El ex secretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford, Henry Kissinger, fue el arquitecto de los golpes de Estado que asolaron el Cono Sur durante los años setenta y el Plan Cóndor, pero también quien estuvo detrás del acercamiento de Washington a Beijing en 1973, de la distención con la Unión Soviética en plena Guerra Fría, y también de los acuerdos de paz que desembocaron en el final de la guerra de Vietnam en 1975. El estadounidense cumplió cien años recientemente, desafiando el paso del tiempo, aún se mantiene activo, con una lucidez asombrosa, y como fuente de referencia permanente para sus colegas. Hace tiempo que Kissinger advierte respecto de la necesidad de configurar un nuevo orden internacional superado que contribuya a evitar los conflictos potenciales en un mundo cada día más complejo.
Kissinger alertó hace varios años respecto de que si los países miembros de la Organización del Tratado del Atlantico Norte (OTAN) seguían incumpliendo sus promesas de expansión y provocando a Moscú, se desataría un conflicto de consecuencias impredecibles en el este de Europa. El estadounidense observa hoy un mundo muy similar al que existía en los años previos a la Primera Guerra Mundial, con pequeños conflictos territoriales potencialmente globales e imperios en intentos de expansión. Kissinger entiende muy bien que las tensiones entre el atlantismo, es decir, la OTAN, con el mundo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) más los países aliados y probables futuros integrantes del bloque como Argentina o Irán, dependen en un porcentaje importante de que la violencia no escale a mayores en el este de Europa, pero tampoco en la región de Taiwán y el mar de la China Meridional, actualmente, una de las zonas más calientes del mundo.
Ya en junio de 2022, en un mensaje grabado dirigido al Foro de Davos, Kissinger había asegurado que Ucrania debía negociar la paz con Rusia de manera urgente, aunque en el proceso incluso tenga que “considerar” la posibilidad de ceder territorio a Moscú. Por supuesto, las declaraciones de Kissinger, considerado uno de los máximos exponentes de la “realpolitik” en materia de relaciones internacionales, y del realismo como modus permanente, generaron malestar en el gobierno de Volodomir Zelenski, pero también en gran parte de la plana mayor de la dirigencia europea. Sus dichos se produjeron en el medio de un resquebrajamiento del bloque occidental frente a Rusia, en un contexto donde se discute hasta qué punto la Unión Europea es capaz de aguantar. El presidente ucraniano comparó por aquel entonces la propuesta del mítico internacionalista con la política de apaciguamiento respecto de la Alemania nazi en 1938, cuando las potencias europeas cedieron ante Hitler y le permitieron la anexión del área checoslovaca de los Sudetes. Zelenski teme que, a medida que la guerra continue, Occidente pierda fuerza para sostener las sanciones contra Rusia y su país comience a conseguir menos apoyo entre sus hasta ahora aliados.
El académico, diplomático y ex funcionario ya advirtió en numerosas oportunidades el peligro de aislar a Rusia, o de empujarla a una alianza con la República Popular China. No es una excepción en el ámbito del realismo en las relaciones internacionales. Otros intelectuales, como John Mearsheimer o Stephen Walt afirman, hace años, que la invasión rusa a Ucrania iba a suceder si no cambiaba la política exterior estadounidense y de la OTAN en la región. Incluso, en 1997, 40 ex funcionarios, diplomáticos y académicos le advirtieron, en una carta al entonces presidente Bill Clinton, que la incorporación de países de Europa Oriental a la OTAN podría desencadenar un “error político de dimensiones históricas”. Sin ir más lejos, el actual jefe de la CIA, William Burns, se pronuncia desde mediados de los años 90 respecto del perjuicio que podría causar al mundo la expansión del bloque atlantista, sobre todo tras la incorporación en 1999 de Hungría, República Checa y Polonia. Ya desde aquel momento, los movimientos de la OTAN parecían ir en clara contradicción con la promesa que le había hecho George Bush a Mijail Gorbachov sobre qué no se expandirían “ni un centímetro más al Este”.
La clave del mundo que viene, para Kissinger, será la necesidad de establecer una convivencia pacifica duradera entre Washington y Beijing. Cree que hay «menos de 10 años» para que ambas partes «aprendan a convivir», y el más mínimo desequilibrio entre ellos, dadas las circunstancias internacionales, puede llevar a un enfrentamiento mundial de proporciones inimaginables. Mientras muchos se preguntan si, efectivamente, China desafía al orden liberal internacional actual, Kissinger cree que no. Lo cierto es que, en los hechos, incluso, el gigante asiático lo sostiene, ya que le ha sido muy beneficioso. Las autoridades del Partido Comunista Chino (PCCh) tampoco han dado demasiadas muestras de buscar expandir su cultura en otros países, ni mucho menos de tener pretensiones bélicas. Pocos analistas o dirigentes políticos entienden a China en Occidente como Kissinger, quien declaró recientemente: «En Washington dicen que China quiere dominar el mundo. La respuesta es que quieren ser poderosos. No van hacia la dominación mundial en un sentido hitleriano. No es así como piensan ni han pensado nunca en el orden mundial”. Para la paz es clave entender la guerra. “¿Es posible que China y Estados Unidos coexistan sin la amenaza de una guerra total entre ellos? Yo pensaba y sigo pensando que sí. Puede fracasar. Y, por eso, tenemos que ser militarmente lo bastante fuertes para soportarlo».
También está convencido, con toda razón, que hacia adentro de su país, la situación política y social es crítica. Afirma que no hay, actualmente, lideres a la altura de Franklin Delano Roosevelt, John Fitzgerald Kennedy o el mismo Richard Nixon. Y a partir de Donald Trump, la polarización social entre los distintos bandos políticos estadounidenses fue llevada al limite. Es decir que, si bien China tiene problemas internos, Estados Unidos también. Para Kissinger, el nuevo orden mundial que reemplace al surgido tras el final de la Guerra Fría deberá estar diseñado por Washington, pero también por Europa, China e India, con el bloque BRICS en general, «una buena porción de la humanidad». Un éxito de ese armado hoy sería que todo «acabe sin catástrofes”, aunque también, para Kissinger, podría “facilitar el progreso” del globo.
Durante su mandato como Secretario de Estado de los Estados Unidos de 1973 a 1977, Kissinger implementó una política en América Latina que buscaba contrarrestar la expansión del comunismo en la región y proteger los intereses estratégicos estadounidenses. Respaldó la Doctrina de Seguridad Nacional, la cual implicaba apoyar regímenes autoritarios y militares, aun si se violaban los Derechos Humanos, para evitar gobiernos de izquierda alineados con la Unión Soviética. Kissinger estuvo involucrado en operaciones encubiertas para desestabilizar o derrocar a gobiernos populares y democráticos considerados amenazas comunistas como el Chile de Salvador Allende en 1973, donde Estados Unidos tuvo participación directa. Además, promovió la cooperación económica con gobiernos dictatoriales, fomentando el comercio y la inversión estadounidense en la región. Kissinger también participó en el manejo de conflictos regionales, como la Guerra de las Malvinas en 1982, donde apoyó al Reino Unido en detrimento de Argentina, a pesar de que había sido clave en el ascenso de la dictadura cívico militar de 1976. Su política ha sido objeto de críticas debido al respaldo a regímenes autoritarios y a las violaciones de derechos humanos que ocurrieron durante este periodo.
Quizás, es necesario aclarar que el mainstream estadounidense actualmente, especialmente el perteneciente al Partido Demócrata y a la Administración de Joe Biden, pero también a sectores ligados al Partido Republicano, no se encuentran alineados a las ideas de Kissinger, que predijo sin ser escuchado, lo que pasaría en Ucrania si la OTAN seguía expandiéndose, mientras advierte lo que puede pasar si EEUU continúa provocando a China. Paradójicamente, o no, quien más repite las ideas de Kissinger es Trump, que aboga por cierto aislacionismo y solución pacifica de los conflictos con países como Rusia o China. El estilo de diplomacia que cultivó Kissinger durante el siglo XX no se condice con las necesidades y desafíos del mundo actual, donde la política internacional adquirió otras dinámicas y es poco probable que un emisario o representante de un presidente logre concentrar tanto poder sobre su figura. No obstante, su visión de la realidad geopolítica actual de ninguna manera puede ser ignorada en los años que vienen.