“Estamos empeñados en una obra que nada ni nadie podrá detener. Ya he tenido oportunidad de decir, identificada con el líder, que el peronismo no se aprende ni se proclama. Se comprende y se siente. Por eso es convicción y es fe. Y por eso también, no importan los rezagados del despertar nacional. Yo no deseo, ni quiero para el peronismo, a los ciudadanos sin mística revolucionaria (…) el que ingrese, que vuelque su cabeza y su corazón sin retaceos, para afrontar nuestras luchas, que siempre habrán de terminar en un glorioso 17 de octubre”.
(Eva Perón, 17 de octubre de 1949)
El 26 de julio de 1952, la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, dio a conocer públicamente la muerte de Eva Perón. Desde varios días atrás cuantiosos grupos de ciudadanas y ciudadanos argentinos de diversas edades se habían congregado en las calles para implorar por su restablecimiento. Luego de tal noticia se efectuó el velatorio oficial, una multitud le dio el último adiós, y en distintos puntos del país se montaron altares populares con su imagen y crespones negros. El martes 26 de julio se cumplieron 70 años de su desaparición física, y sigue siendo un enorme desafío escribir sobre esta inmensa figura política, que se convirtió en un símbolo popular. Es un desafío por lo que Eva Perón hizo, lo que generó y aún genera. Basta recordar cómo se la nombró en aquellos momentos: Eva Perón, la señora, la compañera Evita, la dama de la Esperanza, la abanderada de los humildes, Jefa Espiritual de la Nación, el hada Evita, Santa Evita, pronunciados por los y las peronistas de distintos espacios.
En la actualidad, se pueden observar, como describiremos más adelante, las distintas causas en las que se la invoca y los más variados sentidos que se dan a su intervención política. Sus bustos se despliegan en plazas y fueron restituidos en algunas instituciones públicas, luego de ser derribados e injuriados por los Comandos Civiles de la Revolución Libertadora. Hoy nadie se atreve a reavivar las calificaciones despectivas y sexistas con los que los antiperonistas la nominaron, en aquellos años de fuertes enfrentamientos políticos, así como tampoco a recrear la dura e irrepetible frase que un autor anónimo escribió, en vísperas de su muerte, sobre las paredes de la antigua residencia presidencial. Y esto es, quizás, resultado de ciertos avances, acaecidos desde fines del siglo veinte, respecto a la consideración de la acción política de las mujeres en ámbitos decisorios, así como también se deba, si optamos por una reflexión menos promisoria, a la apertura de nuevas fuentes de disputas en las que los siempre dispuestos a realizar calificaciones denigratorias depositan sus miradas y consideraciones.
Del rasgo inconmensurable de la figura de Eva Perón, y de los sentidos que ha generado en Argentina y el mundo, dan cuenta también las múltiples producciones culturales nacionales e internacionales que la tuvieron y la tienen como objeto: biografías, documentales, películas, obras de teatro, retratos, performances, exhibiciones, muestras itinerantes, tiras de humor político, hasta óperas rock. En las producciones que, más allá de sus formatos, respetaron la reconstrucción histórica se consignan las secuencias más conocidas de su vida. Fue la menor de cinco hermanos, tuvo una niñez signada por su condición de hija “ilegítima”, calificación jurídica que se le dio hasta 1953 a los niños y niñas que nacieron de una relación de pareja no consumada por el matrimonio civil. Una infancia marcada por el trabajo de su madre, Juana Ibarguren, quien solventó a la familia desde la muerte del padre de Eva en un accidente automovilístico. Se sabe sobre sus intenciones tempranas de ser actriz, y su curiosidad y apego en Los Toldos a la comunidad del lonco Coliqueo (su hermana Blanca relata que Eva jugaba y organizaba rifas en la toldería). Luego decidió trasladarse a la ciudad de Buenos Aires, y las menciones a ese tramo de su vida despertaron otras tantas especulaciones marcadas por calificaciones sexistas y condenatorias. Allí desarrolló una carrera que comenzó con dificultades, se desenvolvió en el teatro, la radio, hasta su consagración en películas de directores reconocidos. En 1944 conoció a Perón en el Luna Park y, después de la movilización popular del 17 de octubre de 1945, decidió su retiro del mundo del espectáculo para casarse con él y trabajar en la campaña electoral. Con la consagración de Perón como Presidente de la Nación dio comienzo a la acción política propiamente dicha (había incursionado previamente en el gremialismo con un grupo de actores y actrices), y lo hizo con una voluntad pocas veces vista, sin detenerse un instante.
Si apelamos a una apretada síntesis, se pueden resaltar los caracteres de su empresa política. A partir de la asunción de Perón a la Presidencia, Eva Perón se instaló en una oficina del edificio de la Secretaría de Trabajo y Previsión, inició desde allí un contacto estrecho con el mundo sindical. Al mismo tiempo, emprendió una cruzada de ayuda social dirigida a quienes no lograron estar bajo la protección de leyes laborales y sociales: mujeres pobres, niños y ancianos. En 1946 pronunció discursos en diversos auditorios interpelando a las mujeres argentinas y en 1947 lanzó una campaña sistemática, con reuniones y conferencias semanales, en las que abogó por los derechos políticos de la mujer, la ley se sancionó finalmente en el mes de septiembre. Eva concibió al peronismo como una fuerza política destinada a afianzar todos los derechos de ciudadanía y supo con claridad que para la concreción de la justicia social y la inserción de la mujer en la política formal se debían derribar barreras constituidas por los intereses económicos, sociales y culturales, ello exigía la radicalización de la posiciones políticas dentro del movimiento. Y lo supo no en las jornadas del Cabildo Abierto en agosto de 1951, como generalmente se indica, sino antes, durante la sanción de la ley que otorgó derechos políticos a las mujeres. La resistencia y el complot de los militares que buscaron derrocar a Perón eran evidentes, no obstante, para ella era preciso también detectar otras resistencias, algunas menos perceptibles, que rodeaban la vida cotidiana de las mujeres en sus casas y sus trabajos. Por tal motivo, insistió con la convicción, la fe y la mística revolucionaria debían ser parte de la práctica de los y las peronistas.
En ese mismo año, 1947, emprendió una gira política por Europa, y en julio de 1948 logró la creación formal de la Fundación de Ayuda Social que llevó su nombre. Desde la que, con un equipo de profesionales, puso en marcha una variedad de acciones de intervención social que cubrieron el campo de la salud, la educación, la vivienda, el deporte y el turismo. Dejó en claro que atrás quedaba una etapa de limosnas y estigmatizaciones que pesaban sobre la pobreza. Las investigaciones académicas que se ocuparon de la estructura, el financiamiento y la labor de la Fundación y sus delegaciones provinciales lograron recientemente desprenderse de los viejos prejuicios instalados por el relato de los informes publicados en el Libro Negro de la Segunda Tiranía, elaborado durante la Revolución Libertadora. Informes que instalaron la imagen de corrupción, negocios para el Estado y pantalla para alcanzar posiciones de poder. Los análisis históricos actuales mostraron la extensa red de trabajo territorial tendida por asistentes sociales, médicos y enfermeras, que en estrecha conexión con las agencias de salud de las provincias detectaron y accionaron sobre problemas sociales.
En 1949, Eva convocó a las delegadas censistas, mujeres de distintos sectores sociales, maestras, asistentes sociales, abogadas alguna de ellas, profesoras, amas de casa, quienes dejaron sus ocupaciones, y llevaron a cabo la tarea de armar el Partido Peronista Femenino en las provincias. Ganaron un espacio dentro del movimiento y no sólo el derecho a elegir sino a ser elegidas, fueron candidatas a cargos públicos electivos en la Legislatura Nacional y en las provinciales, durante las elecciones generales de noviembre de 1951. Accedieron a las Cámaras Legislativas desde mayo y junio de 1952.
Muchas preguntas surgen hoy sobre Eva Perón, su relación con las mujeres, su labor política y social: ¿por qué pudo hablarles de la manera en que lo hizo, por qué fue escuchada?. ¿Cómo logró poner en marcha una Fundación de Ayuda social que cubrió el territorio nacional?. Eva era una mujer de entreguerras y de posguerra, en ella se condensaron las transformaciones culturales acaecidas en la condición de la mujer durante dos décadas, la del treinta y la del cuarenta. Tales transformaciones sobrevivieron a los discursos hegemónicos que tendieron a limitarlas. En esos años cambiaron las formas de vestir, la vestimenta se ajustó al cuerpo, fue más erótica, así como las prácticas de consumo y ocio, los accesos al cine, al teatro, a libros baratos. Se extendieron las fuentes de trabajo manual e intelectual, en un contexto de ampliación de los derechos civiles de la mujer. Cambió la composición de la familia y la manera de amar. El cine, el mundo al que Eva había pertenecido, lo reflejó con claridad. Así su estética combinó el glamour de las estrellas de los films con la practicidad del traje sastre para el trabajo cotidiano, y a esa estética sumó la convicción, ya mencionada, de que el ingreso de las mujeres en la política iba a exigir derribar barreras enraizadas en intereses tradicionales. La Fundación también mamó los cambios de una época, sus funcionarios capitalizaron la aparición de nuevos saberes en torno a la cuestión social, el Trabajo Social, la psicología, la salud, el urbanismo, y la profesionalización de la acción estatal. Demasiado personalismo, derroche de recursos, esa fue la mirada de sectores de una Argentina que todavía no estaba del todo preparada para entenderlos y aceptarlos.
Junto con la necesidad de comprender las condiciones y posibilidades de la acción política de Eva Perón, adquiere relevancia la pregunta en torno a cuáles fueron los sentidos que las generaciones venideras le dieron a tal acción, y las formas en que recrearon sus legados a lo largo de estos setenta años de su muerte. Como se señaló al comienzo de la nota, tales sentidos son copiosos, imposibles de abarcar en su totalidad. Un modo de abordarlos es considerar lo que representó para el propio peronismo o los peronismos existentes. Durante la etapa que se abrió en septiembre de 1955, tras el derrocamiento de Perón, los y las dirigentes de ambos partidos, el masculino y el femenino, junto con el secretariado de la CGT sufrieron la cárcel y el exilio. Esta etapa estuvo caracterizada por la prohibición de exhibir nombres, símbolos peronistas, por la proscripción del movimiento (y Ley Marcial y fusilamientos para militares y civiles “sediciosos”), la intervención y liquidación de la Fundación. Quienes integraron la resistencia peronista se ocuparon de mantener viva la memoria, colocaron velas y flores en sitios emblemáticos por los que transitó el cuerpo de Eva, o durante los aniversarios, el 17 de octubre, el 26 de julio, esto ocurrió en distintas ciudades del país. Afortunadamente la historia oral dejó registros de esas manifestaciones subterráneas, caseras, territoriales, que permanecieron indetectables para los censores de turno. Ante la destrucción sistemática de todo lo vinculado con la Fundación y el partido (bienes materiales y simbólicos), los hombres y mujeres de la resistencia se encargaron de esconder libros, fotos, discos, muñecas, pelotas, de reproducir cartas y las cintas con la palabra de Perón en el Geloso. Y con ello, mostrar que su adhesión a Eva y Perón permanecía intacta.
En los primeros años de la década del setenta, Eva fue símbolo de emancipación, la cara visible de una revolución posible, de un cambio completo de sistema. Su imagen con los cabellos al viento, tomada en una sesión fotográfica en la quinta de San Vicente, sus discursos más combativos en los que se señalaron los objetivos sociales y los intereses enraizados que los vetaron, la vida por Perón y sus vínculos con los descamisados, acompañaron y cargaron de contenido la rúbrica Perón o muerte. Su figura apareció en afiches, pancartas, estandartes y revistas de las agrupaciones juveniles del peronismo. Aunque en los actos oficiales del movimiento su foto fue colocada junto con la de Perón e Isabel Perón, las agrupaciones se encargaron con diversos recursos e intervenciones de marcar las diferencias que los separaban.
Durante la transición democrática y los años noventa, en un contexto de crisis, con la versión hegemónica del peronismo neoliberal menemista, y frente al descreimiento de buena parte de la juventud sobre aquello que el peronismo podía ofrecer como instrumento político de integración y cambio democrático, fueron “sus muchachas” las encargadas de transmitir esa memoria. Las delegadas censistas, subdelegadas e integrantes de Unidades Básicas Femeninas se convirtieron en las portavoces de la memoria de la acción que desplegaron junto a Eva en el partido y la Fundación. Sus testimonios están plasmados en documentales y libros. Recuperaron las convicciones, las minucias del trabajo territorial y la profesionalización de la asistencia social. Fue un modo de mostrar la capacidad del trabajo de la mujer en momentos en que se discutía la Ley de cupo femenino y en las disputas para que se cumpla.
En estos veintidós años del siglo XXI, el recorte propuesto más arriba se rompe, estalla en mil pedazos, porque es evidente que, al menos en los últimos quince años, vieron luz en la escena pública otras lecturas, representaciones y sentidos sobre la acción de Eva Perón, surgidas a raíz de la aparición de nuevas demandas. Es nuevamente un ícono de emancipación, de peronistas y no peronistas, de militantes y no militantes. Esa emancipación ya no lleva consigo el sentido de la revolución de los jóvenes setentistas, sino el de la exigencia de derechos viejos y nuevos para las mujeres y los distintos colectivos sexuales, que bregan por la ciudadanía sexual, las soberanías de los cuerpos y el reconocimiento de las diversas identidades de género. Hoy, a setenta años de su muerte, desde las paredes del antiguo Ministerio de Obras Públicas, donde se produjo el Cabildo Abierto del Justicialismo, en agosto de 1951, está su figura, tal como se presentó aquel día frente a la multitud que se congregó para pedirle que sea candidata a la Vicepresidencia de la Nación: rodete y puño levantado. Esa Eva y todas las Evas posibles, que las jóvenes llevan en sus cuerpos, en sus remeras, billeteras, mochilas, prendedores, termos y mates, conservan esa compleja mixtura original de belleza artística, fascinación por el mundo plebeyo, y emblema teñido por la mística de la soberanía y la emancipación. Esa es la batalla que Eva ganó.