en la que Carlos es un santo.

Pero si la camiseta de Chacarita terminó generando una marcha masiva, también generó que Carlos volviera a la cancha. El grupo de hinchas que lo acompañó el miércoles siguiente a haber recibido mayor cantidad de golpes y gases, lo fue a buscar a su casa y lo llevó a un partido de local. Un asado, recorrido por Villa Maipú y una tarde en la casa del funebrero. “No tengo estudios pero tengo adoquín”, repite advirtiendo que este gobierno tiene un pueblo que resiste y advierte que esa resistencia está siendo cada vez mayor.

Fotos: Alejandro Santa Cruz

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