¿Qué pasó?

El kirchnerismo transformó la sociedad que tomó en 2003. Pero el drama electoral que aqueja a Cristina es que parece no comprender los contornos de su obra.
Foto: DyN

La del título debería ser la pregunta central en las mesas de estrategias del peronismo desde que los resultados de las PASO no fueron los esperados. El ajuste que indiscutiblemente ha puesto en marcha Mauricio Macri desde su asunción, probablemente el más duro en treinta y cuatro años de democracia recuperada, no dañó su voto de la primera vuelta de 2015. En realidad, los compañeros deberían estar reflexionando alrededor del mismo interrogante desde que en 2013 se perdieron casi 20 de los 54 puntos de la reelección de CFK. Si cuando ella mandaba no hubo ese debate por su falta de predisposición a abrir el juego (y por el natural verticalismo que caracteriza al justicialismo en el poder), hoy ello se agrava por la dispersión. Muchos de quienes permanecen leales a la líder de Unidad Ciudadana no están dispuestos a contradecir una sola página del libro de la década kirchnerista (cómo será de grave la cosa que no dicen siquiera “sin embargo” ni ahora que ella ya no tiene la lapicera, aunque sí un volumen todavía interesantísimo de votos). Otros, en cambio, que sí buscan su propio camino desde la consagración de la CEOcracia, suponen que autocrítica significa plegarse incondicionalmente al credo guionado por Jaime Durán Barba. No casualmente, según escribió Diego Genoud, Miguel Ángel Pichetto es contado como propio por el oficialismo. Resultado: al PJ más virulentamente alejado del signo K le fue mucho peor que al ciudadanismo en las urnas.

 

El quid de la desunión es conceptual. Las peleas de poder –dígase ambiciones– fluyen por esas rajaduras y no viceversa. El kirchnerismo transformó la sociedad que tomó en 2003. ¿Para bien, para mal? Ése es el segmento subjetivo del asunto. El hecho irrebatible es que ha habido una mutación. Y el drama electoral que aqueja a la presidenta mandato cumplido es que parece no comprender los contornos de su obra. Dicho sencillo: pudo cuando la demanda era comida y trabajo; en 2017 muchos reclaman más que eso (deseos, aspiraciones; o valores inmateriales). Y carece de respuestas. Por lo que sea, su prédica ya no consigue penetrar. De ahí que el mensaje de UC se haya quedado corto en quienes sí han sido golpeados por Macri. En grado de angustia, que se entienda: el daño ha sido más extendido que el 34% obtenido por CFK. Aunque justamente por lo bueno que hicieron tanto ella como Néstor Kirchner, los hachazos amarillos tardarán en devenir desesperantes. Si no se termina de asumir este diagnóstico, el discurso no será todo lo efectivo que se esperaría a partir del correctísimo pronóstico de insustentabilidad que hace la casi segura senadora bonaerense sobre la economía de su antagonista. Pero aún periodistas cercanos a su mirada ideológica aclaran que, no obstante, es difícil precisar cuándo ocurrirá ello. Ergo, resulta por lo menos arriesgado apostar tantas fichas a la debacle ajena.

 

El kirchnerismo no calibra correctamente el error histórico del “armen un partido y ganen las elecciones”. La furia que se ganó por eso que se pareció demasiado a dejar en el desamparo a muchos que pueden haber sido parte del 54%. Por sentenciarse respecto de sus requerimientos que no eran tan urgentes, y por consiguiente merecían menor atención. Nunca una derrota es monocausal, pero de ahí que hoy el antikirchnerismo pese más que el antimacrismo. Por todo esto, aunque la brutalidad de la regresividad macrista es difícil de exagerar, retiene apoyo y a Cristina le cuesta obtener el necesario para desnivelar. ¿Cuánta gente que –se insiste– perdió pero no trágicamente con Macri hoy opta por resignar algo de su bienestar a cambio de que #NoVuelvanMás? Con lo cual, tampoco se trata de hacerse del PRO, porque no hay pertenencia sino descarte allí. No hay duda que el cambio, lejos de solucionar los límites del modelo 2003/2015, los agravó. La paradoja es que, debiéndose haber recalentado las tensiones distributivas del epílogo cristinista, ahora hay paciencia. Sucede que los electorados castigan con lo que tienen a mano. El ex alcalde porteño supo ponerse en tal instancia. Y hasta que no se solucione ese déficit de representatividad, que es antes emocional que racional, se le complicará al peronismo el retorno. Captar el aroma de época es hoy congeniar con quienes superaron la crisis de 2001. Sergio Massa pareció hacerlo en un momento. La polarización, que existe aunque no congregue un 50/50 perfecto, se lo llevó puesto. Y es que si tanto ciudadanistas como cambiemistas se escogen como rivales, acumulan un 70% cuya dinámica se lleva puesta cualquier otra cosa. En diálogo con El País de España, CFK dijo que se perdió porque la gente siempre quiere más y está bien, y que uno de sus errores fue la caída en el estrangulamiento de dólares típico de la economía nacional cuando se expanden la industria y el bienestar.

 

Acierta en ambas definiciones. ¿Será tarde para traducirlo en modo de campaña?

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