Los resultados de las elecciones generales de medio término han promovido todo tipo de reacciones en el ámbito del debate intelectual. En las revistas más vanguardistas de análisis político hay sorpresa, intentos de conceptualización –impulso ineludible de la función intelectual– y sobre todo un señalamiento al siempre cuestionable peronismo en todas sus versiones.
Por suerte, hay algunos aportes que observan el fenómeno PRO ya no como un error de la matrix o un monstruo mutante de la radiación populista, sino como una versión legitimada1 de la derecha democrática con upgrades propios de la sociedad del control. En este sentido, los análisis comunicacionales se vuelven centrales en un relato de gobierno sin exterioridad, sin historia ni contexto donde prima una lógica millennial de lo público y poco importan los hechos y la verdad. Son, entonces, la creencia y la expectativa aspectos fundamentales para comprender el respaldo de las urnas a un proyecto político que reitera medidas neoliberales y un deterioro del Estado de derecho.
En ese plano, la alianza Cambiemos construye un discurso sólido que reconfigura la noción de la clase media argentina donde la política es un conflicto que debe estar fuera de casa y de todo lo compartido; donde no hay pueblo, sino una “generación” de “vecinos”, y el bien común es la suma de “granitos de arena” (spot de Vidal en el verano 2016) y de mucho esfuerzo individual (“sí, se puede”). De tal forma que los cuestionamientos de la oposición a la política económica e institucional no sintonizan con los valores de esta clase media imaginada. Para este sujeto empoderado no hay crisis ni ajuste neoliberal, sino fluctuaciones que con el tiempo podrán superarse. Si bien se percibe la inflación, no es privativa del consumo mientras que ese deseo es sublimado por los créditos hipotecarios UVA y el acceso al dólar. De esta manera, el futuro existe en tanto el ahorro familiar se vuelve posible.
«La alianza Cambiemos construye un discurso sólido que reconfigura la noción de la clase media argentina donde la política es un conflicto que debe estar fuera de casa y de todo lo compartido»
Sin duda, esto no quita la relevancia del poder de influencia de los medios de comunicación concentrados y alineados al discurso oficial, pero es necesario reconocer los aciertos de Jaime Durán Barba y Marcos Peña en el refuerzo de las representaciones de clase y su correlato en el vínculo dirigencial.
En línea con la investigación de Ezequiel Adamovsky en La historia de la clase media argentina, no existe una clase media que responda a criterios objetivos, pero sí una percepción generalizada de que la Argentina es un país de inmigrantes que a través del trabajo alcanzaron el ascenso social traducido en profesiones de ingresos medios en generaciones posteriores. En este breve relato histórico no hay referencias de procesos políticos como el radicalismo y el peronismo. No hay historia, sino biografías estereotipadas, donde muchos se asumen clase media con miedo a perder ese estatus y conocedores de que nunca van a llegar a ser los ricos.
En ese entramado de expectativas-realidades, las principales figuras del gobierno borran su propio linaje de riqueza y se muestran como algo nuevo, exterior a la política –perspectiva que se clausura en la gestión sin referente para contrastar–. Es que ya no importan los hechos sino una creencia sobre la promesa de futuro que ya no tiene plazos, sino que se vuelve un presente irresoluble. En los tiempos instantáneos y urgentes de las redes sociales, los trolls y figuras alineadas al macrismo son las voces encargadas de vociferar el racismo de clase, como un alambrado electrificado de los límites del discurso social.
En ese espacio hay enunciados clave que no solo son slogans de campaña sino conceptos regulares en el discurso del PRO, como “nadie te regala nada”, “hay que pensar en positivo” y “no hay salvadores”. Cada uno de ellos activa ese relato de la clase media como sujeto homogéneo y motor del país, pero atomizado, cuya potencia radica en la optimización del esfuerzo individual para el goce, ya no de derechos sino de premios o resultados inevitables. En esa interpelación subjetiva, no es válida la queja ni el cuestionamiento, sino compartir un cierto horizonte de aspiración clasista –tales como trabajo estable, servicios, vacaciones y seguridad– que no se vea interrumpido por discusiones que polarizan cada vínculo social. Allí radica el éxito de la “marca” –y ya no una plataforma programática– de Cambiemos.
Lo paradojal, entonces, se inserta al interior de las estrategias electorales de los populismos que suelen incluir sectores populares a los horizontes de clase media pero que no le son reconocidos los mecanismos de políticas públicas de redistribución de ingresos y de bienes simbólicos. Aunque sí lo observa aquella clase media consolidada –de al menos tres generaciones– como una amenaza y un límite a su propio ascenso. Así, el peronismo es visto, sobretodo por los no politizados, como una instancia sin paz y sin gloria.
“La oposición a la política económica e institucional no sintonizan con los valores de esta clase media imaginada”
El discurso de la oposición falla en este esquema de futuros promisorios. Viene a pinchar, con el argumento histórico y contextualizado –que pocos pueden desarticular–, el globo de la alegría que propone Cambiemos. Esas razones generan rechazo, incluso la pregunta, porque es una interpelación política que exige el desarrollo de una explicación, de argumentos, demanda exponer datos, y no hay oídos para eso. Solo hay una atención de frases cortas, impactos sensacionalistas que se correspondan con los marcos de interpretación previos. Así, los errores forzados se deslizan en el “si pasa, pasa” como las mentiras tan verdaderas de la posverdad.
En suma, los desafíos del abanico de las fuerzas nacionales y populares, progresistas y de izquierda no solo radican en la denuncia y el señalamiento de las políticas neoliberales sino en construir un horizonte colectivo democrático que dialogue con los sueños de una clase media imaginada, antes de esperar que la exclusión evidencie los bordes vulnerables de la sociedad.
1 Se recomienda el trabajo sistemático de Gabriel Vommaro, al respecto.