Soy Carito “mitad verdad, mitad mentira”

Un foro universitario sobre democracia y debate público. Palabras ausentes que retornan al mismo aire en clave de voz y de guitarra. Por Rossana Nofal

Del lado A

Soy Carito… Una y otra vez vuelve la canción de León Gieco en el álbum De Ushuaia a La Quiaca (1985). Siento una suerte de anacronismo entre este 10 de diciembre y las distintas efemérides del día que fuimos viviendo en la universidad durante los distintos registros de una utópica voluntad de democratización. Bajo del ascensor del mismo edificio en el que vivo desde 1976. Saludos amables con, casi, los mismos vecinos después de conversar del clima, que siempre es algo de infierno diciembre en Tucumán… “¿Calor, no?”.

Soy Carito “en Buenos Aires, los zapatos son modernos, pero no lucen como en la plaza de un pueblo”. Camino, camino, al Centro Cultural Virla de la Universidad Nacional de Tucumán. El Virlaestá en la calle 25 de Mayo que tiene alguna pretensión de Gran Vía con bares y negocios de marcas globales y outfit europeos, aunque es, siempre, la calle más importante de mi pueblo. En el tiempo de antes de las mareas verdes (aunque el feminismo ya era del tiempo de mi abuela, que fue Bioquímica y egresada de la universidad), las chicas lindas de mi cuadra buscábamos un novio para pasear los sábados por la 25 con un cono de papas fritas: desde la Plaza Independencia hasta el bar El empuje: aquí “paraban” los chicos lindos de Facultad de Derecho, la que también “queda” en la 25.

Soy Carito “como esperanza de los pobres prometida”. Estamos en el primer cuarto del siglo XXI: gente del futuro está aquí con los psicoanalistas peleando para mantener a sus familias. Es 10 de diciembre. Camino sola. En el Virlahay un foro universitario sobre democracia y debate público. La conferencia central está a cargo de Eduardo Rinesi. En los tiempos de la década ganada y antes de la pandemia, los modos de circulación eran diferentes. Escuché a Rinesi en distintos foros, en las muchas universidades nacionales ubicadas en el conurbano bonaerense; fue figura emblemática y central de ese tiempo “que fue hermoso”. Lo escuché con fascinación siempre hablando de libros, de políticas educativas y de la filosofía del querer y del poder. Su tono apasionado de voz tiene el empeño militante para asegurar la universalidad de la educación superior: el derecho a la universidad. En aquel entonces, sus enunciados tenían la novedad de lo extraordinario; hoy, es un escándalo que sostiene con igual vehemencia en el centro mismo de la paradoja: en el centro de la ciudad, en el centro cultural, en el centro del poder de gestión universitaria. Había escuchado, había leído y había citado su lógica historicista cuando argumenta sobre cómo las universidades fueron los centros de formación de las élites. Sin embargo, hoy, en este lugar del mundo, las enumeraciones sonaron distinto, casi con tonos realizativos: “la Universidad”, decía Eduardo Rinesi, “es un bien público, un derecho humano y una responsabilidad del Estado”. En esa gestualidad comprometida en la acción de “ir a la universidad” se instala la pregunta por la “vida de un derecho”. ¿Desde cuándo existen y cuál es la materia temporal de este ejercicio? En la lucidez de esta brillante intervención, el intelectual desplegó una lectura crítica para describir las diferencias entre la derecha macrista y la derecha mileísta en su relación con los derechos: los primeros no entienden de qué se trata la palabra, Macri jamás habló de derechos; Milei, en cambio, los menciona todo el tiempo, sabe muy bien qué quiere decir un derecho y está en contra. Esperanza de los pobres, la universidad ni siquiera se imagina como horizonte posible.

Del lado B

Soy Carito “fingiendo duro que tu vida fue de aquí”. Vuelvo a la escena inicial. Me sentí convocada por el señor formulario de Google a un debate que no fue. La cita era atractiva: pensar colectivamente las palabras para hablar, pensar la lengua y los lenguajes “para conversar sobre cómo conversamos”. Pero nos faltó comunidad. Éramos muy pocos los universitarios que estábamos ahí; gran parte del equipo de gestión se retiró luego de la mesa inaugural. Me sentí parte de una patrulla perdida entre la nostalgia de un pasado y la sinrazón de un presente, buscando en la filosofía alguna palabra que articule verdad y haga experiencia. Preguntarse cómo se pregunta, discutir cómo se discute, pensar sin clausuras y articular, una vez más, una escucha extraña para las voces, aunque sean monocordes en su teatralidad de escena. Tengo derecho a la universidad, claro que sí. Aunque no me inviten, ese baile es mío y el carnet es propio. Pero también, en ese universo de palabras (con la filosofía de Kant y de Jaspers que llegaron revisitados en la mochila de los bellos libros de Rinesi) sentí que nos faltó la palabra peronismo. Escuchamos de la ley positiva, de los discursos liberales, de las democracias y de las democratizaciones. Pero “peronismo” igual que “alfonsinismo” fueron sólo registros étnicos de una efeméride casi secreta y local. “Comunidad organizada”, es el escándalo necesario en esa palabra pública de debate sin debate en un estrado monocorde.

El relato imposible

Como las cosas se mueven y cambian, el Virla, siempre complejo cambalache problemático y febril, una semana después, se vistió de fiesta. El escenario fue de guitarra y voz. Juan Falú y Silvia Pérez Cruz llenaron con la mística de las vidalas cada sonoridad y el gesto de escribir libertades con un dedo en el aire. Tono y ritmo fuimos de la tribu compañera con ovación y entrega al insondable deseo de la música, el canto, la guitarra española y los colores de mi tierra en el Virla que ya nunca fue mío, era nuestro y de aquel. Baile flamenco, la vidala tengo una pena norteña y el villancico catalán. Todavía no puedo decir con palabras la inmensa sensación de la música palabra alma y voz primera. Una cantora, pueblo “tierra y camino”, magia, guitarra y un amor seguramente secreto, seguramente escondido. Hubo comunidad, fraternidad y esa carnadura que repara y repone los sentidos. La magistral sencillez del acorde perfecto en el tono escala de lo humano que se vuelve secular en lo divino. En mi mundo ya conmovido por las causas justas se instaló la voz de Silvia con la canción “Gallo rojo, gallo negro”. Ella cantó y acompañó con su guitarra el amoroso devenir de la letra insurgente y antifranquista. Sonó fuerte, sonó en tiempo presente: “El gallo rojo es valiente/pero el negro es traicionero (…) Gallo negro, te lo advierto/ no se rinde un gallo rojo/ más que cuando está ya muerto”. Era voz de pueblo. Era pueblo. Nos encontramos en el fogonazo de una guitarra que instalaba otra vez al arte en el centro de una escena de la resistencia y de la revolución, en un cuento de guerra. Los dos son poder, los dos son disputa. Solo queda la muerte en el final.

El mismo escenario cruzan los distintos registros desde la institucionalidad formal que va con dificultad tramitando los archivos del empeño afectivo y no convoca. Giro a lo más íntimo del corazón que reivindica, una vez más, el derecho a la insurgencia, ese es el derecho a la universidad. “¿Con qué derecho?”. Eduardo Rinesi hablaba de una comunidad con capacidad de escándalo frente a las injusticias del mundo. Aunque los nosotros estuvimos distantes en esa juntada y nos faltó el peronismo, en la guitarra Juan Falú relegó y los secretos arcanos en la voz de Silvia Pérez Cruz volvimos a encontrarnos en la herida mal cicatrizada y con los restos de aquello que ampulosamente olvidamos cuando perdemos: la lengua tan extraña, tan social y popular que nos financia. En nuestra voluntad geolocalizada no podemos olvidar, ni por un minuto, que el Virla queda en la 25.

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