Otra vez aparece la idea de República queriendo tomar el centro de la campaña política. República o autoritarismo populista, el binomio que parece más de autoría de Elisa Carrió que de Jaime Durán Barba.
En 1789, en Francia la república era sinónimo de revolución ante la decadencia de los monarcas y el absolutismo. Incluso en el siglo XX, el bando republicano vencido en la guerra civil española era el progresista, que promulgó leyes de avanzada y con un fuerte sentido igualitario y de justicia social.
Pero en la Argentina, la declamada defensa de los valores republicanos aparece ligada habitualmente a formas decididamente retrógradas y conservadoras. Propuesta Republicana, tal el nombre del partido en el gobierno. República significa muchas veces querer que se acepten pasivamente y de forma institucional políticas retrógradas, incluso dictadas desde poderes extranjeros como el acreedor Fondo Monetario Internacional. República es sinónimo de gobernabilidad, de acuerdos institucionales, de consensos. Se exige república y respeto institucional a las medidas que avalan recortes, presupuestos lánguidos para salud y educación, mientras en el reverso de la moneda se reprime la protesta social o los hechos de inseguridad no pocas veces sin remedos institucionales ni republicanos y avalando el gatillo fácil.
República nos hace recuperar esa idea de desconcentración del poder, de un ejecutivo atemperado. Una democracia donde los poderes se contrapesan, alcanzando el equilibrio deseable. Ejecutivo, Legislativo, Judicial.
En la contracara enunciada de esta democracia republicana, el “autoritarismo populista”. La imagen del pan para hoy, hambre para mañana. Autoritarismo peronista no se dice porque peronistas hay en todos lados. Pero es indudable que al peronismo le ha quedado indiscutiblemente adherido el calificativo de autoritario, antirepublicano, aunque Cambiemos gobierne muchas veces por decreto. Es un round indiscutiblemente perdido en el sentido común en esa arena que se da en llamar la batalla cultural. Esos pensamientos que se dicen sin detenerse a reflexionar, en forma de sentencias automáticas, asociaciones caprichosas pero fuertes. El radicalismo es república, el peronismo es autoritarismo. Fernando Iglesias y Elisa Carrió, al cuadrado.
El debate está ahí, se lanza la campaña electoral, la pelotita rebotando en la ruleta. No siempre pueden controlarse todos los vectores del acontecer social y político. Lo que nos parece real hoy, se desvanece como un castillo de naipes mañana. Si el fútbol fuera considerado la dinámica de lo impensado por el gran Panzieri, también la política tiene algo de eso. De orden, de consenso, y también de interpelación a los otros y a la ciudadanía. También de jugada inesperada, como la de los Fernández. O la de Macri eligiendo a Pichetto. Ahora, ya inscriptas las alianzas y definidos los nombres, la disputa se adentra en lo simbólico, en la disputa del sentido común, la opinión pública.
Cambiemos propone en la campaña una balanza ajena al deterioro económico y social. Dos cosas se sopesan ahí, la República o el autoritarismo. La desocupación, la pobreza, el invierno con cada vez más gente durmiendo en la calle queda afuera de su campaña. Eso se solucionaría cuando vengan las inversiones, el crecimiento, el derrame y la mar en coche. Teoría que no derrama otra cosa que miseria, como dijera el payaso Piñón Fijo hablando muy en serio.
República o autoritarismo, entonces. Del otro lado, los opositores que intentan llevar el debate a la cuestión social, con el aumento innegable de la pobreza y la indigencia en una economía recesiva. Trabajo o hambre. Industria o desocupación. Leliqs o baja de la tasa de interés para que no se fundan las pocas Pymes que quedan.
Cada cual pujando para llevar la pelota a su propia cancha. El peronismo jugando de visitante en la cancha de la República. Y Cambiemos en la de la cuestión social. Siempre es mejor jugar de local, aunque el gol de visitante valga doble. El peronismo se viste de republicano adaptando sus maneras, hablando taimadamente, relegando a los Morenos o D’elías, intentando integrarse pluralmente en un Frente de Todos y disolviendo el aspecto confrontativo. Juntos por el Cambio incorpora a Pichetto, un peronista, para seducir a sectores intermedios y sumar gobernabilidad, contactos legislativos y con los gobernadores. El presidente también se viste a veces de amigo de los pobres visitando barrios como Los Piletones, de Villa Soldati. Alertando y azuzando el fantasma del autoritarismo populista, que puede volver para convertirnos en Venezuela. Del otro lado, la oposición se hace eco de la miseria que no para de extenderse.
En esta actualidad política y económica acuciante, cobran vigencia las palabras que dijera en su momento Perón: “A los que afirman que hay libertad en los pueblos donde el trabajador está explotado, yo les contesto con las palabras de nuestros trabajadores: una hermosa libertad, la de morirse de hambre”.
La libertad, la república, la justicia social. Las buenas maneras, los discursos de autoayuda, y el hambre. Dentro de poco, los argentinos decidirán probablemente qué es lo más importante. Y en qué cancha se debe disputar el sentido de las políticas públicas, aún con sus infinitos grises. Si en el campo de juego de los valores republicanos o en el de la cuestión social. También tiene sentido recordar aquella sentencia de Alfonsín de que con la democracia se come, se educa y se cura. Ese enunciado intentaba conjugar la libertad con la justicia social. La democracia se volvió muchas veces impotente para encarar ese desafío con éxito, aún luego de 36 años. En la década del 90, Attaque 77 en su tema Degeí, aportó una sentencia: no hay opción para elegir, democracia pagar o morir. Expresando de forma contundente que no hay libertad sin justicia social, que no hay república que se precie con miles cayendo en la pobreza. Con la libertad de morirse de hambre enseñoreándose de la cuestión social, y la república madre que nos parió.