La guerra del petróleo

Entre 1932 y 1935 tuvo lugar una guerra fantástica en el centro de la América del Sur.
Bolivia y Paraguay, dos países que se cuentan entre los más pobres del mundo, lucharon empleando el más moderno armamento, anticiparon las técnicas y la estrategia de la Segunda Guerra Mundial, perdieron 90 mil hombres según estadísticas oficiales o 150 mil según observadores extranjeros, a pesar de que tenían población en cantidad diminuta.

Para hacer la guerra, estos dos países insolventes, manteniendo a sus respectivos pueblos en la más absoluta miseria -en Bolivia se mataba el hambre mascando coca- recurrieron a un endeudamiento absurdo, cientos de veces superior a su capacidad de pago y como consecuencia de tales deudas, contraídas para adquisición de armamento, cayeron en una miseria que las ahoga hasta hoy.

¿Por qué?

Porque el trust del petróleo quería el petróleo del Chaco. La Standard Oil of New Jersey, que llegó a Bolivia en la década del 20, representando un imperialismo salvaje y violentísimo, dominó al país y lo empujó a la guerra. La sociedad boliviana -en la que el indio era un esclavo sin derecho tan siquiera de hablar su propia lengua, que tenía prohibido conversar si estuviera un blanco en las proximidades, feudal hasta la raíz, con una oligarquía prepotente y venal- también necesitó de la guerra para recuperar el «honor nacional» y alejar la posibilidad de la revuelta popular que comenzaba a manifestarse estimulada por dirigentes de la izquierda, contra una guerra «patriótica».

En Bolivia se unieron los intereses de las oligarquías que necesitaban mantener el orden feudal, salvar al gobierno y conquistar un territorio, a los de la Standard Oil que, indiferente a cualquier otro motivo, quería -y lo obtuvo- el petróleo del Chaco.

El Paraguay, una nación tan pobre como Bolivia, de potencial expoliativo (en otros términos, donde se podía robar) mucho menor que el de Bolivia, estaba igualmente sujeto al proceso de imperialismo brutal que se había impuesto en América del Sur. La Royal Dutch Shell, el trust petrolero inglés, estaba aliado a la Argentina, que dominaba al Paraguay con un subimperialismo grotesco y eficiente y armó al Paraguay para la guerra.

Bolivia y el Paraguay luchaban por el petróleo. Los paraguayos eran el arma de la Shell aliada a la Argentina. Los bolivianos, el arma de la Standard Oil, que tuvo igualmente la ayuda del Brasil.

Pero la Guerra del Chaco no podría ser reducida a explicaciones tan simples y debe ser interpretada desde sus más remotos orígenes, analizada la naturaleza de las sociedades paraguaya y boliviana, entendida considerando las contradicciones políticas y sociales de estos dos pueblos pobrísimos y, principalmente, desentrañada del frío e inescrupuloso proceso imperialista que el trust petrolero desarrolló sobre ambos pueblos. Este conocimiento servirá como ejemplar lección a los pueblos que luchan por su libertad.

La Guerra del Chaco es, igual que lo fue la guerra del Paraguay de 1864/70, una de las etapas más claras del proceso de expoliación que el imperialismo he hecho en la América del Sur. Es necesario descubrir sus causas, analizar sus efectos, mostrar a la luz la sociedad feudal boliviana en que hasta mediados del presente siglo el indio (85% de la población) era un esclavo en condiciones de vida peor que la del negro africano en el Brasil del siglo XIX. Sólo así se podrá comprender las repercusiones actuales de esa guerra. En cuanto al Paraguay, donde la guerra tuvo resultados opuestos a los de Bolivia, sedimentando un proceso de militarismo que se apoderó del pueblo, con regímenes duros que causaron más daños de todo orden que la misma guerra.

1. Petróleo: origen de los desastres de dos pueblos subdesarrollados

“La rosa American Beauty sólo puede alcanzar el máximo de su hermosura y el perfume que nos encantan, si sacrificamos otros capullos que crecen en su redor. En el mundo de los negocios, esto mismo acontece, sin que por eso fuera precisamente una tendencia malsana, sino que ello es, simplemente, el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios”.

El pensamiento que se transcribe pertenece a John D. Rockefeller Jr. Los latinoamericanos son los «capullos» que han de ser sacrificados para que florezca y alcance su «máxima belleza y perfume que nos encantan» la hermosísima American Beauty de Mr. Rockefeller.

Esa «belleza americana» son los dólares que los trusts acumulan en todo el mundo. Exprimen a los pueblos subdesarrollados y pagan heraldos para convencer al mundo de que la expoliación a que someten a los pueblos es «simplemente la combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios». Vamos a alejarnos un poco de la América Latina a fin de ver, rápidamente, el origen de esta rara combinación de leyes de la naturaleza y de Dios en favor de la cuenta bancaria del imperialismo internacional.

En el caso de Standard Oil, el trust petrolero inventó y alimentó, aprovechándose del nacionalismo torpe de pequeños dictadores, la Guerra del Chaco que causó millares de víctimas y mantuvo en situación todavía más baja que la condición sub-humana en que los respectivos pueblos vivían, el Paraguay y Bolivia. En esta última, el 85% de la población era tratado como esclavo.

Para medir el grado de responsabilidad de la Standard en la Guerra del Chaco es necesario familiarizarse con el gangsterismo que, a partir de 1859, cuando el coronel Edwin L. Drake descubría petróleo en Pensylvania; se estableció en todo el mundo, donde había o se sospechaba que hubiera petróleo.

Los monopolios no eran una novedad en la historia del mundo. Ya en Bizancio, en el año 483, hubo una represión gubernamental contra una monopolización del mercado: buscando provocar una alza de precios, comerciantes y artesanos acapararon mercancías, pero descubiertos, sus bienes fueron confiscados y ellos exiliados.

Otro recurso, también ampliamente usado por los trusts petroleros, la división del mercado, ya era conocido desde el siglo XV o antes. Como ejemplo, el papa Alejandro VI en 1493 dividió el mundo en dos partes, adjudicando una a los españoles y otra a los portugueses.

El Tratado de Tordesillas es uno de los ejemplos clásicos de esa división. Los grandes trusts petroleros ofrecen buenos ejemplos históricos. Los agitados comienzos del presente siglo y el perfeccionamiento de los métodos de expoliación del capitalismo les proveyeron de un magnífico know-how para conquistar posiciones en una guerra que iría a las últimas consecuencias, valiéndose de cualquier proceso, sin retroceder ni ante el más brutal gangsterismo que sirvió para sedimentar la fortuna de los Rockefeller.

Cuando los trusts petroleros dominaron el Departamento de Estado y pasaron a controlar la política exterior de los Estados Unidos, la situación internacional tuvo un nuevo elemento desestabilizador que venía a agregarse a los conflictos mundiales conocidos. Antes de entrar en el problema de la Guerra del Chaco, es oportuno trazar un perfil, aunque más no sea que sintético, de la expansión del trust petrolero y de cómo éste manipuló el gobierno de los Estados Unidos y la opinión pública para controlar los negocios del mundo, empleando el soborno y el chantaje además de otros recursos.

2. Una riqueza nada social que corrompe el mundo

¿Es el petróleo una fuente de riqueza y desenvolvimiento social? Si fuéramos a responder «técnicamente», diríamos que sí: el combustible da movimiento a las máquinas, empuja automóviles, genera riqueza y empleo. Desde el punto de vista capitalista, la industrialización del petróleo y el refinamiento de la gasolina se proyectan a un extraordinario progreso.

Pero si la pregunta tuviera que ser respondida en forma global, analizando la influencia de los mecanismos petroleros en la conducción de sus negocios, en otros términos, mirando a los trusts de frente, con Rockefeller comandando el espectáculo que se inició en los comienzos del presente siglo, la respuesta es ciertamente no: el petróleo es una fuente de riqueza antisocial y al servicio, políticamente, de fuerzas reaccionarias, así en los Estados Unidos como en todo el mundo donde la explotación no esté nacionalizada.

El petróleo sustenta dictaduras como la de Arabia Saudita y gobiernos que mantienen a sus respectivos pueblos en extrema miseria, como ocurre en todos los países árabes. En los Estados Unidos, el petróleo es una riqueza que sirve a una oligarquía para influir en la sociedad corrompiendo, chantajeando y manteniendo un orden de cosas «en su lugar», es decir al servicio de los intereses de la oligarquía e inamovible.

En cierta forma, el trust petrolero es una amenaza a la sociedad: corrompe gobiernos, produce riquezas ilegítimas, ofrece ganancias fabulosas en poder de unos pocos que tuvieron la audacia de actuar con osada piratería en los comienzos del siglo y hoy extienden su privilegio a sus herederos. Pero el petróleo es, a pesar de todo esto, un bien común: la naturaleza lo ha acumulado en el interior de la tierra.

Es un bien común que el pueblo, con excepción de aquellos en que los gobiernos estatizaron la producción, no ha podido controlar y mucho menos usufructuar. Por el contrario: el petróleo produce «sufrimiento».

Aun dentro de los patrones clásicos del capitalismo, no existen límites para la explotación del trust petrolero: la ley de la oferta y la demanda resulta falsa por mucho que aparenta existir. Los precios son dictados en Nueva Jersey o Nueva York por ejecutivos ubicados a millares de kilómetros de los pozos que están vertiendo petróleo en Oriente Medio o en Venezuela, específicamente en el período de que trata este libro, es decir hasta el final de la guerra en 1935 y los ajustes diplomáticos que hubieron hasta el fin de la década del 40 para la división del petróleo del Chaco entre los trusts petroleros interesados.

La concentración de riquezas en las manos de las siete hermanas (son siete las grandes empresas) es tan portentosa que una sola de ellas tiene más poder que la mayoría de las naciones del mundo. Por ejemplo: en 1959 la Standard Oil of New Jersey, hoy convertida en sociedad anónima con acciones «pulverizadas» en todo el mundo (la Exxon), tuvo un presupuesto de 7 mil millones de dólares, y de este enorme monto pagó menos de 800 millones en concepto de impuestos.

En 1978, el total de ventas de la Exxon (nombre actual do la Standard Oil of New Jersey) alcanzó a 54.126.219.000 dólares, con un lucro líquido declarado de 2.422.964.000 de la misma moneda, ¡lo que significa que las ventas de la empresa Exxon (o lo que es lo mismo la Standard Oil) representan el 4.132% más que el PNB de las dos naciones, el Paraguay y Bolivia, reunidas.

Es interesante pasar la vista a las ventas y ganancias de algunas «hermanas» de esta familia:

Considerando sólo estas empresas, algunas de las cuales pertenecen al mismo grupo, se puede observar el siguiente resultado que corresponde al movimiento de 1978:

– Total de ventas: 280.240.926.000 dólares.
– Beneficio declarado: 30.356.640.000.

Comparando este movimiento con el de la nación más rica de la América del Sur, el Brasil, llegamos al siguiente resultado: el total de ventas efectuado por esas empresas es de más de 265% superior al PNB brasileño. Solamente el beneficio líquido declarado de esas empresas relacionadas entre sí representa más del 40% del PNB del Brasil. Y ahora comparemos las ventas brutas y el beneficio líquido de esas compañías petrolíferas (no todas relacionadas entre sí) con los respectivos PNB de las naciones de América del Sur:

– Argentina 22.000.000.000
– Bolivia 2.122.000.000
– Brasil 74.300.000.000
– Chile 4.420.000.000
– Colombia 12.400.000.000
– Ecuador 1.500.000.000
– Guayana 401.000.000
– Paraguay 1.310.000.000
– Perú 12.290.000.000
– Venezuela 26.000.000.000

La concentración de riqueza por los trusts petrolíferos ofrece una suma de poder tal que, a lo largo de este libro en el análisis de la guerra del Chaco, salta a la vista que la intervención de la Standard Oil no fue más que una distracción para ella, ya que los intereses envueltos en el conflicto eran ridículamente pequeños en relación al volumen de dinero que citaba en juego en el Oriente Medio, entre otros escenarios.

Para tener una idea aunque fuera un tanto superficial del poder de corrupción, analicemos la acción de la Arabian Oil Co. (ARAMCO), que teóricamente es la compañía de petróleo instalada en Arabia Saudita, y formaba parte de cuatro empresas del mismo tronco: la Texas Co., la Standard Oil of California, la Standard Oil of New Jersey y la Socony-Vacuum. Sin entrar en detalles de la distribución del petróleo extraído de los pozos árabes controlados por la Arabian Oil Co. (en que tenían participación indirecta la Royal Dutch Shell y la Gulf Oil además de la Elf, francesa), vamos a verificar cómo los trusts consiguieron adentrarse tan profundamente en la economía de Arabia Saudita.

3. Un solo poder supera el poder del pueblo

«El camino de entrada en la Arabia pasa por la puerta del palacio del rey»

El antiguo proverbio bien conocido por todos cuantos explotaban el país gobernado por el rey Ibn Saud, nunca fue olvidado por los trusts del petróleo. Para tener campo libre en el dominio del petróleo de Arabia Saudita, era necesario que las empresas tuvieran el permiso de Ibn Saud.
El único poder que puede modificar la estructura de dominación del petróleo es el pueblo: sólo una revuelta popular o una revolución social consigue conmover el dominio de los trusts.

Como tal dominio representa fortunas de volumen incalculable -miles, decenas y centenas de miles de millones de dólares que suenan como abstracciones en la mente del hombre común- las empresas consiguen poner en movimiento al Departamento de Estado a fin de estabilizar a los gobernantes que les son fieles en el poder, y en algunos casos a eternizarlos.

Es un caso de trueque: oligarquías, como la de Ibn Saud, entregan la riqueza del país y los trusts petroleros les dan la «garantía» de seguridad de permanencia en el poder, además de permitirles el usufructo de las migajas, migajas que no dejan de ser fortunas de volumen increíblemente grande, dispendiosamente gastadas por una elite privilegiada, al mismo tiempo que el pueblo muere de hambre.

Así, cuando en el inicio de la década del 40 el gobierno de Ibn Saud corría peligro en razón de huelgas y motines, los Estados Unidos, obrando a solicitud de uno de los vicepresidentes de la Standard Oil of New Jersey (aunque trabajando para la Bahrein Petroleum y la Caltex), aseguró a Ibn Saud una subvención, garantizándole la permanencia en el poder hasta el fin de la II Guerra Mundial.

Según testimonio del senador Owen Brester y de una Comisión de Investigación del Senado norteamericano, la subvención ascendía a 99 millones de dólares, a cambio de proveer petróleo a la Marina de los Estados Unidos al precio de 40 centavos de dólar el barril, en momentos en que el precio normal era de 1.05…

El negocio, lesivamente absurdo para los árabes, fue realizado por intermedio de la ARAMCO. Se comprende, por estos grandes negociados, que las compañías petroleras se interesen profundamente por la política exterior, y en este sentido será bastante con destacar un hecho: en la década del 50, el 75% de los beneficios de la Standard Oil of New Jersey provenían del petróleo bruto, de los cuales el 66% era de instalaciones en el extranjero.

En consecuencia, el petróleo pasó a ser un producto económicamente vital en todo aquello que se relacionara con el extranjero. En otros términos: el 66% de los beneficios de la explotación (que significa 75% del lucro total de los trusts petrolíferos norteamericanos) está fuera de los Estados Unidos, y se hace necesario otro gobierno para «gobernar» los intereses norteamericanos ubicados fuera del país. Es lo que se hace mediante procesos como el citado más arriba: mantener, mediante un negociado que arroja una pérdida de 60% en cada barril de petróleo, a Ibn Saud en el gobierno de Arabia Saudita.

Uno de. los grandes conocedores de la cuestión petróleo en los Estados Unidos, Harvey O’Connor, afirma que los diplomáticos de carrera «van y vienen», tal como los gobiernos, pero los intereses de la Standard Oil son inmutables y permanentes, y es ésta, precisamente, la expresión de la verdad.

Corromper gobiernos y funcionarios, financiar represiones sangrientas o mandar que se haga una guerra, tan sólo «por sospecha», como fue el caso de la Guerra del Chaco, componen la crónica del gangsterismo del trust petrolero, que no se detiene ni aún mismo ante la traición a los Estados Unidos en que tiene su sede.

4. Alianzas con el complejo nazi alemán

La dimensión mayor de la falta de escrúpulos de la Standard Oil of New Jersey puede ser confirmada por su colaboración con los nazis. En la década del 30, la I. G. Farben (de Alemania nazi) y la Standard Oil convinieron un trueque de informaciones para el refinamiento de la gasolina. Si bien una y otra empresa se jactan de ser más deshonesta, movidas por pruritos nacionalistas que la guerra puso en evidencia, la verdad es que si no fuese por algunos de los «secretos» que la Standard proporcionó a la Farben, los aviones de Goering no habrían alcanzado la eficiencia de que hicieron gala.

Documentos capturados por el Ejército de los Estados Unidos en 1945 prueban que la Standard Oil of New Jersey entregó a Adolfo Hitler informaciones que posibilitaron a la Wermacht la organización de reservas de gasolina de aviación y de lubricantes. También la Royal Dutch colaboró con los nazis.
Las empresas petroleras son capaces de todo cuando se trata de beneficios y del mantenimiento de los privilegios. Lo curioso de este caso está en que, a pesar del desenvolvimiento de la Standard Oil of New Jersey, esta es una «compañía» que no refina petróleo, no perfora pozos, no transporta y no vende gasolina: era nada más que la cabeza de cerca de 350 empresas petroleras desparramadas por el mundo, ¡y controlaba o realizaba el 20% de los negocios mundiales!

Cuando hace más de 100 años el bisoño Drake perforó el suelo de California, estaba creando las bases para que Rockefeller explotara el mercado, haciendo surgir una riqueza que controlaría el mundo y ayudaría a mantener a millones de hombres en la miseria absoluta, impidiendo el ascenso social de las masas populares, como ocurrió en Arabia Saudita.

La «organización» del mercado, realizada por Rockefeller con el auxilio de la producción en serie «inventada» por Henry Ford (que financió periódicos antisemitas y la creación del partido Nazi en los Estados Unidos), haciendo dar un salto de dimensiones fantásticas a la producción de automóviles (de 619 mil en 1911 a 23 millones en 1930), implantaron la industria del petróleo como la fuerza económica más sólida del mundo, cuyo imperio tenía su sede en los Estados Unidos y estaba, prácticamente, en las manos de una sola persona: Rockefeller. Ni las leyes antitrusts ni las restricciones aprobadas por el gobierno norteamericano contra los abusos criminales de la industria petrolera y de John D. Rockefeller en particular, alcanzarían a eliminar el poderío de la nueva oligarquía.
El Paraguay y Bolivia serían, también, sus lejanas víctimas…

5. Influenciando a la niñez, desde la escuela

A tal extremo había llegado la sagacidad de los trusts petroleros que en 1952, durante la campaña presidencial en los Estados Unidos, hasta los niños fueron usados como elementos de propaganda. Las inocentes APMs (Asociación de Padres y Maestros), que hoy prosperan en el Brasil, fueron fundadas por las empresas de petróleo en Texas para combatir “mala imagen» que «las siete hermanas» se habían ganado en el pueblo. A través de la APMs se hizo la campaña contra Stevenson, que disputaba la presidencia con Eisenhower y se procuró, con la colaboración de los profesores, mejorar el concepto existente sobre los trusts.

Los trusts petroleros dominan la opinión pública, por cierto que en forma muy bien organizada. Por ejemplo, un petrolero que ganaba un millón de dólares por semana, Haroldson L. Hunt, fundó el Facts Forum, en Dallas y por intermedio de esta organización publicaba diarios, revistas y financiaba programas de radio y televisión, promovía conferencias, dispensaba becas de estudio, encomendaba encuestas y pesquisas en la opinión pública, todo naturalmente, dentro de un programa preestablecido con el objetivo de que Texas se mantuviese como «patria» de los trusts petroleros.

Texas tenía un parlamento que se reunía no más de dos veces en el año y que pagaba cerca de 10 dólares por cada reunión, con lo que se conseguía eliminar la intervención de los pobres en la política, cuyas campañas eran absurdamente costosas. Fue a través de Facts Forum que se destacó Joseph McCarthy, un senador que es el típico retrato político del petróleo y de los creadores de la «caza de brujas» en los Estados Unidos.

Mientras y al margen de todo eso, los trusts contratan servicios de abogados y los preparan para intervenir en política y, naturalmente, el trabajo que cumplen estos abogados es mantener a Texas como un paraíso de los petroleros: a pesar del rigor del fisco en los Estados Unidos, las compañías petroleras de Texas no pagan el impuesto a la renta, aun cuando sean multimillonarias, y de esta manera Texas es el estado más “rico” de los Estados Unidos, por la estupenda concentración de pozos de petróleo, como que allí tienen su sede trescientos cincuenta millonarios que pueden ser considerados los hombres de mayor fortuna de los Estados Unidos. A pesar de esta realidad, la renta per cápita en Texas es la 34a. de la nación. En suma: aun cuando Texas es la concentración máxima del petróleo en la nación, refleja la pobreza que los trusts petroleros crean y mantienen en el mundo. Aun siendo así, tradicionalmente el 30% de los votos ciudadanos pertenecen a las izquierdas (una izquierda «liberal» que es una forma de lucha contra los magnates del petróleo) y a los negros.

Las APMs (Asociaciones de Padres y Maestros) fueron fundadas, como ya se dijo, para combatir a Stevenson. ¿Por qué? Porque cuando Adlai Stevenson fue candidato para la presidencia de la nación, tenía como programa «federalizar» las plataformas marítimas que en los Estados Unidos pertenecen a los estados y uno de los más ricos de éstos es el de Texas.

A través de las APMs recién instaladas, se distribuían libros y folletos destinados a los alumnos de las escuelas y a través de éstos a los padres. La campaña era «nacionalista», tratando de convencer a los padres de los alumnos que Stevenson quería «robar» a Texas. Naturalmente, la campaña fue positiva en resultados, ya que la acción de las APMs, apoyada con grandes donaciones para las escuelas, no era sino una faz del todo. ¿Y por qué causa la campaña era tan violenta? Porque la “federalización” -vale decir, el traspaso a la órbita del gobierno nacional- de la plataforma marítima de Texas implicaba la pérdida de los trusts petroleros, si no de la propiedad en sí, de los impuestos que la el gobierno de la Unión tenía que cobrar y que en Texas eran descaradamente eludidos. El trust petrolero es el ramo de negocio que más gana en todo el mundo y el que paga menos impuestos, inclusive en los Estados Unidos.

Como ejemplo, en las décadas que van del 30 al 50, los trusts texanos vendieron 121 mil millones de dólares y pagaron como impuesto a la renta, en esos veinte años, 4 mil millones, quedando como beneficio líquido 12 mil millones que se multiplicarían posteriormente, como vimos.
Esta inmensa suma de privilegios, dinero y lucros, se derrama sobre el mundo y pretende controlarlo. Entonces aparecen las calamidades: desde, la sustentación de gobiernos ilegales y corrompidos como los de Arabia Saudita, Kuwait y otros, hasta la promoción de guerras, tales como la del Chaco entre otras muchas, una guerra increíble, absolutamente sin sentido hasta para el gangsterismo de los trusts.

6. Ningún gobierno puede resistir la fuerza económica de los trusts petroleros

La presente crónica del gangsterismo de los trusts petrolíferos evidencia que, cuando va a estallar la guerra del Chaco, el Paraguay y Bolivia están enfrentados contra intereses económicos que solamente los de una compañía (la Standard Oil of New Jersey) representan un potencial superior en más del 100% de los PNB de los dos países sumados. corrección

La crisis mundial acelera, a partir de 1930, una política expansionista de control de las fuentes productoras de petróleo y es amparado en esa fuerza económica de volumen gigantesco y con la ayuda del gobierno de los Estados Unidos -cuyo Departamento de Estado está controlado por las compañías petroleras-, que los «embajadores» de los trusts invaden el mundo donde sospechan que es posible perforar pozos.

El dinero que se derrama en sobornos y asaltos a la ley es tan copioso que no existen medios para resistir: la única manera de hacer esta resistencia sería una revolución popular que modificase fundamentalmente la política interna de los países amenazados. Y esta revolución nacional y popular es imposible de hacer: estas naciones ya están dominadas dentro de un círculo de dependencia que no permite cristalizar otra acción que la que es proveniente de los petroleros de Londres y Nueva York y ya se ha infiltrado en el mecanismo político de la nación señalada como región de explotación para más o menos tiempo. No es posible explotar el petróleo sin controlar a los gobiernos de los países donde se va a buscarlo. Por eso el trust petrolero llena de armas los depósitos de las naciones pobres o facilita empréstitos en los bancos extranjeros para la adquisición de material bélico, y de esta manera estimula un negocio paralelo al de la explotación del petróleo: la industria bélica.

Todo esto cuesta mucho dinero, pero los beneficios que se obtienen compensan ampliamente estos desembolsos. Hubo quien pensó en superar estos gastos en conflictos y guerras localizadas: W. T. Holliday, un ejecutivo de la Standard Oil de Ohio propuso crear un «gobierno mundial» (obviamente para el resto del mundo) con la finalidad de «estabilizar» la dominación y evitar desembolsos innecesarios. . .
La presión económica que se hizo detrás de bastidores sobre Bolivia y el Paraguay, estimulándolos hacia la guerra, fue irresistible, en lo que nada hay que admirar si se tiene en cuenta la estructura social y política de una y otra naciones, y más si se considera que ni los propios gobiernos de los Estados Unidos podrían (y pueden) escapar a la influencia de los trusts petroleros. John D. Rockefeller, por ejemplo, fue juzgado y condenado el 29 de abril de 1879 por haber constituido, con algunos otros personajes asociados, un monopolio para controlar la industria petrolera, sabotear a las empresas de transporte y perjudicar a las refinerías concurrentes. Rockefeller jamás pagó la multa. La famosa decisión de la Suprema Corte de Washington del 15 de mayo de 1911, disponiendo la disolución del monopolio de la Standard Oil -que aparentemente era una victoria del gobierno contra el trust-, no tuvo efecto. Rockefeller encontró una salida dentro de la ley: dividió su imperio en 34 compañías, controladas por los mismos accionistas y continuó así su actuación en el mercado norteamericano.

A partir de 1913 la infiltración de la Standard Oil dentro del gobierno de los Estados Unidos le permite transformarse en una fuerza dinámica que influencia y decide los problemas a favor del trust, hasta el punto de que, a partir de determinado momento, el secretario de Estado es designado por los directores de la empresa y esto cuando no es uno de estos directores. La creación de la Fundación Rockefeller, también en 1913, vino a aliar en forma definitiva al gobierno de los Estados Unidos con la Standard: la Fundación Rockefeller, con su apariencia inocente de protectora de las ciencias y de las artes, tendrá una función que abarca de lo ideológico a lo policíaco. Forma técnicos de acuerdo con intereses imperialistas específicos; apoya entidades que persiguen finalidades nacionales «neutras»; financia artistas ubicados lejos de la política o que se prestan para la propaganda «democrática» norteamericana, y -especialmente- extiende tentáculos en todo el mundo, reuniendo informaciones que le son útiles para fortalecer las bases del dominio más sórdido del capitalismo expansionista de los Estados Unidos.

No serían y no podían ser el Paraguay y Bolivia, dos naciones subdesarrolladas, las más pobres de la América del sur, las que tendrían fuerzaypotencialparaenfrentara los trusts petroleros.

7. Braden: el cajero-viajante de la Standard Oil pretende negar la evidencia

«En Bolivia, donde domina el capital norteamericano, la Standard Oil necesitaba de una salida en el río Paraguay para sus pozos de petróleo en el oriente de aquel país. Detrás del Paraguay, la compañía inglesa Royal Dutch trató de evitarlo. Esta fue la causa del conflicto que ha ensangrentado el continente».

La afirmación es de Liborio Justo, hijo del presidente Justo, de la Argentina. Liborio Justo no es sólo hijo del presidente: tuvo participación entre bastidores en la diplomacia que trataba de la paz, después de finalizada la lucha armada. Fue él quien en diversas ocasiones consiguió «domar» la fútil intransigencia de Saavedra Lamas, el ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, país que era sede de las Conferencias de Paz, y orientar las conversaciones en un sentido más práctico.

Por lo tanto, hay que admitir que Liborio Justo sabe lo que dice. Y lo sabe, sin duda, pero no dice todo lo que sabe. La guerra no fue causada por la Standard únicamente: la «salida al mar», o si se prefiere con mayor precisión, un oleoducto, que realmente interesaba a la Standard, podría ser obtenido por las vías pacíficas, tranquilamente. Pero acontece que, enfrentando la presencia de la Standard Oil, estaban los intereses de la Royal Dutch Shell, aliada de la Argentina, que pretendía pura y simplemente los 80 mil kilómetros cuadrados de territorio del Chaco en que se podría encontrar petróleo, y en esto reside la raíz de la guerra. Los trusts petroleros hacen malabarismos con argumentos e intrigas que envuelven a una y a otra empresa, cada una de ellas presentando a la rival como el personaje «malo» o el «villano» de la historia.

La Royal Dutch Shell -de la que la Argentina es indisimulable aliada y el Paraguay un instrumento pasivo- fomenta las acusaciones por la prensa y en los medios diplomáticos, afirmando que la Standard Oil quiere un oleoducto y para conseguirlo está armando a Bolivia para una guerra de conquista en el Chaco, región que atravesaría este oleoducto. Por su parte, la Standard Oil, en la misma forma, alimenta las intrigas de que la Royal Dutch Shell, aliada de los intereses argentinos, pretende apoderarse de vastas regiones del Chaco, alcanzar las faldas de la cordillera andina y posesionarse de las áreas petrolíferas bolivianas, que de esta manera pasarían a «pertenecer» a la Argentina y serían explotadas por la Shell. Y la verdad es que las dos compañías tienen razón.

La Standard y la Shell se aprovechan de una situación de litigio que viene del siglo XIX, para estimular la lucha armada que se avecina. Para desvanecer las denuncias que comienzan a manifestarse sobre la manipulación subrepticia que los dos agentes del imperialismo hacen en la América del Sur, una y otra se preocupan por conseguir aliados importantes en los gobiernos de los Estados Unidos y de Inglaterra, así como en los dos países latinoamericanos, a fin de que estos gobiernos informen, oficialmente, que no hay petróleo en las regiones… petrolíferas, que no se trata de un conflicto en beneficio de ninguno, que todo se reduce a explosiones de «honor nacional» de los dos pueblos, por las «agresiones» que uno u otro está haciendo en la zona litigiosa del Chaco.

Uno de esos diplomáticos típicos que se preocupa en negar la importancia del petróleo como causa de la guerra es Spruille Braden, que fue el jefe de la delegación de los Estados Unidos en las Conferencias de Paz de Buenos Aires. Braden era conocido como uno de los testaferros de la Standard Oil y una de sus preocupaciones, después de la guerra, consistía en demostrar que los trusts petroleros eran inocentes. Pero Spruille Braden sabía que no.
Braden estaba informado permanentemente de que la Standard Oil manejaba los hilos de la guerra.

El senador Gerald P. Nye, que presidía las comisiones que investigaban la industria bélica en los Estados Unidos (otra fuente de intrigas que forjaba guerras en beneficio propio), le avisó ingenuamente que la guerra fue un resultado directo del choque de intereses de los trusts petroleros. La conclusión a que llegó Nye es sencilla: no fueron los fabricantes de armas quienes se interesaban directamente en el conflicto, sino que, la investigación hecha por el Congreso, llegó a una conclusión obvia: las causas residían en las empresas de petróleo. ¿Cuál fue la reacción de Braden? Muy sencillo: esa reacción fue la propalada por las empresas durante todo el curso de la guerra, es decir acusar de comunistas a todos aquellos que señalaban la intervención de las empresas en el conflicto armado.

«El descubrimiento de depósitos de petróleo en Bolivia -dice Braden en sus memorias- complicó hasta cierto punto la situación. Pero la influencia del petróleo fue muy exagerada por los comunistas y otros que presentaban la guerra como una lucha entre la Standard Oil of New Jersey, (a la que ya había vendido sus acciones bolivianas) apoyando a Bolivia, y a la Shell haciendo lo mismo con el Paraguay».

Como bien se percibe en la frase subrayada, Spruille Braden no era sino un cajero-viajante de la Standard Oil que negociaba con sus acciones en el exterior, y cuando tuvo la evidencia de la ingerencia del trust de los Rockefeller en la guerra -información enteramente innecesaria, por sabida, para Braden y que delata una gran ingenuidad en el senador Nye- intenta trasladar la «culpa» sobre los comunistas: Braden afirma en sus memorias que el senador Nye estaba mal informado porque entre sus asesores estaba el «comunista» John Kenneth Galbraith, el mismo que posteriormente se haría famoso.

Pero no cabe negar evidencias que son conocidas por todo el mundo y perfectamente claras, y esto no debería ser permitido ni siquiera a un testaferro de la Standard Oil como Spruille Braden, y a pesar de todo este hombre todavía destaca en sus memorias, con sutil cinismo, que «las potencialidades del petróleo boliviano no eran precisamente desconocidas. La Argentina tenía ambiciones en esa dirección y el Brasil no quería que la Argentina obtuviese el petróleo. Aparte de estas cuestiones -continúa Bramen- el Brasil tenía interés en desviar las exportaciones paraguayas y trataba de construir un ferrocarril desde San Pablo hasta Corumbá, sobre el río Paraguay este último punto; aunque ei transporte por tren sería más costoso que por el río, y esta idea se hizo realidad mucho más tarde».
Pero, aparte de lo expuesto por Bramen, hay otra importante razón por la que la Standard quería la guerra. Es una cuestión sutil que fue pasada por alto por los historiadores de esta lucha armada entre dos pueblos: la peligrosa y probable nacionalización de la Standard Oil por Bolivia.

8. Una guerra para «fortalecer» a un gobierno débil

Contrariamente a lo que ocurría en el Paraguay, en Bolivia había una naciente conciencia social, una participación activa de la izquierda en la lucha social que en varias ocasiones alcanzó a unirse en frente amplio, si bien con resultado relativo Y los gobiernos eran presionados en dirección a una política nacionalista.

La Standard Oil, lo mismo que el gobierno de los Estados Unidos, tenía informaciones globales sobre Bolivia mucho más precisas y detalladas que las que poseía el propio gobierno boliviano Y sabía analizar estas informaciones con toda precisión. Era evidente que los últimos gobiernos del período de preguerra no ofrecían ninguna condición de subsistencia en términos de paz concreta, o en otros términos que la agitación política, los problemas económicos y la propia e infrahumana condición de vida del pueblo eran factores que conducían a revoluciones y golpes militares.

En esa época la industria petrolera actuaba sobre la base de que era necesario buscar fuentes de abastecimiento en todo el mundo y la Standard Oil, pionera como siempre, ya estaba instalada en Bolivia, donde era foco constante de ataque de los nacionalistas y de la izquierda, como representante más ostensible del imperialismo norteamericano. Existía entonces un justificado temor a que un gobierno nacionalista asumiese la responsabilidad de la nacionalización de la empresa petrolera. Un gobierno estable y fuerte no era posible en un país desorganizado como Bolivia y sólo había un recurso para estabilizar el poder político del gobierno: la guerra. La guerra fortalecería al gobierno: los pruritos nacionalistas envolverían al pueblo y unirían a la nación y de esta manera el problema de .la Standard y las contradicciones sociales internas serían olvidados mientras estuviese presente el «peligro» de la lucha con el Paraguay.

Finalizada la guerra, dejarían de existir hostilidades hacia los «aliados» que habían prestado ayuda en la campaña militar. Así pensaron los agentes de la Standard, y se equivocaron.

Pero había que considerar la otra faz del problema. Si la victoria militar fuese alcanzada por el Paraguay, los pozos petrolíferos no serían nacionalizados: la Standard se quedaría con sus pozos, con la diferencia de que éstos, en vez de estar ubicados en territorio boliviano, lo estarían en el paraguayo.

Nada pues había que perder con esta guerra, salvo, claro está, que aparecieran las ambiciones de la Royal Dutch Shell, y en este caso la lucha sería directa: los grandes patrones dividirían la expoliación del Paraguay y de Bolivia y los contratos beneficiarían al ave de rapiña que más profundamente clavara sus garras en la carne de paraguayos y bolivianos, que traería al Chaco los tres jinetes del Apocalipsis, que derramaría chorros de sangre en la pluma que firmaría el cese de la lucha en el Chaco. ..

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